viernes, 19 de julio de 2019

¡Ay Dios estos candidatos politiqueros!


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Va cobrando fuerza la campaña electoral y tengo la impresión de que las cosas no van a ser muy distintas a como han sido siempre, es decir:

1. Un abanico grande de candidatos que se va reduciendo en la medida en que se van claudicando los ideales del principio con sus sugestivos programas y se van negociando alianzas cuando de forma realista se va viendo que solos no van a llegar muy lejos.

2. Unas alianzas inverosímiles donde los que posaban supuestamente como contradictores políticos y enemigos acérrimos, ahora se abrazan sonrientes, olvidando los señalamientos e insultos del pasado, en el más bello testimonio de reconciliación.

3. Un pueblo expectante, más por las promesas incumplibles de los candidatos y los regalitos y dones que generosamente prometen y que de antemano se sabe que nunca darán, que por estudiar y conocer su proyecto político, la ideología que lo sustenta, el equipo que lo acompaña, la idoneidad y competencias que posee, su trayectoria profesional, etc.

4. Una campaña polarizada, que se irá tornando más radical y agresiva, plagada de mutuas descalificaciones y buscando dejar tendido en la lona al otro, así haya que enviar fake-news, montajes, chismes, testigos falsos y demás patrañas de temporada.

Y en ese contexto, unos candidatos maquillados, algunos rejuvenecidos, otros envejecidos, todos echando carreta con floridos y conmovedores discursos, con cuentos hermosos pero mentirosos, diciendo que van a arreglar este asunto, dispuestos a todo: a sentarse a comer en la calle, besar afectuosamente a la mueca babosa, asistiendo a los cultos cristianos, católicos, islámicos, judíos, indígenas, masones, lo que sea, con tal de ganar votos; prometiendo el oro y el moro, repartiendo sonrisas postizas por doquier, simpáticos ellos saludando de mano a todos sin amagos de asco, repartiendo autógrafos y dejándose tomar fotos con todo el mundo. Todas estas actitudes tan numerosas como excepcionales en ellos y, sobre todo, efímeras, porque una vez ganen y accedan al poder: ¡chao pescao! Ojos que te vieron, no te volverán a ver.

Y lo que resulta más sorprendente: ¡nosotros mismos!, porque somos cientos, miles, millones de colombianos los que estamos hartos, inconformes, cansados, decepcionados, aburridos, con esta clase politiquera. Lo manifestamos por todas las redes de mil maneras, protestamos, pero llegada la hora de votar por los mismos con las mismas, puntuales vamos a parar de narices a elegirlos para luego de un tiempo repetir la misma historia, cual mito del eterno retorno. ¿Qué nos pasa? De los animales domésticos he aprendido que cuando se equivocan y se les reprende por ello, no vuelven a equivocarse. En cambio, nosotros, dizque seres inteligentes y evolucionados, somos los únicos que caemos una y otra vez en el error. Lo sabemos e insistimos tercamente.

Creo, además, que tenemos que madurar en formación socio política. No es sensato ni razonable decir: no me gusta la política, no quiero saber nada de política. Es absurdo. Por naturaleza somos seres políticos y de tal realidad no podemos sustraernos. Otra cosa es no estar de acuerdo con los comportamientos politiqueros o con la manera de hacer política de algunos, eso es diferente. El hecho es que no podemos cerrar los ojos ante una realidad ineludible. Por no querer hacerlo, dejamos que otros piensen, hablen y decidan por nosotros. Eso no puede ser.

Pero también es cierto que, si nos gusta la política, valdría la pena desarrollar el pensamiento y la conciencia crítica. No podemos tragar entero, no podemos ser ingenuos. La polarización ha logrado vendarnos los ojos para dar rienda suelta a las pasiones subjetivas y no dejar espacio a la razón. Sencillamente el otro es malo y se odia simplemente porque es de tal o cual corriente política. Todo lo que piense, diga o haga es malo per-se. Y eso no es verdad, pero como los líderes de uno y otro lado son tan visceralmente radicales suscitan que se genere automáticamente esa animosidad. Entonces, salimos a votar casi que a ciegas, simplemente arrastrados por la corriente y sin saber a ciencia cierta a dónde vamos a parar. Eso nos está llevando de nuevo al odio y la violencia, y por ende, a la debacle. No podemos caer en tan perverso juego. ¿No les parece?