Por John Marulanda*
Ningún otro medio de comunicación tiene la carga emocional de la radio. Es
la voz humana potenciada por electromagnetismo. Y por supuesto, ha sido
utilizada como arma de guerra. La usó Goebbels para difundir el hitlerismo; la
empleó el Kremlin para expandir el estalinismo; la explotaron los japoneses y
los vietcongs para desmoralizar a las tropas enemigas. Desde Cuba, Radio
Rebelde animó a los terroristas del ELN y desde Albania, Radio Tirana alentó
los del EPL. Las ondas hertzianas también han sido empleadas como medio de
educación y Radio Sutatenza, la de monseñor Salcedo, durante 70 años ha
instruido a miles de campesinos.
Lo que opino no es especulativo ni académico, sino extraído de la
experiencia de varios años cuando creamos la primera emisora del Ejército en la
década de los 80 y la operamos en Cimitarra, Belén de los Andaquíes y El Bagre.
En Chaparral e Ituango, ya están al aire dos de las 20 emisoras que el gobierno
Santos entregó a las Narcofarc en la Habana. Serán emisoras tácticas, de
campaña ideológica disfrazada de paz, y anticipo que refinarán los contenidos
de La Voz de la Resistencia fariana, que trasmite en la frontera
colombo-ecuatoriana y la de Radio Antorcha del ELN, en la colombo-venezolana.
Estas plataformas de guerra sicológica, que pueden llamarse La Habana
Cadena Radial, difundirán los discursos “por la paz” de los cabecillas y
parlamentarios de las Narcofarc, exigirán el cumplimiento de los acuerdos,
demeritarán la fuerza pública, criticarán la fumigación aérea con glifosato,
acicatearán la insatisfacción contra la ineficacia del gobierno, llamarán a la
resistencia y alebrestarán a comunidades campesinas, indígenas y negras en
contra del orden y el Estado.
Burócratas facilistas intentan restarle importancia al asunto, diciendo que
las tales emisoras no son de las FARC, que son culturales, etcétera. En
realidad, no habrá quien controle efectivamente los libretos ni los contenidos
de estas radiodifusoras, interconectadas por la ideología, orientadas desde La
Habana, Caracas y Bogotá, e incrustadas en áreas con vastos cultivos de hoja de
coca y fuerte influencia de actores narcotraficantes y de minería ilegal, como
el frente 21 en el sur de Tolima y el 36 al norte de Antioquia.
Financiadas por el ministerio de las TIC son, sin duda, otro componente más
de la pérfida combinación de todas las formas de lucha narcofariana. Sufriremos
las consecuencias de esta irresponsabilidad santista que nos está llevando a
escenarios indeseables. Como en Venezuela.