viernes, 27 de septiembre de 2019

Protestas de protestas


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón ContrerasEstaba escribiendo sobre las protestas sociales que se originan en causas justas y terminan en vandalismo y violencia por la infiltración de agitadores profesionales y tuve que parar para hacer necesarias distinciones. Hay protestas de protestas.

Como javeriano nunca imaginé ver al Esmad entrando un día a nuestro campus universitario echando gases lacrimógenos. Con esa fama de ser una universidad de niños pupis o gomelos, delicaditos e indiferentes ante los problemas sociales, que en vez de piedra tiran sparkies, donde la carrera más difícil de pasar es la carrera séptima, uno qué iba a pensar ver a sus estudiantes en marchas y protestando. Pues bien, parece que las cosas han cambiado.

Y las cosas cambian cuando se mide injustamente con el mismo rasero. El gobierno no puede reprimir la protesta social confundiéndola con actividades terroristas. Porque una cosa es  la reacción masificada, airada y enloquecida del pueblo reprimido en determinadas situaciones en las que las masas manipuladas son capaces de vandalizar: robar, incendiar, destruir, asesinar… y otra cosa es protestar solidariamente, como pasó en estos dias, porque se observa el uso desmedido de la fuerza pública en la universidad del frente, porque se rechaza la intromisión en los campus universitarios afectando gente que no tiene nada que ver, porque los muchachos de la Distrital no quieren más corrupción y deshonestidad y hay que apoyarlos, porque no hay derecho a que jóvenes con las manos arriba gritando “¡no más violencia!” sean agredidos por la policía.

La situación es compleja, de eso no cabe la menor duda, y por eso se requiere sensatez e inteligencia. El llamado “bogotazo” del 9 de abril, con ocasión del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, prácticamente destruyó media ciudad. Por eso me pareció irresponsable lo que le escuché decir hace unas semanas a un político quien, en tono amenazante, advertía que, si algo le pasaba a su jefe, podría generarse una confrontación social similar a aquella de hace 70 años. Eso me hizo pensar cuán peligrosas son estas reacciones masivas donde una pequeña y provocada chispa puede desatar situaciones inimaginadas y cómo, a la hora de la verdad, algo que parece tan espontáneo, en realidad esté fríamente calculado.

En esa misma dirección, pienso que estos estallidos no son gratuitos. Como seres humanos, vamos acumulando traumas, dolores, resentimientos, heridas, complejos, rencores, odios, envidias, necesidades básicas no satisfechas. Somos como una olla de presión que, si no tiene una válvula de escape, un drenaje a todo esto, efectivamente se acumula, se acumula y se acumula tanto, hasta que finalmente estalla. Esto es lo que muchos no miden, ni toman conciencia. Eso es de lo que la clase política abusa: mienten siempre en sus propuestas, roban cuando ejecutan, disfrutan de altos salarios trabajando lo menos, polarizan con sus discursos incendiarios, colman la paciencia de los más débiles y necesitados, aprietan y presionan tanto, hasta que finalmente logran que el pueblo explote y lo haga propiamente de un modo no pacífico y con consecuencias jamás previstas. Lo tragicómico del cuento es que el pueblo pueblo es el que siempre pierde, el que siempre pone los muertos. Son, finalmente, las víctimas de esos que de día generan la desgracia con sus locuaces discursos polarizantes y parecen odiarse e insultarse, pero en la noche departen alegremente como buenos amigos alrededor de unos cuantos whiskys y una suculenta cena.

Las protestas son una saludable expresión que no debe reprimirse, pero quienes las organizan no deben permitir que infiltrados agitadores, extraños aparecidos que emergen de pronto, ocultos sus rostros tras sus capuchas, se apoderen de causas nobles y las distorsionen, generando caos y confusión. Ya en el pasado reciente se denunció a estos sinvergüenzas, se vio claramente de dónde provenían y qué buscaban e incluso las cámaras de televisión registraron quiénes eran los que realmente hacían los daños. ¡Cuidado! Y que tengan cuidado las así llamadas autoridades con las marchas pacíficas que ellos mismos violentan a punta de innecesarias agresiones con chorros de agua, bolillos, gases lacrimógenos y hasta bala. Sus abusos no tienen excusa, resultan intolerables y se vuelven en contra del régimen que dicen defender. La historia lo sabe y quieren repetirla. No se diga más.