viernes, 12 de abril de 2019

Esta maravillosa Colombia


Por José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo RIncón Contreras
Durante estas dos semanas y con ocasión de la visita del P Antonio Delfau, jesuita chileno que trabaja en nuestra Curia en Roma como asistente del Ecónomo General, a un ritmo intenso, cuasi agotador, sólo mitigado por la calidad de nuestra gente y sus valiosos trabajos en contextos tan diversos, pudimos dar una rápida vuelta por esta Colombia contrastante y maravillosa.

Desde este altiplano capitalino comenzó nuestro periplo, para nada turístico, estrictamente de trabajo, buscando conocer más de cerca lo que hacemos los jesuitas con nuestros compañeros apostólicos laicos, a través de nuestras comunidades y obras, resultó ser una privilegiada ocasión de medir el pulso del estado de nuestro país.

En Bogotá, nuestra base estuvo en la residencia jesuita de la Universidad. Desde allí nos fuimos desplazando, en jornadas maratónicas que regularmente comenzaban a las 7:30 y concluían sobre las 9 de la noche. Si se quiere, en tanto para él era conocer nuestra realidad, para mí fue reconocer: ese palíndromo, de ida y vuelta que se lee igual en ambos sentidos y que resulta ser tan saludable como necesario ejercicio de colombianidad y de profundo sentido ignaciano y jesuítico, nutrido con nuestra rica historia y deslumbrante geografía, con una diversidad cultural de caracteres múltiples acompañados de típicos acentos y costumbres y una variada y deliciosa gastronomía.

De norte a sur y de occidente a oriente, desde 1604 hasta hoy, los andariegos jesuitas, a veces como misioneros itinerantes, a veces asentándonos en pueblos y ciudades, hemos hecho presencia en estas tierras y estos días fueron ocasión para recordarlo. Llegamos por Cartagena: allí tuvimos nuestro primer colegio, Iglesia y residencia, allí consagró su vida entera a los esclavos afros San Pedro Claver y no gratuitamente por ello, además de ser patrimonio histórico de la humanidad tan mágica y encantadora ciudad, es igualmente cuna de los derechos humanos. No fuimos a la Puerta de Oro porque ya había estado antes conociendo el colegio más moderno que tenemos y por donde los jesuitas introdujimos el deporte del fútbol. Hemos vuelto a la también colonial Mompós, por mucho tiempo casi olvidada y hoy en plena recuperación y auge, para recordar que el Magdalena fue nuestra arteria fluvial más importante. En el Colegio Mayor de San Bartolomé, en la suroriental esquina de la Plaza de Bolívar, junto con la Iglesia de San Ignacio, el peso de la historia se hizo evidente: próceres, científicos, artistas, humanistas, políticos y una veintena de presidentes en sus aulas se han formado.

Por el oriente estuvimos en Bucaramanga, la ciudad bonita, admirando el trabajo académico del colegio San Pedro, posicionado como el mejor de los 9 que tenemos, la parroquia y la casa de retiros más grandes que poseemos en el país. Visitamos igualmente el Páramo de la Rusia en Duitama nuestra más antigua hacienda, donde nacen los ríos blanco y negro que unidos se convertirán en el Fonce, una hermosa reserva natural que ambientalistas y ecologistas sueñan y admiran. Por las grandes distancias y escasez de tiempo no fuimos a La Macarena en la Orinoquia, donde acabamos de asumir una parroquia, hermosa región donde en el pasado tuvimos parte de las famosas reducciones y lugar donde hasta hoy dejamos huella por haber desarrollado una nueva raza en ganadería. Tampoco pudimos ir a Leticia en la Amazonia, donde actualmente trabajamos continentalmente con otros en aras de proteger el mayor y más importante pulmón de la humanidad.

Por el occidente, estuvimos en La Ceja y Medellín. Las dos poblaciones pronto estarán conectadas por un rápido túnel que convertirán ese hermoso valle del oriente paisa en el segundo piso de Medellín. Qué paisajes tan hermosos y qué admirable el desarrollo que ha tenido toda la región. Pudimos compartir con los miembros del Centro de Fe y Culturas y apreciar cómo se entiende este diálogo entre la fe que profesamos y el contexto complejo que vivimos.

En esta oportunidad no hubo tiempo para apreciar en el eje cafetero nuestra presencia en Manizales, La Dorada, Armero y Cambao, pues en su anterior visita ya había estado por allí. Igual pasó con Cali. En cambio, pudimos ir más al sur, a Pasto y ver la positiva transformación que hemos tenido con la completa reconstrucción del Colegio Javeriano en sus dos sedes; la Casa de Ejercicios San Ignacio (una auténtica joya del tallista Zambrano); el Templo de Cristo Rey (sin lugar a dudas uno de los más bellos de la ciudad) y la finca Villa Loyola (ganadora de la Taza de la Excelencia por producir el mejor café del país, apenas merecido reconocimiento a mis hermanos jesuitas que lo introdujeron en la Nueva Granada a base de penitencias) convertida ahora en un proyecto agrícola integral que inspira y respalda el quehacer de la Fundación Suyusama en favor de las familias campesinas de la región.

Han sido dos semanas muy intensas, pero inolvidables. Lo mejor ha sido nuestra gente con su alegre acogida, su trabajo lleno de innovadora creatividad, empuje y tenacidad, lo que confirma por qué esta Colombia nuestra se sostiene a pesar del daño que tantos otros le ocasionan. Lo triste, la inequidad y la pobreza en nuestros cinturones de miseria o en nuestros hermanos venezolanos que encontramos por las carreteras llegando a Bucaramanga o retornando en Nariño porque no pudieron entrar al Ecuador. Pasé vergüenzas con varios taxistas avivatos que quisieron aprovecharse porque andaba con un extranjero: pequeña muestra del afán corrupto del dinero fácil. Como ven… un rápido retrato radiográfico con sus luces y sombras de esta Colombia maravillosa.