viernes, 18 de octubre de 2019

Actitudes que ofuscan


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Se va volviendo uno viejo y aunque pasan los años uno no acaba de conocerse. En la compleja realidad del auto concepto, el conocerse a sí mismo o auto conocimiento no sólo es la primera sino la principal tarea. Al fin y al cabo, es la base para lo que luego viene: auto aceptación, auto estima, etc.

En estos días conversaba con alguien tranquilamente y de pronto, de un momento a otro, exploté. Yo mismo fui el primer sorprendido: ¿cómo podría, en tan solo un segundo, pasar de la paz y la sofrosine a la ofuscación y la ira? Caí en cuenta, casi que inmediatamente, que me enardecen ciertas actitudes en los demás. Atención: dije actitudes, no actos. Son dos cosas diferentes: el acto es puntual, sincrónico. La actitud es reiterativa en el tiempo, diacrónica.

No somos perfectos, es verdad. Y yo, el primero, en reconocer que adolecemos de muchas limitaciones y habilidades. El asunto es poseer, como diría San Ignacio, la actitud al menos de “deseos de tener deseos”, es decir, tener ganas de querer mejorar. Porque, precisamente, como no somos perfectos, que al menos tengamos ganas de ir mejorando poco a poco, esto es, ganas de ser mejores, ganas de trascender. Por eso mismo, acepto con paz que cualquiera, en acto, se puede equivocar, una, dos, tres… pero ¿seguir equivocándose permanentemente? No. Esa sería, a mi modo de ver, una actitud estúpida. Porque a un gato, a un perro, lo regañan y castigan por algo malo que hizo y no lo vuelve hacer. Será conductismo, pero funciona. En cambio, el ser humano, con su enorme libertad, deliberadamente recurre en el error. Eso me parece del todo absurdo.

Entonces, me propuse elaborar el listado de actitudes que me ofuscan, que me sacan de casillas. Por mostrarme auténtico en reaccionar frente a ellas, he ganado y he perdido puntos. Gano en ser yo mismo, sin fingimientos. Pierdo dizque en madurez, porque uno debe ser políticamente correcto, o sea, fingir paz y tranquilidad, así esté que se explote. Prefiero la primera y por eso no me dan migrañas, ni úlceras, ni somatizaciones. Veamos esas actitudes que ofuscan:

Mentira: porque valoro su opuesto, esto es, la verdad. Es una realidad engañosa que conduce al error, la equivocación y a tomar malas decisiones. Hace perder credibilidad y confianza. Las cosas como son. La verdad es la realidad de las cosas, ni más ni menos.

Hipocresía: porque valoro la transparencia. Nada más peligroso que alguien que te sonríe por delante y por detrás te clava el puñal. Con razón Jesús de Nazaret los trató de sepulcros blanqueados (por fuera relucientes, pero por dentro solo carroña pútrida).

Obsecuencia: porque valoro la dignidad. Me chocan los genuflexos y arrodillados, los lambones aduladores, los áulicos y turiferarios, que endulzan el oído a sus superiores, trepadores incapaces de afrontar verdades que, con tal de quedar muy bien, buscan ganar ascensos y prebendas.

Mediocridad: porque valoro la búsqueda de la calidad y la excelencia. Las cosas hechas a medias no duran y hay quienes se contentan con poco. Me gusta la superación y la trascendencia, aspirar alto, soñar en grande, llegar lejos, hacer las cosas bien hechas, eso que Ignacio de Loyola llama el “magis”.

Pereza: porque valoro la presteza y la diligencia. Los vagos, los recostados, los que esperan que otros les hagan las cosas, los arrimados y vividores que no mueven un dedo, pero pretenden usufructuar todo. Nada como la gente pila, echada pa’lante, los que dicen y hacen.

Indecisión: porque valoro el coraje, la tenacidad y la firmeza. Me fastidian los “veletas” que cambian de posición según corra el viento. Seres sin criterio ni carácter que hoy dicen una cosa y al rato dicen otra para adaptarse ante el interlocutor.

Terquedad: porque valoro la apertura y la flexibilidad. La cerrazón mental y el no querer ver las cosas desde otra perspectiva, me parece configura una actitud errónea. Es verdad que uno debe defender sus posiciones, pero es verdad también que nadie tiene la verdad completa. El mundo no es solo blanco y negro, es un variopinto multicolor con cientos de tonalidades. Admiro la mente abierta.

Orgullo y soberbia: porque valoro la humildad. Si Jesucristo siendo Dios, no hizo alarde de su condición, sino que se abajó y acogió a todos sin acepción de personas, dado que, finalmente, todos somos iguales, ¿cuál es la razón entonces para creerse más que los demás? He conocido personas muy “importantes” y a la par, absolutamente sencillas, asequibles, de “lavar y planchar”.