viernes, 14 de junio de 2019

El fútbol y sus lecciones


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Terminó el campeonato local y nos aprestamos a la Copa América. No hubo mucho tiempo de tregua en esa pasión que congrega a cientos de miles, millones, de qué llamar: ¿espectadores?, ¿hinchas?, ¿fanaticada? ¡Todo eso! Puede ser en la calle del barrio, en una modesta e improvisada cancha, o puede ser en un estadio monumental. En cualquier caso, hay que sudar la camiseta, hay afán de ganar, por eso las ganas, los sufridos amores, las sorpresas inesperadas, las decepciones, la dificultad de ser objetivos, los que nunca han sido técnicos, pero saben muy bien lo que hay que hacer… el fútbol es vida, es un fiel y aleccionador retrato de la vida.

Mi equipo, el rey de Copas, viene viviendo de la renta. Se ha adormilado en sus laureles, se ha comido el cuento de que es el mejor y desde hace rato se me asimila a un electrocardiograma: con subidas y bajadas, gana con tenacidad los partidos más complicados y pierde los fáciles. Por suerte regresa el técnico con el que ha ganado más copas, porque los tres últimos figurones no han podido.

El equipo que ganó todo durante el semestre, el primero de la tabla, el cantado campeón, subió como palma y cayó como coco. Aguó su fiesta y en la puerta del horno se le quemó el pan. ¿Se le acabó la gasolina o le pasó lo de la liebre con la tortuga? Para sorpresa de todos, quedó tirado en la recta final.

En la final, final apoyamos a los cuyigans y vimos en pocos minutos la misma película que acabamos de describir: de la gloria a la tragedia. Porque cuando se está arriba, así sea temporalmente, hay que ser humildes. Pero la soberbia pudo más y en un pestañeo se retornó al abismo. Ese postrer gol hizo renacer la esperanza. Se logró aprovechando un descuido del defensa que nunca debió descuidarse (¿vieron la cara de amargura del pobre muchacho que estuvo a punto de ver morir a su tiburón?). Todo iba parejo en los tiros desde el punto penal, hasta que el viejo zorro del arquero desestabiliza emocionalmente, en el momento crucial, al fugaz héroe de la noche, quien convencido de que como él no hay otro, lo manda callar y es quien termina mudo para siempre al ver como su balón va a parar a los cuernos de la luna.

Al técnico ganador que como jugador ganó su primera estrella y como técnico lleva tres, le han prometido en Curramba la bella, que le van a hacer una estatua. Creo que se la merece, pero no tengo claro si por todas estas conquistadas estrellas obtenidas a última hora o si porque los Char lo han hecho ver estrellas en ocho oportunidades que lo han sacado echado por la puerta de atrás y cuando los escualos están a punto de naufragar vuelven a llamar al viejo lobo de mar. No he podido entender ese jueguito.

Y en las canchas, por aquí y por allá, vimos de todo. Al mediocre parado que se gana el sueldo sin sudar la camiseta, un verdadero petardo en tres velocidades: lento, más lento y parado. Juega en el equipo de las estatuas pero podría ya jubilarse antes de los 30. También hemos visto al mañoso artista que no logró llegar a Hollywood pero que es merecedor candidato a un Oscar: ese que vive tirándose al suelo, retorciéndose de dolor, que si no hace echar al contrincante al menos lo hace premiar con amarilla y, de pronto, en un instante, cuál Lázaro resucitado, se levanta sano y sonriente. Descarado. Por ahí mismo andan el que le gusta colgarse de las camisetas de sus contrarios, pega el codazo o el puntapié cuando nadie lo ve (solo los millones de televidentes) y el marcador que contratan para dar pata ventiada y lesionar “accidentalmente” a los otros.

Estamos ad-portas de la Copa América. Se supone que con tantos años de aprendizaje hemos aprovechado todas esas lecciones. Se supone. Vamos a ver. Con Queiroz nos está yendo bien. Llegamos como uno de los favoritos, pero eso no garantiza nada en tanto no se muestren resultados. No hay rivales pequeños y tampoco equipos chicos. La vida te da sorpresas y no hay que confiarse demasiado. El fútbol es un reflejo de la vida. Lo que hemos visto y vivido nos deja enseñanzas que bien vale la pena aprovechar.