lunes, 8 de abril de 2019

Ciudades jungla


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
No me refiero a un bello proyecto urbano-ecológico, como aquel que soñara mi finado amigo Belisario en Marandúa, sino al lamentable estado en el que se encuentran nuestras principales ciudades, convertidas deliberadamente en auténticas selvas, donde impera la ley del más fuerte, la ley del sálvese quien pueda, donde sobrevivir es toda una proeza.

En efecto, en eso hemos venido convirtiendo nuestro entorno ciudadano. Las fieras son de dos patas y andan al frente del volante o atravesándose peligrosamente sobre las vías, con una actitud que hace rato sobrepasó el límite del descaro. No son monos o chimpancés en su apariencia porque dizque están más evolucionados, pero en realidad son unos simios malabaristas. No son osos grandes y peludos, pero lo hacen bien como tales. No son lobos aulladores, pero sí se convierten en los famosos “homo homini lupus”. No son perros porque ya están a su servicio y entre más conocen a los humanos, más se les quiere, a punto de preferir tenerlos antes que hijos. No son felinos, pero en cualquier momento lanzan sus zarpazos. No son reptiles, pero se comportan como sapos y lagartos y tienen lenguas viperinas. No son aves, pero actúan a veces como águilas, a veces como gallitos finos, sin ser ciertamente mansas palomas. No nadan, pero se mueven como peces en el agua, en ocasiones pirañas, en ocasiones tragándose peces más pequeños. Un panorama realmente de película, como para National Geographic.

Ya comenté hace unas semanas sobre la movilidad caótica de nuestras grandes ciudades, gracias a las medidas sin sentido común que toman los secretarios de movilidad, que sabrán de todo, menos de movilidad. Alguien que leyó estas reflexiones me dijo: la solucion de fondo es poner freno a la venta de vehículos, estableciendo un tope, a modo de cupo, como existe para los taxis. Genial, pero… ¿quién le pone el cascabel al gato?, como no estamos en una dictadura comunista sino en una vorágine neoliberal, ¿van a permitir los capitalistas voraces e insaciables que sus mezquinos intereses económicos se vean afectados por romanticones discursos “socialistas” de corte ecológico y soñador de unos cuantos? ¡Jamás!

Por eso, esta situación es de locura, porque en gran simultánea nacional chillamos hipócritamente porque dizque hay mucha contaminación ambiental y las partículas de no sé qué cosas hacen daño; pero no ponemos coto al desaforado aumento de vehículos, no compramos buses eléctricos sino que aumentamos los diesel, no arreglamos la malla vial que está rota, en cambio hacemos alharaca cacareando dizque estamos en la capital mundial de la bicicleta y aumentamos las ciclorutas para estrechar aún más las ya congestionadas vías. Tampoco se establece una política seria sobre transporte masivo y cada Perico de los Palotes, cuando llega a la alcaldía se inventa su propio sistema, borra de un plumazo lo hecho anteriormente, ignora deliberadamente los millonarios estudios que le costaron un Potosí a la ciudadanía y gasta otro para lucirse y dejar las cosas peor que antes.

Una palabra aparte merecen los maleducados, mejor, sineducados peatones que no saben nada de urbanidad elemental y menos de cultura y civismo, y que ahora se sienten dueños y señores no sólo de andenes sino también de las vías. Retadoramente cruzan las calles con autos en movimiento, como diciéndole a los conductores “si usted me atropella, usted es el que pierde”. Además de osados por lo arriesgados, juegan con sus vidas como si muy aburridos estuvieran con ellas. Les importa un bledo. Caminan por la mitad de las calles cual camiones doble troque invadiendo un espacio que no les corresponde. Claro, ahora caigo en cuenta, lo que pasa es que todos han sido desplazados: los peatones de los andenes en mal estado u ocupados por los carros o llenos de ciclistas practicantes de bici cross. Los carros desplazados de preciosas vías que evocan los cráteres lunares o de los ciclistas que se apropiaron de carriles y andenes enteros. Mejor dicho, la debacle y el desorden. Por lo menos es eso lo que veo en la capital de Macondo. Por eso, eso de la ciudad jungla: sálvese quien pueda, que si se suma a lo que hemos comentado de la inseguridad que vivimos, ahí sí que más que Macondo, esto es Troya.