Por Julio González Villa*
“La abogacía no se
cimenta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia. Esa es
la piedra angular; lo demás, con ser muy interesante, tiene caracteres
adjetivos y secundarios”. Dijo Ángel Ossorio y Gallardo en su célebre libro “El alma de la
toga”.
Rectitud de la conciencia
es entonces lo que se tiene que formar en una Facultad de Derecho. Ese es el
cimiento de todo.
Marco Tulio Cicerón el célebre abogado del siglo
I antes de Cristo, expresó en su República:
“La verdadera ley es una recta razón, congruente
con la naturaleza, general para todos, constante, perdurable, que impulsa con
sus preceptos a cumplir el deber… Tal ley, no es lícito suprimirla, ni
derogarla parcialmente, ni abrogarla por entero, ni podemos quedar exentos de
ella por voluntad del senado o del pueblo, ni debe buscarse un Sexto Elio que
la explique como intérprete, ni puede ser distinta en Roma y en Atenas, hoy y
mañana, sino que habrá siempre una misma ley para todos los pueblos y momentos,
perdurable e inmutable; y habrá un único dios como maestro y jefe común de
todos, autor de tal ley, juez y legislador,…” (Sobre la República, Marco Tulio Cicerón, Libro
III, Planeta DeAgostini, Los Clásicos de Grecia y Roma; Pag 137; España, 1998).
Esta semana en que
acabamos de celebrar el día del abogado hace falta hacer reflexiones sobre la
piedra angular del ejercicio del derecho: la recta razón, la rectitud de
conciencia.
Las Cortes colombianas,
de escándalo en escándalo: el desconocimiento de la expresa voluntad del
constituyente primario en el plebiscito del 2 de octubre; las filtraciones de
documentos bajo reserva a medios de comunicación en el caso de Luis Alfredo
Ramos Botero; la liberación del narcotraficante Santrich; la permisividad de la
propia destrucción contra la libertad de la comunidad y la familia en el caso
de drogarse en los parques; la recomendación al presidente Santos de cambiar la
terna de fiscal general de la nación que había entregado el presidente Uribe; el
Cartel de la Toga; las ruedas de prensa sobre fallos inexistentes; etcétera.
La vergüenza que siento
me obliga a repetir con Ángel Ossorio: “La
toga, pues, no es por sí sola ninguna calidad, y cuando no hay calidades
verdaderas debajo de ella, se reduce a un disfraz irrisorio”.
Hay entonces un gran
problema que reside en la formación del abogado. Son las facultades de derecho las
que han perdido el rumbo. Son los decanos de esas facultades de derecho los
responsables de la crisis institucional de todo el sistema jurídico del país.
Precisamente por salir yo a cuestionar la estructura educacional fui retirado
inmediatamente de mis cátedras después de haber llegado al más alto nivel del
escalafón y haber regentado esas cátedras desde hace casi treinta años en la
Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana.
El derecho en Colombia ha
perdido el norte y en consecuencia no puede haber justicia, pilar esencial del
Estado y fin último del derecho.
Las cosas hay que
llamarlas por su nombre, y aquí termino, porque “Abogado que sucumba al qué dirán debe tener su hoja de servicios
manchada con la nota de cobardía”. (El alma de la toga)