Por John Marulanda*
Siguiendo
su inveterada técnica intimidatoria, los cabecillas de las FARC amenazan con la
guerra como consecuencia de las legítimas y legales objeciones presidenciales a
la JEP. Con su característico cinismo, los comunistas, asfixiados en su atonía
política (80 mil votos) y envarados en su anemia cerebral que les impide ver la
realidad —aplauden el desastroso exterminio venezolano— combinan todas las
formas de lucha y coaccionan con demostraciones de fuerza. Pero no hay nada que
no hayamos visto.
Hemos
presenciado en los últimos meses, un incremento del asesinato de civiles,
policías, soldados e infantes de marina, de voladuras de oleoductos y de
decomiso de grandes alijos de cocaína. A eso se suman las protestas campesinas
e indígenas, precisamente en las áreas con mayores cultivos de coca. Las tales guardias
campesinas e indígenas, oficializadas en La Habana, paramilitarizadas con niños
de 8 años, garrotes y consignas anti institucionales, serán la primera línea en
los bloqueos que pronto nos fastidiarán. Nada nuevo.
Arrecia
el permanente ataque contra nuestra institución militar desde ONGs
internacionales y nacionales, cumpliendo planes del Foro de Sao Paulo
implementados por el G2 cubano que opera impunemente en el país. A lo que se
agrega la recalcitrante labor de colectivos de abogados vampiros que, escudados
en la defensa de los derechos humanos y encarnizados contra los militares,
buscan únicamente cobrar jugosas indemnizaciones con base en mentiras y
montajes. Como en el caso Mapiripan. Nada nuevo.
Preocupa,
eso sí, que nuestros soldados, sin fuero, sin recursos suficientes, amodorrados
durante ocho años en su camino a Damasco y con sus mandos actuales
irresponsablemente cuestionados, estén siendo sorprendidos por los
narcoterroristas que durante ese mismo periodo se afincaron en áreas
fronterizas con Venezuela (Catatumbo y Arauca) y con Ecuador (Cauca, Nariño y
Putumayo), de las cuales va a costar mucho erradicar esa escabrosa mezcla de
crimen organizado internacional FARC, ELN, EPL, narcos simples, corrupción
institucional.
Las
amenazas de los ventrudos “parlamentarios” farianos son ladridos de callejón.
Impúdicamente impunes, inmoralmente encumbrados, ya están cómodamente
pensionados por el mismo Estado que combatieron. Y frente a su caterva, están
nuestros soldados, la institución de mayor aceptabilidad en el país, aun por
encima de la Iglesia, aunque no se lo crean el chileno Vivanco, el español
Santiago, la gambiana Bensouda y tantos otros “superhumanos” de papel maché.