viernes, 6 de septiembre de 2019

Silenciar al que piensa distinto


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Por naturaleza somos esencialmente diferentes, diversos. Dios no nos hizo clones. En consecuencia, lo obvio es que veamos las cosas de manera diferente, que pensemos distinto y eso para mí nunca ha sido problema. Desde pequeño me enseñaron que debía expresar lo que pensaba, saber que en las relaciones con otros habría puntos divergentes y que debería haber respeto por el otro ya fuese de otro sexo, edad, creencia religiosa, color de piel, orientación política. Es más, me dijeron que eso era ser realmente católico. La vida pronto me enseñó que una cosa era ese deber-ser, y otra, la cruda realidad. Si algo sorprende de nuestra condición humana es la creciente intolerancia frente a la diferencia.

En ese sentido me preocupa el asesinato sistemático de los llamados líderes sociales. Me preocupa el cierre de los medios de comunicación abiertamente críticos al régimen de turno. Me preocupa el anuncio de la cadena radial que no permite que sigan hablando columnistas que se expresaron en contra del gobierno.

Por estos días hemos recordado al nefasto narcotraficante que dinamitó El Espectador porque lo denunció como tal, ese mismo que dio la orden de asesinar a Guillermo Cano, su director; el mismo que mandó matar a Luis Carlos Galán, el candidato presidencial más opcionado, porque le declaró abiertamente la guerra a su maquinaria de destruccion y de muerte. Ese nefasto señor de la mafia que todo lo solucionó a punta de bala derramando ríos de sangre de policías, jueces, funcionarios honestos que nunca aceptaron sus sobornos.

Parece increíble, pero eso que hizo la mafia del narcotrafico, a veces con los mismos medios, a veces con otros, lo han hecho varios grupos: como los reconocidos grupos económicos que deciden asfixiar periódicos, noticieros y revistas porque en su trabajo periodístico evidencian corrupción y malos manejos. Grupos de derecha que mandan eliminar a todo lo que le huela a izquierda, como al humorista político Jaime Garzón, porque nos hacía reír pensando al denunciar frenteramente las malas actuaciones de los políticos. Grupos guerrilleros que convirtieron en lucrativo negocio extorsionar, secuestrar, dinamitar la infraestructura y traficar con droga. Grupos delincuenciales armados que sembrando el terror y la muerte desplazan centenares de familias campesinas para apropiarse de sus tierras. Son grupos, frente a los cuales ha habido personas que los inspiran y animan. Están aquí, pero están en el resto del mundo. Ayer y hoy. Aparentemente distintos, pero en el fondo son la misma desgracia, llámense Nerón o Calígula, Hitler, Stalin, Hussein, Bush, Khadafy, Castro o Chávez, Maduro, Bolsonaro, Ortega o Trump ahora. Sus perfiles se mueven entre locos y payasos. Se sienten los dueños del mundo y hacen con él lo que se les viene en gana. ¡Oye! ¿A dónde vamos a parar?

Lo grave es que no aprendamos de la historia y vayamos como el cangrejo. A algunos les interesa volver al pasado: la guerra, los secuestros, el terrorismo, la inseguridad, el desempleo, la incertidumbre económica, la inestabilidad jurídica, la zozobra y el estrés permanente. Nos asustaron diciéndonos que nos íbamos a volver otra Venezuela si votábamos por el otro, pero lo que no nos dijeron era que ellos también lo harían de todas maneras, con métodos parecidos. Son perversos. Allí está el capital político que habían perdido y sus mejores socios, sus verdaderos aliados, son los que parecían ser del polo opuesto, pero también echaban de menos su lucrativo negocio. Unos y otros son la misma cosa. Y cuando se reactive la guerra, unos y otros no van a mandar a la guerra a sus hijos o a sus nietos. No. Los tendrán estudiando en las mejores universidades europeas. Mandarán a la guerra, como carne de cañón, a los pobres, los paganinis de siempre en toda esta desgracia.

Seguimos siendo un país enfermo. Las redes sociales, por ejemplo, se han convertido en el grotesco escenario para ventilar toda clase de mezquindades. Eso me tiene entre mareado y perplejo, porque no sé si esos medios son una propicia tribuna para la libre expresión o la cloaca donde se arroja todo el odio reprimido, letrinas donde van a escupirse toda clase de porquerias, verdaderas ollas donde se cocinan rencores, excepcionales plataformas de lanzamiento hacia una guerra civil.

Cómo será su poder efectivo que uno mismo ha debido “eliminar” (¡vaya palabrita!) algunas de las así llamadas amistades en Facebook o “bloquear” dizque seguidores en Twitter no porque le hayan hecho saber que piensan distinto, sino por la forma agresiva y ofensiva como lo hicieron. Que pensemos distinto, vaya y venga, pero que se haga con mentiras, calumnias, ironía, agresividad y violencia, de ninguna manera uno tiene por qué dejarse ofender así. Abundan las personas tóxicas, envenenadas, nocivas, contaminantes que causan malestar y franca repulsión, como la grotesca señora que se despacha con toda clase de vulgaridades contra el hijo del expresidente quien, valga decirlo, sorprendió por su mesura, al no ponerse al mismo nivel de quien lo provocaba con tamaña retahíla de insultos y ofensas. Pero no todos reaccionan igual frente a las groserías de todo calibre que se profieren contra y entre expresidentes, exalcaldes, candidatos, funcionarios actuales o “ex”.

¿Silenciar al que piensa distinto o aprender a debatir con razones y argumentos? Nadie tiene la verdad completa en una realidad tan compleja como la que nos ha tocado vivir. Si al menos pudiésemos escucharnos con atención y respeto, si hiciésemos el esfuerzo empático por tratar de ponernos en los zapatos del otro y entenderlo… efectivamente podríamos ser el mejor país del mundo, porque sumaríamos y multiplicaríamos y no restaríamos y dividiríamos. Desde la cuna, desde el pupitre, desde el púlpito o desde donde estemos ¡vale la pena hacerlo!