Por Antonio Montoya H.*
La semana pasada llegó a mí, y
seguramente a otras miles de personas, un WathsApp, en el que se burlan de la Fiesta
de las Flores, que enaltece a Antioquia. Desde una emisora radial, varios
periodistas al parecer amplificaron este comentario, y lo digo así porque no he
tenido la oportunidad de escuchar el audio y verificar si realmente fue cierto
o no lo descrito en el mencionado escrito. Por tanto, quedaría muy mal de mi
parte ir lanza en ristre contra ellos sin saber si es una mentira más de las
noticias o es verdad lo allí expuesto sobre Antioquia y obviamente su raza.
Lo que sí deseo es aprovechar
este artículo para manifestar que he tenido la oportunidad de recorrer el
territorio nacional en razón de mi trabajo y conversar con los ciudadanos de
esas regiones constatando una realidad: los antioqueños son reconocidos por su
trabajo, constancia y perseverancia para lograr objetivos, no hay nada
imposible y su tesón permite que nadie dude de ello. Reconozco que también
hemos tenido nefastos hombres que hacen daño a la buena, sencilla y orgullosa imagen
del antioqueño, los cuales no quiero mencionar, pero su solo recuerdo produce
tristeza, porque generaron muerte, violencia, y un afán de riqueza inmediato
sin trabajo arduo.
Solo es mirar la historia de
los antioqueños que con sus mulas, palas, azadones y machetes iniciaron una
nueva travesía a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, desde Marinilla,
El Retiro, Abejorral, La Ceja y Rionegro, región conocida como el oriente
antioqueño, y con sus familias fueron en busca de una nueva vida y llegaron a
colonizar las tierras de Caldas, Tolima, y lo que hoy es Risaralda y Armenia.
Conquistaron con su trabajo tierras indómitas, montañas agrestes, bosques que a
punta de machete lograron pasar. Se asentaron en territorios después de
sembrar, construir casas de corredores, con hermosos balcones en madera, que
hoy son orgullo de la tierra. En los primeros treinta años del siglo veinte
lograron formar familias con la indomable estirpe del antioqueño, trabajo y más
trabajo, familia y honor, hasta que el desarrollo, abriendo caminos por el paso
de las mulas, permitió traer máquinas y equipos con los que construyeron ciudades
donde se asentaron y multiplicaron la herencia antioqueña.
Cada antioqueño tiene recuerdos
de sus ancestros en los pueblos que vivieron, de las historias que allí se
desarrollaron y donde convivieron en paz hasta que la violencia los separó de
sus tierras y los llevó a poblar la gran ciudad de Medellín, donde creyeron
tener mejores oportunidades y evitar la muerte inminente. Así desarraigados del
territorio, pero no vencidos, abrieron nuevos caminos, no se quedaron rumiando
la derrota, gestaron comercios de abarrotes, luego cadenas de almacenes y se convirtieron
en constructores, industriales, empresarios, líderes populares, estadistas y
fueron ellos y su estirpe, quienes llegaron a cada lugar del vasto territorio
colombiano y se afincaron en esos lugares. Pero no fueron egoístas, ni
marrulleros, abrieron sus brazos a los demás y se volvieron valiosos en cada
sitio; por ello es que Antioquia, vale la pena; los paisas reconocen a Dios, la
familia y el trabajo como su razón de ser, por ello, aunque nos equivoquemos,
al final no perdemos el Norte, y enfocamos el andar buscando destinos
nacionales prósperos para todos.
Los antioqueños, son
orgullosos, pero no envidiosos, trabajadores, pero valoran el descanso,
deportistas competitivos, pero saben perder, reconocen el triunfo del otro y su
merecimiento. Son nobles, su hablar y caminar no cambia, saben de todo y lo
prueban, entienden que hacen parte de un gran país y que no se quiere estar
fuera de él, pero proclama mayor autonomía.
Es el departamento que puede
mostrar con orgullo que el dinero de los impuestos se ve traducido en obras y
desarrollo, aunque existen focos de corrupción y hay que acabar con ellos a las
buenas o a las malas, y que están convencidos de que una convivencia sana es lo
mejor para todos. Por ello, no comparten con los bandidos, narcos, secuestradores,
extorsionadores y todos aquellos que tratan de esquilmar el dinero de la gente
y afectan la imagen antioqueña.
Es una raza, con mezcla indígena,
afro y española, como todas las regiones colombianas, pero que mantiene el
orgullo vivo. Por ello, en la Fiesta de la Flores se celebra la historia
antioqueña, con el sombrero, el poncho, la ruana, el caballo, las flores y los
pájaros, ambientados por música, danza, alegría y jolgorio, celebrando la
historia y el futuro, en convivencia pacífica, como ocurrió en estos días sin
hechos graves que lamentar.
Viva Antioquia y sus
antioqueños, que estamos abiertos a la amistad, al
trabajo y al amor en cualquier lugar al que la vida nos lleve, respetando al
semejante y construyendo con ellos nuevas vidas.
*Título inspirado en el poema de Jorge Robledo Ortiz
*Título inspirado en el poema de Jorge Robledo Ortiz