viernes, 12 de julio de 2019

Matrimonios felices


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Por estos días, varias parejas amigas están celebrando sus aniversarios de vida matrimonial: 25, 30, 50… años de vivir juntos… una grata noticia que para muchos no deja de ser sorprendente, por no decir, increíble.

Y es que en un mundo donde todo es desechable, el matrimonio también lo es. Las cifras no son halagüeñas: de cada 10 matrimonios católicos, antes de dos años, 6 se han separado. Para colmos, Colombia es el primer país del mundo donde la gente no quiere casarse. Le hemos hecho tan mala fama a contraer nupcias que se habla jocosamente de “matricidio”, se despide a los solteros casi que haciendo luto por la pérdida de libertad que van a tener y es abrumadora la cantidad de memes y chistes para dejarlo en ridículo, veamos sólo cuatro:

*“Estos 10 años contigo me han parecido como 10 minutos… ¡debajo del agua!”
*“Padre, me vengo a confesar de que estoy casado. Hijo, pero eso ¡no es pecado! Entonces, padre, ¿por qué estoy tan arrepentido?
*“Mi apreciado amigo Pedro, después de muchos años de sufrimiento, finalmente descansa en paz. El cuerpo de su esposa será velado hoy a partir de las 16 horas…”
*“Había una vez un hermoso príncipe, que le preguntó a la bella princesa: ¿te quieres casar conmigo? Y ella le respondió: ¡Noooo! Y el príncipe vivió feliz por siempre…”

Son chistes, pero en el fondo expresan que el matrimonio no deja de ser algo duro de vivir. “Con razón, ustedes los curas viven felices, claro, no están casados”, alguien me dijo una vez.

El hecho es que cuando me buscan parejas de jóvenes palomos enamorados para que los case, comienzo por advertirles que está mal dicha la expresión: “a mí me casó el padre tal”. No, uno no los casa, uno presencia el matrimonio, es decir, uno es apenas testigo de tal acontecimiento. Quienes se casan son ustedes. El matrimonio es una institución antropológica y sociológica que ha existido desde siempre y a la que Jesucristo y su Iglesia le dan el carácter de sacramento excelso del amor humano. Además, es el único de los siete sacramentos donde el ministro no es el diácono, presbítero u obispo, sino la pareja misma de contrayentes. A propósito, otra nota de humor entre una pareja de ancianos esposos: “Amor, le dice la señora, ¿sabes que murió el padre que nos casó? Y contesta el viejo: ¡el que la hace la paga!”. Ya saben entonces, dónde recae la responsabilidad.

Enseguida, trato de disuadirlos de su decisión: ¿para qué quieren casarse, para separarse pronto, cuando descubran que dizque no son compatibles? Para esa gracia, firmar un contrato a término fijo con cláusulas bien claras y así se ahorran todo ese platal de la boda y el show comercial que a su alrededor han inventado. Pero ellos tercamente insisten: “Es que queremos hacerlo delante de Dios y que Él nos bendiga”. Ahhhhh eso es otra cosa, eso es diferente, ahí sí está el meollo del asunto. Las cosas como son. Nada más parecido a Dios mismo en su Trinidad santísima que el matrimonio, donde los tres, siendo personas distintas, confluyen en una única unidad. Ella, Él, el Amor mismo de Dios. ¡Qué realidad tan sublime!, ¡qué maravillosa resulta esta unión cuando Dios está en medio y se constituye en ese “pegamento” que los ayuda a estar unidos, dando razón y sentido, dando fortaleza y ánimo, permitiendo vivir real y no dulzarrona o románticamente lo que es el auténtico amor, como bellamente lo describe San Pablo a los Corintios.

Insisto mucho en la importancia de conocerse a fondo para no quedarse en el barniz externo de las apariencias. Todo eso se cae algún día, se desenmascara, se pone en evidencia la cruda realidad. El matrimonio no es entre ángeles sino entre seres humanos cargados de fragilidades y limitaciones. No entre seres perfectos, pero si perfectibles en la medida que se propongan crecer y madurar juntos.

De manera que lograr llegar a estos aniversarios es un auténtico testimonio de fidelidad y perseverancia. ¿Quién dijo que estos años han sido fáciles? Bástele preguntarles para corroborar que lo dicho en la fórmula de los votos ha sido cierto: en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y tristezas, en la riqueza y la pobreza… quienes lo han vivido saben que bien valió la pena. Y yo le doy gracias a Dios por todas esas parejas que han caminado juntas por años, han trasegado caminos de todo tipo, han luchado por salir adelante en pareja, se han enriquecido con la bendición de los hijos, no han claudicado ante las dificultades. Dios ha ocupado un puesto relevante en sus vidas. La fe los ha sostenido, la esperanza los ha alentado y el amor los ha nutrido. El matrimonio también es una vocación y de realizarse es para ser felices en ella. El que quiere azul celeste, que le cueste. ¡Vale la pena!