José
Leonardo Rincón, S. J.*

Como javeriano nunca imaginé ver al Esmad entrando un día a nuestro
campus universitario echando gases lacrimógenos. Con esa fama de ser una
universidad de niños pupis o gomelos, delicaditos e indiferentes ante los
problemas sociales, que en vez de piedra tiran sparkies, donde la carrera más
difícil de pasar es la carrera séptima, uno qué iba a pensar ver a sus
estudiantes en marchas y protestando. Pues bien, parece que las cosas han
cambiado.
Y las cosas cambian cuando se mide injustamente con el mismo rasero. El gobierno
no puede reprimir la protesta social confundiéndola con actividades terroristas.
Porque una cosa es la reacción
masificada, airada y enloquecida del pueblo reprimido en determinadas
situaciones en las que las masas manipuladas son capaces de vandalizar: robar,
incendiar, destruir, asesinar… y otra cosa es protestar solidariamente, como
pasó en estos dias, porque se observa el uso desmedido de la fuerza pública en
la universidad del frente, porque se rechaza la intromisión en los campus
universitarios afectando gente que no tiene nada que ver, porque los muchachos
de la Distrital no quieren más corrupción y deshonestidad y hay que apoyarlos,
porque no hay derecho a que jóvenes con las manos arriba gritando “¡no más
violencia!” sean agredidos por la policía.
La situación es compleja, de eso no cabe la menor duda, y por eso se
requiere sensatez e inteligencia. El llamado “bogotazo” del 9 de abril, con
ocasión del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, prácticamente destruyó media
ciudad. Por eso me pareció irresponsable lo que le escuché decir hace unas
semanas a un político quien, en tono amenazante, advertía que, si algo le pasaba
a su jefe, podría generarse una confrontación social similar a aquella de hace
70 años. Eso me hizo pensar cuán peligrosas son estas reacciones masivas donde
una pequeña y provocada chispa puede desatar situaciones inimaginadas y cómo, a
la hora de la verdad, algo que parece tan espontáneo, en realidad esté
fríamente calculado.
En esa misma dirección, pienso que estos estallidos no son gratuitos. Como
seres humanos, vamos acumulando traumas, dolores, resentimientos, heridas,
complejos, rencores, odios, envidias, necesidades básicas no satisfechas. Somos
como una olla de presión que, si no tiene una válvula de escape, un drenaje a todo
esto, efectivamente se acumula, se acumula y se acumula tanto, hasta que
finalmente estalla. Esto es lo que muchos no miden, ni toman conciencia. Eso es
de lo que la clase política abusa: mienten siempre en sus propuestas, roban
cuando ejecutan, disfrutan de altos salarios trabajando lo menos, polarizan con
sus discursos incendiarios, colman la paciencia de los más débiles y
necesitados, aprietan y presionan tanto, hasta que finalmente logran que el
pueblo explote y lo haga propiamente de un modo no pacífico y con consecuencias
jamás previstas. Lo tragicómico del cuento es que el pueblo pueblo es el que
siempre pierde, el que siempre pone los muertos. Son, finalmente, las víctimas
de esos que de día generan la desgracia con sus locuaces discursos polarizantes
y parecen odiarse e insultarse, pero en la noche departen alegremente como
buenos amigos alrededor de unos cuantos whiskys y una suculenta cena.
Las protestas son una saludable expresión que no debe reprimirse, pero quienes
las organizan no deben permitir que infiltrados agitadores, extraños aparecidos
que emergen de pronto, ocultos sus rostros tras sus capuchas, se apoderen de
causas nobles y las distorsionen, generando caos y confusión. Ya en el pasado
reciente se denunció a estos sinvergüenzas, se vio claramente de dónde
provenían y qué buscaban e incluso las cámaras de televisión registraron quiénes
eran los que realmente hacían los daños. ¡Cuidado! Y que tengan cuidado las así
llamadas autoridades con las marchas pacíficas que ellos mismos violentan a
punta de innecesarias agresiones con chorros de agua, bolillos, gases lacrimógenos
y hasta bala. Sus abusos no tienen excusa, resultan intolerables y se vuelven
en contra del régimen que dicen defender. La historia lo sabe y quieren
repetirla. No se diga más.