José
Leonardo Rincón, S. J.*
Desde hace muchos años escucho la frase: “tenemos una crisis de valores”, o también, “se ha invertido nuestra escala de valores”. Estoy seguro de que
ustedes no solo las han escuchado sino, también, que están de acuerdo con
ellas. Algo está pasando en nosotros, en la familia, en las instituciones, en
la sociedad, para haber llegado a donde hemos llegado. A la par, me he
preguntado si en verdad tenemos claro lo que es un valor y, más aún, si alguna
vez hemos hecho el ejercicio personal de ordenar nuestra escala de valores.
Estoy seguro de que no.
Proveniente del gremio de la educación, habiendo trabajado en él por más
de 35 años, me consta la preocupación al respecto. Se han introducido en los
planes de estudios las cátedras de “ética y valores” que algunos, más
sofisticados, las han denominado “axiología”. He visto a rectores y
coordinadores académicos un tanto estresados, buscando en las editoriales unos
buenos textos que eduquen en valores. Su angustia crece a la hora de encontrar
buenos profesores que las asuman. Su decepción se hace evidente, cuando los
padres de familia, los estudiantes y la sociedad misma consideran estas
cátedras como rellenos improductivos y auténticas “costuras”, esto es,
asignaturas sin importancia, al igual que la educación religiosa o las demás
humanidades, que se han ido aniquilando sistemáticamente de los currículos porque
las que son realmente importantes son las ciencias que denominan “duras”,
además, porque son las que dan plata y estatus. Lo tragicómico es que después
nos preguntamos por qué estamos como estamos.
Entonces, permítanme hoy, sin pretensión alguna de ofrecer la última
palabra sobre tan importante como complejo asunto, compartir algunas
reflexiones que nos puedan ayudar a pensar en el asunto y a construir la propia
escala de valores.
En primera instancia, la noción de valor. En tanto el diccionario señala
que se trata de “una propiedad o cualidad que se le atribuye a un objeto”, Bernard
Lonergan, filósofo, teólogo y economista asegura que es “un bien, en cuanto
objeto posible de elección racional” y Peter Hans Kolvenbach, filólogo y
exgeneral de lo Jesuitas lo define como “lo que vale, algo que vale la pena
para mí”. Los tres son ciertos y me gustan. Si algo vale para mí es porque es
un bien, es algo bueno, que tiene unas cualidades o propiedades que para mí
valen la pena, tienen sentido y yo lo he escogido racional y libremente entre
otros y le doy la relevancia o importancia que yo quiera.
Relacionados con los valores están los principios. Un principio como “decir
siempre la verdad” o “actuar con honestidad”, observen que se trata de “una
regla o norma que orienta la accion o comportamiento del ser humano y encierra
siempre un valor”, en el caso de los dos ejemplos: verdad, honestidad…. De
manera que valores y principios van de la mano. El valor, per-se, está ahí, pero
soy yo el que, al ponderarlo, le otorgo un estatus, le doy una jerarquía y, al
vivirlo en mi actuar o proceder, lo encarno, le doy vida. Cuando yo tomo esa
decisión libre e inteligente, decimos entonces que estos son mis principios. Y
cuando ética y consecuentemente procedo, soy una persona de principios, una
persona con valores.
Hasta ya entrado en años hice el ejercicio de establecer mi propia
escala de valores. Había hablado siempre de valores y de escala de valores,
pero caí en la cuenta de que no la tenía bien clara y definida. Fue una tarea
que me tomó un buen tiempo y aproveché para hacerlo a propósito de que San
Ignacio, al comenzar los Ejercicios Espirituales, propone en la meditación del
Principio y Fundamento, que uno tiene que ser muy libre para tomar aquello que
más le sirve y conduce al fin para el cual fue creado y ser feliz y tanto
cuanto ha de dejar aquellas cosas que, aún siendo buenas (porque todo lo que
hizo Dios es bueno) tengo que dejarlas porque me distraen o no me conducen al
objetivo.
Lo primero que hay que hacer es un listado de los valores que mueven la
propia vida. Es un listado largo, más de una docena, puede llegar a ser. Uno
los ha escogido libremente y sabe que son “sus” valores. Ahora bien, al verlos,
uno sabe que, siendo todos buenos, hay unos que pesan o son más importantes que
otros. Este ordenamiento es propiamente la jerarquización o elaboración de la
escala de valores. Cuando yo decido de 1 a 10, por ejemplo, cuál va primero y
cuál va después, cuál se impone o se supedita a otro. Esto es una tarea
eminente y exclusivamente personal. En cada quien es distinto. Además, esa que
yo hice un día, hoy, pasados los años, puede cambiarse, reordenarse. El mundo
cambia y uno también. Se supone que, para mejorar, como decía el ya citado
maestro de Loyola, “para ir de bien en
mejor, subiendo”. ¿Se animaría a hacer el ejercicio?, ¡Adelante!