lunes, 12 de agosto de 2019

"Qué orgulloso me siento"*


Por Antonio Montoya H.*


Antonio Montoya H.
La semana pasada llegó a mí, y seguramente a otras miles de personas, un WathsApp, en el que se burlan de la Fiesta de las Flores, que enaltece a Antioquia. Desde una emisora radial, varios periodistas al parecer amplificaron este comentario, y lo digo así porque no he tenido la oportunidad de escuchar el audio y verificar si realmente fue cierto o no lo descrito en el mencionado escrito. Por tanto, quedaría muy mal de mi parte ir lanza en ristre contra ellos sin saber si es una mentira más de las noticias o es verdad lo allí expuesto sobre Antioquia y obviamente su raza.

Lo que sí deseo es aprovechar este artículo para manifestar que he tenido la oportunidad de recorrer el territorio nacional en razón de mi trabajo y conversar con los ciudadanos de esas regiones constatando una realidad: los antioqueños son reconocidos por su trabajo, constancia y perseverancia para lograr objetivos, no hay nada imposible y su tesón permite que nadie dude de ello. Reconozco que también hemos tenido nefastos hombres que hacen daño a la buena, sencilla y orgullosa imagen del antioqueño, los cuales no quiero mencionar, pero su solo recuerdo produce tristeza, porque generaron muerte, violencia, y un afán de riqueza inmediato sin trabajo arduo.

Solo es mirar la historia de los antioqueños que con sus mulas, palas, azadones y machetes iniciaron una nueva travesía a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, desde Marinilla, El Retiro, Abejorral, La Ceja y Rionegro, región conocida como el oriente antioqueño, y con sus familias fueron en busca de una nueva vida y llegaron a colonizar las tierras de Caldas, Tolima, y lo que hoy es Risaralda y Armenia. Conquistaron con su trabajo tierras indómitas, montañas agrestes, bosques que a punta de machete lograron pasar. Se asentaron en territorios después de sembrar, construir casas de corredores, con hermosos balcones en madera, que hoy son orgullo de la tierra. En los primeros treinta años del siglo veinte lograron formar familias con la indomable estirpe del antioqueño, trabajo y más trabajo, familia y honor, hasta que el desarrollo, abriendo caminos por el paso de las mulas, permitió traer máquinas y equipos con los que construyeron ciudades donde se asentaron y multiplicaron la herencia antioqueña.

Cada antioqueño tiene recuerdos de sus ancestros en los pueblos que vivieron, de las historias que allí se desarrollaron y donde convivieron en paz hasta que la violencia los separó de sus tierras y los llevó a poblar la gran ciudad de Medellín, donde creyeron tener mejores oportunidades y evitar la muerte inminente. Así desarraigados del territorio, pero no vencidos, abrieron nuevos caminos, no se quedaron rumiando la derrota, gestaron comercios de abarrotes, luego cadenas de almacenes y se convirtieron en constructores, industriales, empresarios, líderes populares, estadistas y fueron ellos y su estirpe, quienes llegaron a cada lugar del vasto territorio colombiano y se afincaron en esos lugares. Pero no fueron egoístas, ni marrulleros, abrieron sus brazos a los demás y se volvieron valiosos en cada sitio; por ello es que Antioquia, vale la pena; los paisas reconocen a Dios, la familia y el trabajo como su razón de ser, por ello, aunque nos equivoquemos, al final no perdemos el Norte, y enfocamos el andar buscando destinos nacionales prósperos para todos.

Los antioqueños, son orgullosos, pero no envidiosos, trabajadores, pero valoran el descanso, deportistas competitivos, pero saben perder, reconocen el triunfo del otro y su merecimiento. Son nobles, su hablar y caminar no cambia, saben de todo y lo prueban, entienden que hacen parte de un gran país y que no se quiere estar fuera de él, pero proclama mayor autonomía.

Es el departamento que puede mostrar con orgullo que el dinero de los impuestos se ve traducido en obras y desarrollo, aunque existen focos de corrupción y hay que acabar con ellos a las buenas o a las malas, y que están convencidos de que una convivencia sana es lo mejor para todos. Por ello, no comparten con los bandidos, narcos, secuestradores, extorsionadores y todos aquellos que tratan de esquilmar el dinero de la gente y afectan la imagen antioqueña.

Es una raza, con mezcla indígena, afro y española, como todas las regiones colombianas, pero que mantiene el orgullo vivo. Por ello, en la Fiesta de la Flores se celebra la historia antioqueña, con el sombrero, el poncho, la ruana, el caballo, las flores y los pájaros, ambientados por música, danza, alegría y jolgorio, celebrando la historia y el futuro, en convivencia pacífica, como ocurrió en estos días sin hechos graves que lamentar.

Viva Antioquia y sus antioqueños, que estamos abiertos a la amistad, al trabajo y al amor en cualquier lugar al que la vida nos lleve, respetando al semejante y construyendo con ellos nuevas vidas.

*Título inspirado en el poema de Jorge Robledo Ortiz