miércoles, 26 de junio de 2019

El alma de la toga


Por Julio González Villa*

Julio González Villa
“La abogacía no se cimenta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia. Esa es la piedra angular; lo demás, con ser muy interesante, tiene caracteres adjetivos y secundarios”. Dijo Ángel Ossorio y Gallardo en su célebre libro “El alma de la toga”.

Rectitud de la conciencia es entonces lo que se tiene que formar en una Facultad de Derecho. Ese es el cimiento de todo.

Marco Tulio Cicerón el célebre abogado del siglo I antes de Cristo, expresó en su República:

“La verdadera ley es una recta razón, congruente con la naturaleza, general para todos, constante, perdurable, que impulsa con sus preceptos a cumplir el deber… Tal ley, no es lícito suprimirla, ni derogarla parcialmente, ni abrogarla por entero, ni podemos quedar exentos de ella por voluntad del senado o del pueblo, ni debe buscarse un Sexto Elio que la explique como intérprete, ni puede ser distinta en Roma y en Atenas, hoy y mañana, sino que habrá siempre una misma ley para todos los pueblos y momentos, perdurable e inmutable; y habrá un único dios como maestro y jefe común de todos, autor de tal ley, juez y legislador,…” (Sobre la República, Marco Tulio Cicerón, Libro III, Planeta DeAgostini, Los Clásicos de Grecia y Roma; Pag 137; España, 1998).

Esta semana en que acabamos de celebrar el día del abogado hace falta hacer reflexiones sobre la piedra angular del ejercicio del derecho: la recta razón, la rectitud de conciencia.

Las Cortes colombianas, de escándalo en escándalo: el desconocimiento de la expresa voluntad del constituyente primario en el plebiscito del 2 de octubre; las filtraciones de documentos bajo reserva a medios de comunicación en el caso de Luis Alfredo Ramos Botero; la liberación del narcotraficante Santrich; la permisividad de la propia destrucción contra la libertad de la comunidad y la familia en el caso de drogarse en los parques; la recomendación al presidente Santos de cambiar la terna de fiscal general de la nación que había entregado el presidente Uribe; el Cartel de la Toga; las ruedas de prensa sobre fallos inexistentes; etcétera.

La vergüenza que siento me obliga a repetir con Ángel Ossorio: “La toga, pues, no es por sí sola ninguna calidad, y cuando no hay calidades verdaderas debajo de ella, se reduce a un disfraz irrisorio”.

Hay entonces un gran problema que reside en la formación del abogado. Son las facultades de derecho las que han perdido el rumbo. Son los decanos de esas facultades de derecho los responsables de la crisis institucional de todo el sistema jurídico del país. Precisamente por salir yo a cuestionar la estructura educacional fui retirado inmediatamente de mis cátedras después de haber llegado al más alto nivel del escalafón y haber regentado esas cátedras desde hace casi treinta años en la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana.

El derecho en Colombia ha perdido el norte y en consecuencia no puede haber justicia, pilar esencial del Estado y fin último del derecho.

Las cosas hay que llamarlas por su nombre, y aquí termino, porque “Abogado que sucumba al qué dirán debe tener su hoja de servicios manchada con la nota de cobardía”. (El alma de la toga)