José Leonardo Rincón,
S. J.*
Por
naturaleza somos esencialmente diferentes, diversos. Dios no nos hizo clones.
En consecuencia, lo obvio es que veamos las cosas de manera diferente, que pensemos
distinto y eso para mí nunca ha sido problema. Desde pequeño me enseñaron que
debía expresar lo que pensaba, saber que en las relaciones con otros habría puntos
divergentes y que debería haber respeto por el otro ya fuese de otro sexo,
edad, creencia religiosa, color de piel, orientación política. Es más, me
dijeron que eso era ser realmente católico. La vida pronto me enseñó que una
cosa era ese deber-ser, y otra, la cruda realidad. Si algo sorprende de nuestra
condición humana es la creciente intolerancia frente a la diferencia.
En ese
sentido me preocupa el asesinato sistemático de los llamados líderes sociales.
Me preocupa el cierre de los medios de comunicación abiertamente críticos al régimen
de turno. Me preocupa el anuncio de la cadena radial que no permite que sigan
hablando columnistas que se expresaron en contra del gobierno.
Por estos
días hemos recordado al nefasto narcotraficante que dinamitó El Espectador
porque lo denunció como tal, ese mismo que dio la orden de asesinar a Guillermo
Cano, su director; el mismo que mandó matar a Luis Carlos Galán, el candidato presidencial
más opcionado, porque le declaró abiertamente la guerra a su maquinaria de
destruccion y de muerte. Ese nefasto señor de la mafia que todo lo solucionó a
punta de bala derramando ríos de sangre de policías, jueces, funcionarios
honestos que nunca aceptaron sus sobornos.
Parece increíble,
pero eso que hizo la mafia del narcotrafico, a veces con los mismos medios, a
veces con otros, lo han hecho varios grupos: como los reconocidos grupos económicos
que deciden asfixiar periódicos, noticieros y revistas porque en su trabajo
periodístico evidencian corrupción y malos manejos. Grupos de derecha que mandan
eliminar a todo lo que le huela a izquierda, como al humorista político Jaime
Garzón, porque nos hacía reír pensando al denunciar frenteramente las malas
actuaciones de los políticos. Grupos guerrilleros que convirtieron en lucrativo
negocio extorsionar, secuestrar, dinamitar la infraestructura y traficar con
droga. Grupos delincuenciales armados que sembrando el terror y la muerte desplazan
centenares de familias campesinas para apropiarse de sus tierras. Son grupos, frente
a los cuales ha habido personas que los inspiran y animan. Están aquí, pero
están en el resto del mundo. Ayer y hoy. Aparentemente distintos, pero en el
fondo son la misma desgracia, llámense Nerón o Calígula, Hitler, Stalin, Hussein,
Bush, Khadafy, Castro o Chávez, Maduro, Bolsonaro, Ortega o Trump ahora. Sus
perfiles se mueven entre locos y payasos. Se sienten los dueños del mundo y
hacen con él lo que se les viene en gana. ¡Oye! ¿A dónde vamos a parar?
Lo grave es
que no aprendamos de la historia y vayamos como el cangrejo. A algunos les
interesa volver al pasado: la guerra, los secuestros, el terrorismo, la
inseguridad, el desempleo, la incertidumbre económica, la inestabilidad
jurídica, la zozobra y el estrés permanente. Nos asustaron diciéndonos que nos
íbamos a volver otra Venezuela si votábamos por el otro, pero lo que no nos
dijeron era que ellos también lo harían de todas maneras, con métodos parecidos.
Son perversos. Allí está el capital político que habían perdido y sus mejores
socios, sus verdaderos aliados, son los que parecían ser del polo opuesto, pero
también echaban de menos su lucrativo negocio. Unos y otros son la misma cosa.
Y cuando se reactive la guerra, unos y otros no van a mandar a la guerra a sus
hijos o a sus nietos. No. Los tendrán estudiando en las mejores universidades
europeas. Mandarán a la guerra, como carne de cañón, a los pobres, los
paganinis de siempre en toda esta desgracia.
Seguimos
siendo un país enfermo. Las redes sociales, por ejemplo, se han convertido en
el grotesco escenario para ventilar toda clase de mezquindades. Eso me tiene entre
mareado y perplejo, porque no sé si esos medios son una propicia tribuna para
la libre expresión o la cloaca donde se arroja todo el odio reprimido, letrinas
donde van a escupirse toda clase de porquerias, verdaderas ollas donde se
cocinan rencores, excepcionales plataformas de lanzamiento hacia una guerra
civil.
Cómo será su
poder efectivo que uno mismo ha debido “eliminar” (¡vaya palabrita!) algunas de
las así llamadas amistades en Facebook o “bloquear” dizque seguidores en
Twitter no porque le hayan hecho saber que piensan distinto, sino por la forma
agresiva y ofensiva como lo hicieron. Que pensemos distinto, vaya y venga, pero
que se haga con mentiras, calumnias, ironía, agresividad y violencia, de
ninguna manera uno tiene por qué dejarse ofender así. Abundan las personas
tóxicas, envenenadas, nocivas, contaminantes que causan malestar y franca
repulsión, como la grotesca señora que se despacha con toda clase de
vulgaridades contra el hijo del expresidente quien, valga decirlo, sorprendió
por su mesura, al no ponerse al mismo nivel de quien lo provocaba con tamaña
retahíla de insultos y ofensas. Pero no todos reaccionan igual frente a las
groserías de todo calibre que se profieren contra y entre expresidentes,
exalcaldes, candidatos, funcionarios actuales o “ex”.
¿Silenciar
al que piensa distinto o aprender a debatir con razones y argumentos? Nadie tiene
la verdad completa en una realidad tan compleja como la que nos ha tocado
vivir. Si al menos pudiésemos escucharnos con atención y respeto, si hiciésemos
el esfuerzo empático por tratar de ponernos en los zapatos del otro y entenderlo…
efectivamente podríamos ser el mejor país del mundo, porque sumaríamos y multiplicaríamos
y no restaríamos y dividiríamos. Desde la cuna, desde el pupitre, desde el
púlpito o desde donde estemos ¡vale la pena hacerlo!