viernes, 5 de julio de 2019

El canibalismo existe


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Quienes pensaban que la antropofagia había sido superada y que era cuestión de algunas tribus indígenas en otras latitudes, o de películas como la de Hannibal Lecter, o de extremo recurso empleado por algunos para poder sobrevivir en Los Andes australes, se equivocan. El canibalismo existe todavía y está más en auge de lo que uno se podría imaginar. Por supuesto, no de modo literal, sino como manera de proceder en el ámbito cotidiano.

De la segunda lectura de la eucaristía dominical pasada, precisamente me llamó la atención esta frase de San Pablo a los Gálatas: “…si se atacan como fieras, terminarán devorándose unos a otros” (Ga 5, 15). Sin duda, es un recurso literario, pero también un retrato de lo que pasaba entonces y sigue pasando ahora: el delicioso, por no decir exquisito, placer de comer prójimo, que algunos llevan al extremo: matan y comen del muerto.

Generalmente esta práctica está extendida por todas partes, quizás más notoria en unas partes que en otras. Otrora echaban el cuento de que, en nuestro país, por ejemplo, había subculturas o regiones donde la gente era frentera y directa, en tanto en otras, era solapada e hipócrita. Puro cuento, puros clichés culturales. En todas partes hay de todo. Personalmente conozco prácticamente todo el país y he vivido por años en muy diversas regiones. En todas, he visto de todo, de manera que el cuentico aquel, he ratificado que era eso, cuento.

El canibalismo criollo se alimenta de lo políticamente correcto. Ya hablamos el otro día de las náuseas que me provocan quienes defienden y justifican tan postizo comportamiento. En el feliz meme que circula por las redes sociales, la niña le pregunta a la mamá qué significa ser políticamente correcto y la aguda y sabia madre le responde: “renunciar a tu propio criterio para conseguir la falsa aceptación de una mayoría de imbéciles”. De manera que hacer lo contrario es un error estratégico para los carreristas y cortesanos obsecuentes que pululan buscando trepar en sus aspiraciones de poder, por ejemplo.

Personalmente no me ha ido bien siendo sincero, claro y directo. Corrijo: o me ha ido muy mal o me ha ido muy bien. Por eso los odios y también los amores. Por eso, la imposibilidad de ser “monedita de oro” o “perrito de toda boda” para todos. Por más que uno camine como pisando huevos o se ponga guantes de seda, se pisan callos, se vuelve incómodo. Ser honesto y transparente resulta costoso y termina pasando factura. Es mejor no decir lo que realmente se piensa, al menos de frente. Se consideraría por algunos ser maduro y prudente, ¡qué aberración!

Podría traer a colación decenas de ejemplos de esos que a diario observa uno en la convivencia humana donde a la persona le dicen una cosa en su cara y apenas voltea la espalda comentan en corrillo otra completamente distinta. Eso es el canibalismo, la absoluta incapacidad de decir las cosas como son, a quien tiene que decírselas, en el momento oportuno, del modo correcto, en el lugar indicado. Recuerdo a un notable conferencista que tuvo un debate público con otro no menos importante. Al final, en el círculo de “amigos”, le criticaban sus posturas, haber abordado asuntos en su concepto erráticos, pero apenas el referenciado hizo su aparición, los cínicos aquellos lo felicitaron: ¡estuviste maravilloso, qué exposición tan brillante, te luciste! ¿A quién creerle: a los caníbales aquellos o a los políticamente correctos?

La cuestión pareciera ser patológica, pero hay quienes la defienden y hasta justifican como natural y obvia en personas que, impotentes para mostrarse auténticos, necesitan desahogarse drenando su veneno de esta manera. No me parece. No comparto, no me gusta, me incomoda, me fastidia rajar de la gente: del vestido que lleva, de su físico, de su manera de ser, de las cosas que tiene, de la forma como habla, de lo que hizo o dejó de hacer… nunca de frente, siempre a sus espaldas, casi siempre acompañado de comportamientos hipócritas. Podrá existir y ser muy socorrida la práctica, pero comer prójimo me hace daño, me cae pesado, me indigesta.

Nada más hermoso y más grato que ser como Natanael, aquel de quien Jesús dijo que era un israelita de verdad, porque en él no había engaño. Nada más satisfactorio que ser uno mismo expresando lo que uno piensa y siente, sin máscaras rituales, sin lenguas viperinas, sin antropofágicos banquetes donde despellejan a los demás y se los comen enteritos. Nada mejor que decir las cosas de frente. Eso tiene su costo político, pero se duerme mejor, no hay gastritis, no hay migrañas y, sobre todo, se siente uno auténtico y muy libre.