José Leonardo Rincón, S. J.*
Un error garrafal en la educación colombiana ha sido ir suprimiendo las
asignaturas de corte humanístico. Hemos perdido en los pensum, entre otras:
geografía, educación cívica, urbanidad, religión y, en la práctica, ética y
valores y hasta la misma historia. Pareciera, en un contexto global pragmático neoliberal
capitalista, que son las ciencias “duras” las prevalentes pues, al fin de
cuentas, son las que resultan económicamente rentables. Las otras, las ciencias
sociales y las ciencias humanas han pasado a ser cenicientas venidas a menos
pues: ¡no dan réditos! Sobre esto, hace un par de años, se pronunció Martha
Nussbaum en su “Lectio inauguralis”
en la Universidad de Antioquia, de modo que no es una queja personal de
coyuntura.
Con todo, sí que me producen cierta nostalgia las clases de historia que
nos diera la profe Ileana Cifuentes en el colegio. Había que verla con qué conocimiento,
con qué erudición, pero, sobre todo, con qué pasión nos narraba aquellas gestas
libertarias que tuvieron su culmen entre el 25 de julio y el 7 de agosto de
1819. Rondón con su docena de famélicos pero valientes lanceros aniquilando a
Barreiro, Bolívar ayudado por el pequeño Pedro Pascasio Martínez unos días
después en el emblemático puente donde se selló nuestra causa, firme como
estuvo, para no caer seducido ante el soborno propuesto. Vibrábamos de emoción
al oírla. No existían los medios audiovisuales, sólo su voz que realmente nos
“enpeliculaba”.
En estos días en los que estamos celebrando los 200 años de nuestra
independencia de España, nada más destemplado precisamente que su celebración.
¿Quién habla de ello con entusiasmo? Algunos pocos, porque el gobierno
prácticamente nada, ocupado como ha estado todo este año en seguir mirando
miopemente el retrovisor, sólo para alcanzar a ver que todo lo malo que le pasa
a este país es culpa de Santos.
¡Celebraciones las de hace 50 años con ocasión del sesquicentenario! Gobernaba
Lleras Restrepo y sí que le dio la importancia y la trascendencia que merecía
la ocasión. Yo era muy niño, pero recuerdo haberlo vivido muy cercana y
emocionadamente en el taller de escultura del maestro Gerardo Benítez, quien le
ayudó a Rodrigo Arenas Betancur en la elaboración en bronce de dos de los
caballos con sus respectivos lanceros que hacen parte de la monumental obra que
se yergue majestuosa en el Pantano de Vargas. Bustos y estatuas, medallones,
monedas y estampillas, actos conmemorativos de toda especie, conferencias,
publicaciones, programas radiales y televisivos, la remodelación del monumento en
el así llamado Puente de Boyacá, mejor dicho, qué contraste con las
desmirriadas pichurrias de estos días.
Algunos columnistas y también periodistas irónica y ácidamente podrán decir
que nos liberamos de España para caer en la dependencia de los Estados Unidos y
que, por eso, celebrar qué y para qué, si nuevamente no somos libres. No les
falta razón. La patria boba no fue solamente la de 1810-1816. Hoy día se repite.
Otrora, fue la incapacidad de ser auténticamente libres: ¡independencia!
gritamos desde el pintoresco balcón esquinero, pero las luchas por el poder y
los celos intestinos, abrieron las puertas para que Sámano y Morillo volvieran a
tomar posesión, aprovechando el río revuelto. Hoy, la incapacidad de vivir en
paz: ¡firmamos los acuerdos de paz!, gritamos entre exhaustos por la guerra e
incrédulos de que fuera realmente posible, pero nuevamente los celos y las
envidias y las luchas por el poder, abren sus puertas para que otros se
aprovechen del río revuelto.
¡Por eso tan grave suprimir la historia y las humanidades en nuestras
aulas! Porque ignorar la historia es condenarse a repetirla. No lo duden un
solo instante. Y eso es lo que los nuevos traidores de la patria quieren. Que
no conozcamos nuestra historia. Que no pensemos críticamente. Que acabemos la
memoria. Entre más torpes políticamente seamos, mejor, así pueden manejarnos a
su antojo. Todo el que piense distinto será condenado como mamerto comunista y
vasallo del desastroso castrochavismo, De esta manera, un escaso bachiller
puede acceder a la presidencia del congreso, para hacer sus sucias jugaditas, desde
tirarse el acto de posesión presidencial, los trámites de las leyes
anticorrupción y de la implementación de la JEP, hasta sabotear el derecho a la
réplica de la oposición.
Quisiera yo celebrar los 200 años de aquella primera libertad, pero no
le dan mucha importancia. Es que Bolívar, como era venezolano, seguramente fue
una versión anticipada de Chávez y es mejor no recordarlo, no sea que sea el
precursor de la revolución bolivariana y, por ende, peligroso insurgente. Y no
se evoque a Santander, su cómplice local. Ni a Sucre, ni a Páez, ni a Córdova,
ni a Girardot, ni a Maza, ni a Padilla… todos esos y sus secuaces que los
precedieron como Torres, Caldas o Nariño, eran comandantes de frentes
subversivos. Mejor olvidarlos. Al establecimiento criollo, obsecuente y sumiso del
reyezuelo extranjero, no le conviene que el pueblo piense y sea libre, que
conozca su historia, no vaya a ser que nos convirtamos en una nación poderosa,
grande y soberana. ¿Será que habrá que esperar otros 200 años?