Por José Alvear Sanín*
Después de largas horas de indagatoria, el
expresidente ha quedado vinculado a un juicio con proceso y denominación
kafkianos: “Fraude procesal y soborno en concurso homogéneo y sucesivo”,
ante una Sala de la Corte Suprema de Justicia, cuya Oficina de Escuchas,
Interceptaciones y Grabaciones Ilegales, por “equivocación” intervino algún
teléfono, pensando que era el de cierto representante chocoano, grabaciones que
se iniciaron aun antes de que se decretasen.
Esos diligentes espías escuchaban voces, sin
saber bien si eran del futuro investigado, esperando la orden judicial
correspondiente…, pero seguían grabando y grabando, hasta que llegó la tal
orden, y entonces, por admirable coincidencia se dieron cuenta de que habían
interceptado al expresidente Uribe, que ese momento no estaba siendo
investigado por nada, pero por si las moscas…¡lo siguieron grabando durante
unas dos mil horas…!, y así continuaron las grabaciones, sin contradicción y
sin verificación de la autenticidad de lo registrado.
De chiripa, pues aparecen estas, dizque
“pruebas”, y a la Corte Suprema se le hacen legales porque venían buscando la
manera de convertir al expresidente en sindicado, desconociendo la presunción
de inocencia y todo debido proceso.
¡Eureka! Estas asombrosas e inauditas
“casualidades” me hicieron recordar un pasaje de Alicia en el país de las maravillas, cuando la astuta Furia amenaza: “Seré el juez y
también el jurado; y juzgaré la causa entera y te condenaré a muerte”.
Si cambiamos Furia por Corte y el País de las Maravillas por Colombia, queda descrito el juicio que
espera al expresidente, porque él no está frente a “la fría neutralidad de un
juez imparcial”, que predicaba Edmund Burke como principio fundamental, ni a
los magistrados les interesa tampoco la sabia advertencia de Montaigne cuando
dice: “Para juzgar asuntos grandes y altos, se requiere un alma similar,
porque de lo contrario juzgamos con nuestro propio vicio” (Ensayos, Libro I, cap. 14).
Ahora bien, dos mil horas de grabación
significan 83,23 días de 24 horas…, pero si las conversaciones interceptadas
son 21.000, el doctor Uribe, en promedio, atendía 283 llamadas diarias (¡12 por
hora diurna o nocturna!), explicable obsesión telefónica si solo estaba
dedicado al “fraude procesal y soborno en concurso homogéneo y sucesivo”,
descuidando su familia, su labor en el Senado, la conducción de su partido
político y su reposo nocturno.
En este juicio debemos considerar el punto central:
la imparcialidad de los jueces, ideal eterno que se resume en aquella máxima de
que “La Ley no tiene corazón, y el juez que le presta el suyo, prevarica”.
Imparcialidad exaltada por las Sagradas Escrituras, el Pretor romano y los
filósofos de todos los tiempos desde los Padres de la Iglesia, pasando por
Montesquieu y la Ilustración, hasta llegar a nuestros contemporáneos.
Pero, aunque siempre ha habido jueces
prevaricadores y perversos, execrados desde el Salmo 81, el ideal de la
justicia ecuánime y apolítica atenta solo al derecho, ha prevalecido, con
excepción de las épocas más lamentables, cuando los jueces han sido convertidos
en ejecutores de órdenes superiores de tipo político, actuando como instrumento
de tiranías absolutistas o de movimientos revolucionarios de tipo totalitario.
Si esa tendencia fue notoria durante la
Revolución Francesa, será inseparable de la praxis leninista, donde la justicia
se convierte en herramienta esencial para asegurar el éxito de la revolución,
porque esta da sentido a la historia.
Cuando se predica como principio de la vida
política y social aquello de que “Todo dentro de la revolución; nada por
fuera de ella”, se llega a la negación absoluta del derecho, la
civilización y la democracia.
Para no ir más lejos, en Colombia las “Altas
Cortes” y muchos jueces, cooptados por el partido comunista clandestino, siguen
la recomendación aterradora de “Juzgad con odio”, proferida por el jefe
comunista francés Maurice Thorez después de la Liberación.
Acusado de todos los delitos habidos y por
haber, Álvaro Uribe ahora apenas lo será por uno solo…, pero delante de un
tribunal que lo odia, comprometido además con la revolución, de lo que viene
dando permanentes e inequívocas señales.
Por eso no me hago ilusiones sobre el resultado
de ese proceso ante jueces escogidos, como dice Jonathan Swift, “entre los
abogados más diestros, que se han hecho viejos habiendo sido toda su vida harto
predispuestos contra la verdad y la equidad, y con tal necesidad de favorecer
fatalmente el fraude, el perjurio y la traición”. (Viaje al país de los Jui Juins, cap. V)