martes, 11 de junio de 2019

De cara al porvenir: cultura y vida


Por Pedro Juan González Carvajal*

Pedro Juan González Carvajal
Ante las nuevas realidades tecnológicas, que al masificarse y popularizarse en su uso harán replantear de manera irreversible nuestra forma de vivir y de comportarnos, muchas voces evidencian su beneplácito y otras muchas su desacuerdo. Cada quien opina del baile de acuerdo a como le ha ido en él, o si simplemente sabe y entiende sobre bailes.

Reconfiguraciones sociales, políticas y económicas nos pondrán de nuevo a pensar en la necesidad de un “Nuevo Renacimiento”, para que el péndulo de la historia vuelva a pasar por el eje del hombre como centro del universo (nuestro universo), ya que este momento histórico, se está alejando de manera vertiginosa.

Porque es que hemos de distinguir para poder entender, o entender para poder distinguir entre los conceptos de lo que es el “hombre”, lo que es ser “humano”, lo que es el “humanismo” y lo que configura la “humanidad”, acompañados de las expresiones de la “cultura” y de la “civilización”.

Una hipótesis por demostrar, o al menos evidenciar, es que sin cultura no hay vida, ni mucho menos vida digna.

El “hombre” actual está sumido en el autismo comunicacional, en la competencia consumista y en el vacío espiritual, lo cual se refleja en el aislamiento, el egoísmo y la neurosis galopante que lo acompañan. El no respetarse a sí mismo no permite reconocer ni respetar a los otros, lo cual genera desigualdad e iniquidad creciente, lo que a su vez degrada la condición del ser “humano”. Cuando la interacción entre dos personas es conflictiva y trasciende el conflicto a la sociedad, la solidaridad, la ética civil, la caridad y la moral religiosa entran en crisis, se degradan y entran en franca decadencia, haciendo que el concepto de “humanismo” se convierta en una quimera. Cuando el hombre no es hombre, cuando lo humano no es humano, cuando el humanismo no aparece como luz que guía, el concepto de “humanidad”, el concepto más caro que nos integra como especie y como representantes actuales de la especie dominante en el cuarto planeta que gira alrededor del sol, son las sombras las que nos inundan y nos atrapan sin permitirnos percatarnos ni prevenir el abismo al cual estamos próximos a caer.

La cosmovisión propia de un grupo de humanos en un momento del tiempo, soportada en sus principios y valores colectivos, y trascendiendo alrededor de lo estético, del orden y de la belleza, sirven, en su conjunto, para combatir la ley universal del desorden, de la entropía, del caos, en un esfuerzo colosal porque sea la armonía, la sinergia, lo bello, lo estético, lo que podamos construir e irradiar por el planeta, en nuestro mundo, en nuestro hábitat, a todos y en todos los niveles y dimensiones. Es aquí donde aparece la “cultura”, alrededor de sus múltiples expresiones, lo que hace que valga la pena ser humano y que podamos vivir dignamente, compartiendo nuestra existencia con la existencia propia, personal e individual de los otros humanos, con los cuales debemos coexistir.

Hablar y vanagloriarnos de un cierto nivel de desarrollo en cualquier campo, lo cual es absolutamente subjetivo, cuando tenemos que hablar de factibilidad, de viabilidad, de sostenibilidad y de sustentabilidad, podría llevarnos a pensar en algo parecido a lo que hemos denominado como “civilización”, en el entendido de que la podemos ver como la foto que se le toma a una comunidad de hombres en un espacio tiempo definidos y donde se resaltan sus peculiaridades con respecto a otra comunidad de hombres en otro espacio tiempo. La voluptuosidad de las distintas ideologías, todas defendibles, todas utópicas y todas impracticables, hacen de la vida un largo periplo donde la ansiedad, la incertidumbre, el desasosiego, la lucha, y las distintas dificultades, hacen que la simple vida tenga sentido y que el espíritu humano y las expresiones de humanidad, coloquen a esta especie en un nivel cósmico reconocible y con su propia impronta.

Dice Rene Descartes: “Cogito ego Sum” (Pienso, por lo tanto soy). Otros dirán, como Víctor Hugo, “Los animales viven y los hombres existen”.

Me atrevo también sugerir recomposiciones como “No pienso pero existo” o “No pienso y no existo” o “Pienso y no existo” o “Pienso, luego no quieren que exista”.

O esta preciosa perla: “No hay nada igual a mí, excepto yo”.