Por John Marulanda*
Las guerras entre hermanos se dan por la sucesión o la herencia. Lo mismo
sucede con el poder, especialmente en estas subculturas políticas en donde cada
uno se siente el iluminado, el providencial, el salvador. Así evolucionamos,
debido a una dieta escasa en proteínas y así nos educó el catolicismo: más
Providencia que previsión.
Todo relevo de alto mando conlleva tires y aflojes, lealtades y traiciones,
dudas y desgastes. Las turbulencias sucesorales de nuestro Ejército
Bicentenario no son nuevas. Desde 1800 con José María Córdova hasta los 60 con
el General Revéis Pizarro. En los 90 fui testigo de excepción de la
transición Bedoya-Bonnet. Complicado asunto.
Algunos oficiales, boquiabiertos por la paz santista, la doctrina Damasco y
la OTAN, se resisten a aceptar la reavivación del conflicto que los obliga a
dejar sus cómodas oficinas para volver a la tienda de campaña, al estrés
operacional, a la incertidumbre jurídica. Esos comodones herederos de la
narcofarsa habanera lloriquean bajo el peso del fusil y tratan de socavar la
intención del actual comandante del ejército de liderar la fuerza en el terreno
de la realidad. Para la mamertada, no es conveniente un ejército combatiente
sino un ejército combatido; para la prensa interesada, probables generales
corruptos son una buena cortina de humo para escándalos mayores como el de
Odebrecht y la reelección de Santos, y para ciertos políticos, eso de ser la
institución más apreciada, no es conveniente, además de mortificante.
A lo anterior se agrega la ladina manipulación de la izquierda al asunto de
la sanidad militar. Así, mientras el mando se desgasta, la tropa se desanima
sin certeza hospitalaria y el brazo armado fariano se fortalece con el
narcotráfico y la minería ilegal. Ahora empezó el hostigamiento contra de la
Dirección Nacional de Inteligencia por parte de reconocidos comunistas.
No se trata de encubrimiento: la milicia es “profesión de hombres honrados”
y quienes hayan trasgredido los límites disciplinarios, administrativos y/o
penales, deben ser severamente sancionados.
Urgen carácter, decisión y mano fuerte para evitar que la institución siga
en el camino de la politización inoculada por Santos y su mando, pues sería
sumamente grave para la existencia misma de la nación. “Si por mí fuera, yo
desaparecería el ejército y lo convertiría en guardia nacional”, dijo hace
pocos días López Obrador. Aquí, algunos desean hacer lo mismo para transformar
los militares en guardia pretoriana de alguna nomenklatura criolla. Como en
Venezuela.