Por Andrés de Bedout
Jaramillo*
Aunque, desde que me jubilé hace unos meses,
aprovecho para salir a paseos y aventuras con los amigos que me he ido
reencontrando en la vida y ni hablar de los nuevos que me voy encontrando en el
camino. En este tiro nos fuimos para Isla Fuerte en el Caribe.
Viajamos por la carretera a Urabá, unas dos
horas más de camino que por la carretera tradicional por la que siempre se
viaja a la costa.
La diferencia entre ambas la hacen los paisajes
y la soledad, espectacular y misteriosa en su recorrido.
Isla Fuerte pertenece al departamento de Bolívar
y fue descubierta hace como ciento diez años, por cuatro pescadores que
salieron de faena desde la Isla de Barú. Encontraron tierra, vegetación y agua
dulce, regresaron por sus familias y se repartieron la isla entre los cuatro.
Hoy tiene como tres mil habitantes, que
realmente en época fría de turismo no se ven, como tampoco se ven policías, ni cura,
solo una paz y una tranquilidad, donde el ruido de la brisa, el mar y el
intenso sol hacen como si el tiempo se detuviera.
Esta espectacular situación ha ido generando
una serie de emprendimientos, hoteles para el disfrute de la paz y la
tranquilidad, que solo la naturaleza nos puede dar.
Personas jóvenes del interior de nuestro país y
de otros países, se han ido instalando en la isla y con intención de quedarse,
trabajando en los hoteles que allí existen, para todos los gustos y estratos,
atendiendo turistas nacionales y extranjeros.
La demanda le ha abierto las puertas a particulares
que hoy tienen sus contratos fijos en los programas eco turísticos, con
meditación, yoga, comida sana y silencio, que están tan de moda entre los
jóvenes.
Hace como diez años, aprovechando una laguna de
agua dulce, trataron de montar el acueducto, que al parecer no funcionó. Hoy se
sigue utilizando el agua gorda, que no permite que el jabón haga espuma, pero
abunda en la zona por el nivel freático natural y sirve para el aseo. Además, almacenan
agua lluvia para el consumo y la preparación de los alimentos.
También montaron una planta de energía solar,
que al parecer no tiene las baterías suficientes que permitan un cómodo
abastecimiento. La energía sigue siendo la que generan las viejas plantas
Lister de toda la vida, que a bajas revoluciones, abastecen los generadores que
permiten las comodidades que nos regala la energía eléctrica.
Nos encontramos con unos amigos que llegaron de
Cartagena en un velero de unos 30 años de construido, en perfecto estado, con
todas las ayudas para la navegación a vela. Nos permitieron acompañarlos en su
regreso a Cartagena, francamente no duramos mucho, la sensación de mareo nos
pudo. Definitivamente navegar, no es como en las películas, el vaivén del barco
requiere de mucha paciencia, concentración y no ser propenso ni al desespero ni
a la claustrofobia. Cualquier barco es muy pequeño frente a la inmensidad del
mar y si bien la vela principal izada mitiga un poco el vaivén, cuando no hay
viento, el mareo y esa rara sensación, por lo menos a mí no me gustó, y eso que
fue mucho lo que navegué en el Pacifico y en el Caribe con mi hermano Santiago
consiguiendo pescado y langostas.
Ya no se ven en el fondo del mar la cantidad de
pescados, corales, caracoles y demás especies que hace 45 años veíamos; antes
nuestra fuente de ingresos era el mar, hoy son los cultivos de peces. Todo
cambio, ¿que más seguirá en el futuro?