Por Pedro
Juan González Carvajal*
Debo confesar
que no la he estudiado formalmente, pero me apasiona la economía. Hay autores
muy importantes que son capaces de complicarla hasta el infinito, y otros que la
hacen accesible de una manera amable y pragmática.
He entendido que,
sin haberse aproximado a Marx y a Comte, pues es bobada siquiera tratar de
entender lo que hoy sucede, respetando obviamente a clásicos como Smith y
Ricardo.
Sin embargo,
como aprendiz de brujo, debo resaltar la gran influencia que ejerció en mí don
Hernán Echavarría Olózoga con su extraordinario texto “El sentido común de
la economía”, escrito a finales de los años 50 y que es una verdadera joya
por lo didáctico y profundo en su desarrollo.
Recientemente el
doctor Eduardo Lora nos deleita con su “Economía esencial de Colombia”,
texto de obligatoria lectura para quienes quieren entender que ha pasado con el
manejo de la economía colombiana.
Ambos autores
rescatan la necesidad de darle un verdadero revolcón al campo colombiano
sobretodo en temas relacionados con el adecuado uso y destino del suelo, así
como enfrentar y resolver los temas complejos de la propiedad y tenencia de la
tierra y de la necesidad de motivar al uso productivo de la tierra, al proponer
combatir el engorde de tierras no productivas, mediante el incremento del
impuesto predial, como etapa previa a un proceso de expropiación. Al respecto
reconozcamos que no hay nada mejor, para que algo se haga, que una buena
motivación. Lo anterior suena muy duro, pero es la realidad.
Bajo el título
de “Vocación agrícola desperdiciada”, desarrolla el doctor Lora en uno
de sus apartes: “Las tierras de vocación agrícola ocupan una extensión de
21,5 millones de hectáreas, cerca de la quinta parte de todo el territorio
nacional. La mayoría de esas tierras están en las regiones Andina, Interandina
y Caribe. Más o menos la mitad sirven para cultivos intensivos permanentes o
transitorios, mientras que la otra mitad son tierras con fuertes pendientes,
que requieren para su uso sostenible que se combinen el componente agrícola con
el forestal. El café, el cacao y los frutales son adecuados para estas tierras.
Actualmente se utiliza en cultivos apenas una tercera parte de las tierras con
vocación agrícola. Las mayores extensiones están ocupadas por café (0,9
millones de hectáreas), palma de aceite (0,6), plátano (0,4) y maíz tradicional
(0,4). Se calcula que las plantaciones de coca (que son ilegales) ocupan 0,2
millones de hectáreas, pero la mayoría en tierras que no tienen vocación
agrícola… En cambio, demasiadas tierras sin vocación ganadera se utilizan para
pastos: 24.8 millones de hectáreas, de las cuales solo unos 10 millones de
hectáreas son adecuadas para este uso. La productividad de estas tierras es
bajísima: apenas sostienen 21,5 millones de cabezas de ganado bovino y unos
tres millones de otras especies (principalmente porcinos y equinos). Recordemos
que un estándar internacional habla que debe haber una o dos cabezas de ganado
por habitante, lo cual quisiera decir que de acuerdo con los resultados del
último censo, partiendo de que somos 48.3 millones de habitantes, deberíamos
tener entre 96 y 144 millones de cabezas de ganado para poder hablar de que
somos un país ganadero, lo cual a todas luces está muy lejano”.
“En las
tierras más fértiles, como son las del Valle del Cauca, se consiguen altos
rendimientos por hectárea para los estándares internacionales, en particular en
caña de azúcar. También es alto el rendimiento de otros productos de
exportación como café, bananos y palma de aceite. Productos tradicionales de la
agricultura colombiana como la papa o el arroz, tienen rendimientos semejantes
al promedio mundial, excepto en el caso del maíz, cuyo rendimiento es muy
bajo…...”.
El apoyo que
recibe del gobierno la agricultura colombiana no es despreciable, gracias al
cabildeo permanente de los diferentes gremios del sector agrícola.
No sobra
observar los precios internos comparados con los precios externos, donde los
consumidores finales, soportamos en muchos casos las ineficiencias internas o
la protección de los ingresos de los grandes empresarios agrícolas, pagando
unos precios mayores por productos locales, pudiéndose traer de otras latitudes
a menores precios. El proteccionismo sigue siendo una herramienta de nuestra
clase política para lograr sostener una relativa gobernabilidad, sabiendo que
estrategias proteccionistas o subsidios permanentes para cualquier caso, son
insostenibles.
Un resultado
global nos muestra que hasta hace unos años Colombia era considerada por la FAO
como despensa de la humanidad, categoría que perdimos recientemente al
evidenciarse que estamos importando un poco más del 50% de los alimentos que
consumimos.
Estamos
desperdiciando varias ventajas estratégicas: la primera, al poseer la única
cordillera intertropical del planeta, tenemos acceso a todos los pisos térmicos
existentes durante todo el año, lo cual nos permitiría mediante una adecuada
planificación, tener cualquier variedad de productos durante todo el año. Las
tierras de La Mojana son consideradas por la propia FAO como una de las cinco
regiones más fértiles del planeta, entre las cuales se encuentra el Delta del
Nilo, que todos sabemos lo que ha significado para la humanidad. Y digan lo que
digan y decidan lo que decidan nuestros ilustres y genuflexos gobernantes, el
uso del glifosato hace que el veneno llegue a las fuentes subterráneas o a las
quebradas o los ríos, lo cual nos envenena al generarse el ciclo perverso de
siembra, riego, consumo e intoxicación.
Por último,
hablar de productos con sello verde, usando glifosato por aspersión aérea es
una falacia.
NOTA: Ante el anuncio de
la administración Municipal de intervenir las glorietas de San Diego y Palacio
de Exposiciones para mejorar la movilidad de la 33, se pierde una de las pocas
fuentes con que cuenta la ciudad. En este aspecto, Medellín no ha podido
consolidar una verdadera cultura por las fuentes, que alegran y refrescan el
paisaje y que hoy serían un complemento ideal para los exitosos “Corredores verdes”.