José Leonardo Rincón, S.
J.*
Se va
volviendo uno viejo y aunque pasan los años uno no acaba de conocerse. En la
compleja realidad del auto concepto, el conocerse a sí mismo o auto conocimiento
no sólo es la primera sino la principal tarea. Al fin y al cabo, es la base
para lo que luego viene: auto aceptación, auto estima, etc.
En estos
días conversaba con alguien tranquilamente y de pronto, de un momento a otro, exploté.
Yo mismo fui el primer sorprendido: ¿cómo podría, en tan solo un segundo, pasar
de la paz y la sofrosine a la ofuscación y la ira? Caí en cuenta, casi que
inmediatamente, que me enardecen ciertas actitudes en los demás. Atención: dije
actitudes, no actos. Son dos cosas diferentes: el acto es puntual, sincrónico.
La actitud es reiterativa en el tiempo, diacrónica.
No somos
perfectos, es verdad. Y yo, el primero, en reconocer que adolecemos de muchas
limitaciones y habilidades. El asunto es poseer, como diría San Ignacio, la
actitud al menos de “deseos de tener deseos”, es decir, tener ganas de querer
mejorar. Porque, precisamente, como no somos perfectos, que al menos tengamos
ganas de ir mejorando poco a poco, esto es, ganas de ser mejores, ganas de
trascender. Por eso mismo, acepto con paz que cualquiera, en acto, se puede
equivocar, una, dos, tres… pero ¿seguir equivocándose permanentemente? No. Esa
sería, a mi modo de ver, una actitud estúpida. Porque a un gato, a un perro, lo
regañan y castigan por algo malo que hizo y no lo vuelve hacer. Será
conductismo, pero funciona. En cambio, el ser humano, con su enorme libertad, deliberadamente
recurre en el error. Eso me parece del todo absurdo.
Entonces, me
propuse elaborar el listado de actitudes que me ofuscan, que me sacan de
casillas. Por mostrarme auténtico en reaccionar frente a ellas, he ganado y he
perdido puntos. Gano en ser yo mismo, sin fingimientos. Pierdo dizque en
madurez, porque uno debe ser políticamente correcto, o sea, fingir paz y
tranquilidad, así esté que se explote. Prefiero la primera y por eso no me dan
migrañas, ni úlceras, ni somatizaciones. Veamos esas actitudes que ofuscan:
Mentira: porque
valoro su opuesto, esto es, la verdad. Es una realidad engañosa que conduce al
error, la equivocación y a tomar malas decisiones. Hace perder credibilidad y
confianza. Las cosas como son. La verdad es la realidad de las cosas, ni más ni
menos.
Hipocresía: porque
valoro la transparencia. Nada más peligroso que alguien que te sonríe por
delante y por detrás te clava el puñal. Con razón Jesús de Nazaret los trató de
sepulcros blanqueados (por fuera relucientes, pero por dentro solo carroña
pútrida).
Obsecuencia: porque
valoro la dignidad. Me chocan los genuflexos y arrodillados, los lambones
aduladores, los áulicos y turiferarios, que endulzan el oído a sus superiores, trepadores
incapaces de afrontar verdades que, con tal de quedar muy bien, buscan ganar ascensos
y prebendas.
Mediocridad: porque
valoro la búsqueda de la calidad y la excelencia. Las cosas hechas a medias no
duran y hay quienes se contentan con poco. Me gusta la superación y la
trascendencia, aspirar alto, soñar en grande, llegar lejos, hacer las cosas
bien hechas, eso que Ignacio de Loyola llama el “magis”.
Pereza: porque
valoro la presteza y la diligencia. Los vagos, los recostados, los que esperan
que otros les hagan las cosas, los arrimados y vividores que no mueven un dedo,
pero pretenden usufructuar todo. Nada como la gente pila, echada pa’lante, los
que dicen y hacen.
Indecisión: porque
valoro el coraje, la tenacidad y la firmeza. Me fastidian los “veletas” que
cambian de posición según corra el viento. Seres sin criterio ni carácter que
hoy dicen una cosa y al rato dicen otra para adaptarse ante el interlocutor.
Terquedad: porque
valoro la apertura y la flexibilidad. La cerrazón mental y el no querer ver las
cosas desde otra perspectiva, me parece configura una actitud errónea. Es
verdad que uno debe defender sus posiciones, pero es verdad también que nadie
tiene la verdad completa. El mundo no es solo blanco y negro, es un variopinto
multicolor con cientos de tonalidades. Admiro la mente abierta.
Orgullo y soberbia: porque
valoro la humildad. Si Jesucristo siendo Dios, no hizo alarde de su condición,
sino que se abajó y acogió a todos sin acepción de personas, dado que, finalmente,
todos somos iguales, ¿cuál es la razón entonces para creerse más que los demás?
He conocido personas muy “importantes” y a la par, absolutamente sencillas,
asequibles, de “lavar y planchar”.