miércoles, 16 de octubre de 2019

Kafka, Swift y Álvaro Uribe


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Después de largas horas de indagatoria, el expresidente ha quedado vinculado a un juicio con proceso y denominación kafkianos: “Fraude procesal y soborno en concurso homogéneo y sucesivo”, ante una Sala de la Corte Suprema de Justicia, cuya Oficina de Escuchas, Interceptaciones y Grabaciones Ilegales, por “equivocación” intervino algún teléfono, pensando que era el de cierto representante chocoano, grabaciones que se iniciaron aun antes de que se decretasen.

Esos diligentes espías escuchaban voces, sin saber bien si eran del futuro investigado, esperando la orden judicial correspondiente…, pero seguían grabando y grabando, hasta que llegó la tal orden, y entonces, por admirable coincidencia se dieron cuenta de que habían interceptado al expresidente Uribe, que ese momento no estaba siendo investigado por nada, pero por si las moscas…¡lo siguieron grabando durante unas dos mil horas…!, y así continuaron las grabaciones, sin contradicción y sin verificación de la autenticidad de lo registrado.

De chiripa, pues aparecen estas, dizque “pruebas”, y a la Corte Suprema se le hacen legales porque venían buscando la manera de convertir al expresidente en sindicado, desconociendo la presunción de inocencia y todo debido proceso.

¡Eureka! Estas asombrosas e inauditas “casualidades” me hicieron recordar un pasaje de Alicia en el país de las maravillas, cuando la astuta Furia amenaza: “Seré el juez y también el jurado; y juzgaré la causa entera y te condenaré a muerte”.

Si cambiamos Furia por Corte y el País de las Maravillas por Colombia, queda descrito el juicio que espera al expresidente, porque él no está frente a “la fría neutralidad de un juez imparcial”, que predicaba Edmund Burke como principio fundamental, ni a los magistrados les interesa tampoco la sabia advertencia de Montaigne cuando dice: “Para juzgar asuntos grandes y altos, se requiere un alma similar, porque de lo contrario juzgamos con nuestro propio vicio” (Ensayos, Libro I, cap. 14).

Ahora bien, dos mil horas de grabación significan 83,23 días de 24 horas…, pero si las conversaciones interceptadas son 21.000, el doctor Uribe, en promedio, atendía 283 llamadas diarias (¡12 por hora diurna o nocturna!), explicable obsesión telefónica si solo estaba dedicado al “fraude procesal y soborno en concurso homogéneo y sucesivo”, descuidando su familia, su labor en el Senado, la conducción de su partido político y su reposo nocturno.

En este juicio debemos considerar el punto central: la imparcialidad de los jueces, ideal eterno que se resume en aquella máxima de que “La Ley no tiene corazón, y el juez que le presta el suyo, prevarica”. Imparcialidad exaltada por las Sagradas Escrituras, el Pretor romano y los filósofos de todos los tiempos desde los Padres de la Iglesia, pasando por Montesquieu y la Ilustración, hasta llegar a nuestros contemporáneos.

Pero, aunque siempre ha habido jueces prevaricadores y perversos, execrados desde el Salmo 81, el ideal de la justicia ecuánime y apolítica atenta solo al derecho, ha prevalecido, con excepción de las épocas más lamentables, cuando los jueces han sido convertidos en ejecutores de órdenes superiores de tipo político, actuando como instrumento de tiranías absolutistas o de movimientos revolucionarios de tipo totalitario.

Si esa tendencia fue notoria durante la Revolución Francesa, será inseparable de la praxis leninista, donde la justicia se convierte en herramienta esencial para asegurar el éxito de la revolución, porque esta da sentido a la historia.

Cuando se predica como principio de la vida política y social aquello de que “Todo dentro de la revolución; nada por fuera de ella”, se llega a la negación absoluta del derecho, la civilización y la democracia.

Para no ir más lejos, en Colombia las “Altas Cortes” y muchos jueces, cooptados por el partido comunista clandestino, siguen la recomendación aterradora de “Juzgad con odio”, proferida por el jefe comunista francés Maurice Thorez después de la Liberación.

Acusado de todos los delitos habidos y por haber, Álvaro Uribe ahora apenas lo será por uno solo…, pero delante de un tribunal que lo odia, comprometido además con la revolución, de lo que viene dando permanentes e inequívocas señales.

Por eso no me hago ilusiones sobre el resultado de ese proceso ante jueces escogidos, como dice Jonathan Swift, “entre los abogados más diestros, que se han hecho viejos habiendo sido toda su vida harto predispuestos contra la verdad y la equidad, y con tal necesidad de favorecer fatalmente el fraude, el perjurio y la traición”. (Viaje al país de los Jui Juins, cap. V)