José Leonardo Rincón, S. J.*
Muy sugestiva esa coloquial expresión que suele utilizarse en el medio
laboral para señalar crítica, por no decir despectivamente, a quienes teniendo
un trabajo cometen una serie de errores contra las personas o instituciones
para las cuales prestan sus servicios.
De modo contrario a los “work-aholic”, como su extremo, me refiero,
entonces, particularmente es a esos infelices personajes que abundan en el
mundo de las empresas y organizaciones y que, gozando de la bendición de contar
con un empleo, se dan el lujo de patear la lonchera. Esos que llegan tarde reiteradamente
y siempre tienen las mismas excusas, pero que a la hora de salir curiosamente
tienen el reloj adelantado y son rigurosos para cumplir con su horario. Quizás
sean los mismos que se aprovechan de las así llamadas “pausas activas” para
consultar varias veces al día las redes sociales en su celular, prolongar el
cafecito con sus compañeros, alargar la hora del almuerzo e ir al baño más de
la cuenta. La empresa que “para eso tiene plata” tiene que cumplirles sin
falta, esa es su obligación, pero ellos no ponen de su parte.
Tantos años como llevo trabajando, a veces de jefe, a veces de
subalterno, y me espanta ver lo que muchos hacen… como la secretaria aquella
que el jefe le pidió por lo menos cinco veces lo mismo y nunca lo hizo por
absoluta dejadez y pereza, pero la tan de malas se la pillaban leyendo revistas
de modas y jugando cartas en su computador… claro, la sacaron, y no tuvo
inconveniente en declararse víctima. O al profesor aquel, recién desempacado de
las europas, henchido de prepotencia por su preclara inteligencia, que le
llamaban la atención porque trataba mal a sus estudiantes a quienes hacía
sentir brutos e ignorantes porque no leían en inglés, no estaban a la altura de
sus exigencias, y cuando lo echan se va lanza en ristre contra la, a su juicio,
mediocre institución. Casos podría contarles por docenas.
Esos funcionarios de rango intermedio que resultan nefastos porque saben
que tienen el poder efectivo, filtran lo que les conviene: de la alta dirección
hacia abajo, en efecto cascada, lo que consideran importante. Y hacia arriba,
lo que les parece. Con “la sartén por el mango”, desinforman, manipulan,
sesgan. Nunca dicen toda la verdad. De doble faz, suelen ser lambones y
obsecuentes con el superior jerárquico y duros e implacables con sus dirigidos.
Rara vez se dejan poner en evidencia, porque tienen esa sagacidad para
acomodarse camaleónicamente a las conyunturas. Hacen mucho daño y cuando son
descubiertos se transforman en enemigos de quienes eran sus más eximios
cepilleros.
Patean la lonchera aquellos que debiendo servir al público con
diligencia y eficiencia, se hacen sentir desde sus apoltronados puestos
estatales. Son lentos y morrongos. Les encanta la tramitomanía, que las filas
sean largas y que la gente se estrese, que falta una firma, que no le pusieron
el sello, que los papeles están incompletos. Y cuando el paciente impaciente
vuelve creyendo cumplidos los requisitos, siempre falta algo. ¿Por qué no lo
dirán todo de una vez, claro y preciso? No. Hay que hacerse sentir. Hay que
darse ínfulas de ser muy importantes.
Cuando una entidad decide prescindir de algún funcionario, muchas veces
prefiere indemnizarlo que acudir al tedioso proceso de descargos, testigos, memorandos
y cartas. Siempre habrá manera de apelar y sentirse desprotegido y no faltarán
los proteccionistas y garantistas alcahuetes que se pongan del lado del mal
trabajador. Es un desastre, pero nunca se reconocerá que la decisión fue justa
y motivada. La empresa preferirá perder una plata a seguir con esos zánganos y
mediocres que enrarecen el ambiente laboral. ¡Cuánto daño le hacen al país! Y
lo que uno lamenta es que entre tantos desempleados hay gente muy buena, muy
valiosa, que merecería estar donde otros no.
Las cifras sobre el incremento del desempleo son realmente preocupantes.
Después de muchos años, hemos vuelto a los dos dígitos. No me voy a meter en
análisis políticos, pero la forma como se maneje el tema, sabemos todos, tiene
afectaciones económicas. Mantener el espejo retrovisor, incentivar la
polarización, seguir atacando el proceso de paz, permitir el incremento de la
violencia contra líderes sociales, no cumplir con lo prometido en torno al
aumento de los impuestos, no haber sacado adelante los proyectos de ley
anticorrupción, entre otras cosas, es como escupir para arriba o pegarse un
tiro en los pies. La confianza inversionista se deteriora, los indicadores
económicos, tan susceptibles a estas coyunturas, entran en caída. Es otra
manera de patear la lonchera, la gran lonchera colombiana.