Por José Alvear Sanín*
No acostumbro a recordar batallas perdidas, de
las que llaman “políticamente incorrectas” con el delicioso eufemismo que
condena a la impopularidad lo más conveniente, porque exige disciplina,
esfuerzo y experiencia, mientras lo ligero, fácil, gregario y complaciente,
seduce con fulgurante unanimismo.
Enseñado pues a las perdedoras, cuando Álvaro
Gómez Hurtado se transformó en demagogo proponiendo la elección popular de
alcaldes y gobernadores, desde una columna de opinión que tenía en El Tiempo
empecé mi solitaria oposición a ese despropósito. Pero cuando Carlos Lleras
Restrepo, primero, y luego Alfonso López Michelsen, también se opusieron a esa
reforma populista y prematura, me consideré entre los vencedores.
Falsa ilusión porque las fuerzas de todos los clientelismos
se impusieron en el Congreso, con el apoyo de Belisario Betancur, otro
populista, para descuartizar la unidad nacional, descentralizar el chanchullo,
fortalecer los cacicazgos y blindar los podridos feudos electorales.
Contrariamente a las ilusiones de Gómez
Hurtado, las elecciones locales en Colombia, en lugar de despertar entusiasmo,
interés y amplia participación para vencer la abstención y vigorizar la
democracia, son las que menos atraen a los electores. La concurrencia a ellas
es mínima, como también sucede en la mayor parte de los países.
En la generalidad de los municipios, entre 5 y
10 candidatos se pelean el voto del 20-25% del censo, de tal manera que muchas
veces, con el 7-8% del potencial electoral, quien disponga de más simpatía o de
dinero adelantado por buitres, se alza con la Alcaldía…
Dejando de lado la discusión sobre la
proverbial impreparación y sobre la conveniencia de reemplazar los programas
por las sonrientes caras en infinidad de afiches y vallas, se ve la necesidad
de establecer la segunda vuelta para la elección de alcaldes y gobernadores, porque
nadie está dispuesto a eliminar la elección popular de esas autoridades. Por
allí debería iniciarse la reforma de los gobiernos locales. Con razón Enrique
Gómez Hurtado, mucho más aterrizado que su hermano, decía que por desgracia no
existe borrador en el Derecho Constitucional Colombiano…
En Bogotá las cosas no van mejor, aunque la
candidata gárrula y descobalada puede ganar con apreciable votación, lo que no
es propiamente garantía de nada cuando el ungido es tóxico. Pero en las otras
grandes ciudades y gobernaciones, en octubre corremos el riesgo de ver pésimas
figuras con escasos guarismos ocupando los gobiernos locales.
Todo esto demuestra los efectos perversos de la
demagogia democratera que nadie quiere corregir.
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Como Colombia y China tienen intereses
diametralmente opuestos en Venezuela, nada más desafortunado que coincidir en
el repudio de toda posible intervención militar. Ese comunicado apresurado,
imprudente y gratuito, favorece a Maduro (y a China) y debilita al pueblo
venezolano en su lucha (y a Colombia).
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Con los “juicios de residencia”, la Corona parece
haber sido más eficaz contra la corrupción que la República, desde la
negociación de la deuda inglesa con Francisco Antonio Zea, hasta los
inocultables sobornos de Odebrecht, si nos atenemos al documentado libro
“Imperiofobia y leyenda negra” (Madrid: Siruela; 2016). Con base en los
estudios de Margarita Restrepo Olano, María Elvira Roca Barea nos revela (p.
309):
“En su tiempo se dijo que el famoso virrey
Solís decidió entrar en religión antes de que acabara su mandato, no por haber recibido
una llamada repentina del Altísimo, ni por arrepentimiento de sus muchos
pecados y disipaciones, sino por el miedo que sintió cuando se enteró de que
Fernando VI, su amigo y protector, había muerto, y él, por lo tanto, tenía que
enfrentarse al juicio de residencia sin la confortable protección real. Fue uno
de los juicios más largos y voluminosos de la administración imperial: seis
meses de investigaciones e interrogatorios en más de cuarenta ciudades y
pueblos, y 20.000 folios de instrucción. La sentencia, del 5 de agosto de 1762,
condenó a Solís por 22 cargos, todos relacionados con defraudación y disipación
del erario real”.
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Palabras de Julián Marías que parecen escritas
hoy para Colombia:
“Se intentó contentar a quien sabemos que no se
va a contentar. La amabilidad deviene así debilidad. Y la debilidad conduce a
la derrota (…) Tampoco es posible convencer con razones jurídicas a quien no
esgrime razones jurídicas”.