Por Andrés de Bedout
Jaramillo*
Colombia no es ajena al
fenómeno mundial del miedo y la violencia.
En el Ecuador el
presidente, presa del miedo a una hecatombe económica, retiro inconsultamente
el subsidio a la gasolina, inmediatamente la violencia generalizada se apoderó
del país y obligó al presidente a echar para atrás la medida, por lo menos los ecuatorianos
limpiaron las ciudades de los efectos de las violentas revueltas.
En México, el miedo
a represalias gringas obligó a la captura del hijo del principal
narcotraficante, que seguramente trabaja también en nuestro país; generó tan
violentas balaceras, que el presidente se vio obligado a intervenir, para
liberarlo y frenar la violencia asesina del inmenso ejército de los narcos.
En Chile el miedo a
los efectos económicos del bajo precio de los pasajes en el metro, obligó
inconsultamente a subir los tiquetes, generando violentos disturbios que
obligaran a bajarlos.
En España, las
condenas a los líderes separatistas, generaron violentas protestas, que tienen
a Barcelona al borde del caos generalizado con peligrosos brotes de violencia.
En Colombia las protestas,
el miedo y la violencia, son pan de cada día. En este último año ya son parte
del paisaje, todos los sectores sociales y económicos, tienen que utilizar este
medio para ser escuchados, tan es así que hasta los futbolistas están
anunciando la medida.
Definitiva y
tristemente la protesta violenta y de permanencia, es la única que es
escuchada, por eso pienso que la reglamentación de las protestas no saldrá
adelante, protesta sin violencia, sin daños, desafortunadamente, como que no
sirve.
El miedo y la
violencia se tomaron al mundo; a todos nos da miedo hablar sobre los problemas
para buscar las soluciones, preferimos la violencia física, moral, material,
ideológica, etcétera, como camino más expedito para imponer nuestras ideas,
para manifestar nuestras creencias, nuestras preferencias, nuestras
necesidades, mejor dicho, el efecto a los fenómenos de la intolerancia, a la
falta de inclusión, al egoísmo, a la indiferencia, es el del miedo y la
violencia.
Definitivamente la
polarización, que no es más que encasillarnos entre los extremos de buenos y
malos, de derecha e izquierda, impide un centro que busque equilibrio,
acercamiento, diálogo, ceder un poco, que traiga como consecuencia la
preponderancia del interés general sobre el particular.
Seamos conscientes de
que las soluciones siempre traen problemas, la solución de quitar el subsidio a
la gasolina en Ecuador, de subir los pasajes del metro en Chile, de capturar al
hijo del narcotraficante en México, de condenar a los separatistas en España,
han generado problemas, que ahora implican nuevas soluciones que generarán
nuevos problemas. Por eso es necesario que a través de la inclusión se mantenga
el diálogo permanente, sincero, franco, que impida el miedo y la violencia. Para
lograrlo necesitamos líderes de verdad, que nos brinden confianza, que
convoquen, que sean austeros, que digan la verdad, aunque duela, que no
ilusionen al pueblo con mentiras, que sean tolerantes, inclusivos, que tengan
mucha sensibilidad social, económica y ambiental.
Colombia no es ajena
al fenómeno, mejor dicho, es la más polarizada y las consecuencias están a la
vista, crece el narcotráfico, la informalidad, la desigualdad, la inseguridad,
la corrupción, etcétera.
El próximo 27 de
octubre, votemos todos, sin miedo, apuntémosle a poder tener gobernantes
transparentes, que acepten los problemas y las soluciones en su verdadera
dimensión, que estén convencidos de que vienen a gobernar para todos, no para
un partido, movimiento o grupo en particular, que tengan claro que los dineros
públicos son sagrados, que su lucha es por el interés general, que se tienen
que distinguir por austeros, que su contacto directo con las comunidades debe
ser permanente, no solo de campaña, que estén dispuestos al diálogo con todos,
sin importar encuestas que son el efecto del poder económico de pocos
candidatos, con grandes estructuras generadoras de miedo, que perpetuarán la
polarización, que seguirá impidiendo la inclusión en la búsqueda del interés
general.
Mejor dicho, nadie
sabe para quién trabaja y en Colombia parece que estamos trabajando para el narcotráfico,
la informalidad, la inseguridad (social y jurídica), la desigualdad, el interés
particular, la polarización.