Por
José Leonardo Rincón, S. J.*
Hasta hace unos años, el único de los tres poderes que se salvaba de
nuestros implacables pareceres como ciudadanos era el judicial. Cuando el
ejecutivo no dejaba de decepcionar y el legislativo resultaba un auténtico fiasco,
el judicial era intachable, impoluto, quizás demorado, pero nos consolaba la
frase aquella de que “cojea pero llega”.
El atentado contra el Palacio de Justicia fue la peor equivocación del M19 que
a la postre le significó su desaparición. El sacrificio de los Magistrados aún
nos duele. Además, durante los duros años en los que imperó descaradamente el
narcotrafico, fueron los jueces quienes pusieron un alto número de mártires.
Pero la cochina politiquería y el maldito dinero fácil que corrompe sin
excepción, cual virus mortal la han inficionado hasta enfermarla y degradarla.
La justicia colombiana no funciona bien y eso todo el mundo lo sabe.
La bella y muy diciente imagen simbólica de la mujer vendada con una
balanza en la mano, pareciera haberse quedado en una grata evocación de una
justicia que se imparte sin mirar a quién y de modo balanceado. Es exactamente
eso lo que pensamos cuando decimos que es justo y cuando hay desequilibrio y
parcialidad, por el contrario, decimos que es injusto. Hoy, nuestra justicia no
es ciega, mira muy bien a quién le aplica qué y por eso su balanza está cargada
inclinándose ante quienes tienen el poder, el dinero, la imagen. Esta realidad
duele en el alma y clama al cielo, a Dios mismo, cuya justicia se ha convertido
en su último recurso, su postrer esperanza, dado que la humana no funciona. La
encrucijada de país es muy grave: el ejecutivo carente de liderazgo no cumple
las promesas por las cuales fue elegido, el legislativo desprestigiado a tope
es sinónimo de ineficiencia, el judicial es injusto y está al servicio de los
poderosos.
¿Que entre el diablo y escoja o habrá todavía resquicios para esperar
algo mejor?
A estas alturas de la vida no sabemos exactamente quién mató a Gaitán,
Galán, Jaramillo Ossa, Pardo Leal, Gómez Hurtado o tantos cientos y miles cuyas
muertes han quedado en la impunidad. Quizás se sepa en muchos casos, pero no se
dice. No conviene. La animadversión, por no decir abierto odio contra la JEP y
la Comisión de la Verdad, no son gratuitas. Es porque son organismos nuevos que
quieren ser independientes y por tanto no se pueden manipular. Pero la derecha
las acusa de servilismo a la izquierda, de la misma manera como la izquierda ha
considerado que la justicia tradicional ha sido servil a los intereses de la
derecha. Con este panorama desolador perdemos como pueblo, siempre cual
emparedado entre unos y otros, pues quienes logran mantener sus tapados son los
unos y los otros. Exactamente.
Cientos de casos de justicia mal aplicada podemos traer aquí a colación.
Los más energúmenos contra el proceso de paz del gobierno Santos, no le
perdonan el acuerdo y menos que haya permitido dejar impunes sus execrables fechorías,
pero se olvidan del proceso realizado por su antecesor con los paras
extraditados, autores de varios crímenes de lesa humanidad y que ya están
volviendo a instalarse en sus antiguos predios, después de pagar módicas sentencias
por todo, menos por lo que realmente merecían. Este es un ejemplo.
Pero hay más: quienes con el carrusel de la contratación en Bogotá se
robaron miles de millones, no solo pagaron poco tiempo en confortables centros
de reclusión, sino que prestos a salir dizque van a demandar el Estado porque
les adeuda unos dineros. Pájaros disparándole a las escopetas. ¡Descarados! Y
qué decir de quienes fueron los autores intelectuales y materiales de los
carteles de la salud, de las quiebras de financieras, de Colpuertos, Reficar, Odebrecht…
a ver, dónde están, ¿por qué ellos tienen tratamiento de primera clase? Por su
cuello blanco y prestantes apellidos, ¿será por eso?
En cambio al pelado que se comió la empanada prohibida le aplicaron su
multa de 800 mil pesos. Y al pobretón que por hambre robó en un supermercado le
zamparon sus cuantos meses de cárcel. Y al que quiso defenderse de sus
atracadores e hirió a uno de ellos lo condenaron a dos años de cárcel y a
indemnizar a los delincuentes con dos millones de pesos. ¡Increíble! ¡Vergonzoso!
Nuestra justicia está muy mal, está trastocada, actúa equívocamente. Y
no es que diga que las malas acciones no se deban sancionar, sino que las
sanciones y castigos deben ser proporcionales, equitativos. Lo que enardece es precisamente
que la justicia sea injusta.
De manera que, como van las cosas, a los delincuentes les diremos: señor
ladrón, mucho gusto. Me permito informarle que usted puede hacer con nosotros
lo que se le dé gana. No se preocupe, no se asuste. No le va a pasar
absolutamente nada. Proceda de conformidad, bien pueda. Nuestra obligación como
ciudadanos respetuosos de la ley es dejarnos robar por usted sin intentar
siquiera defendernos. Nos está prohibido, porque eso significaría intentar
hacer justicia por nuestra propia mano y eso nos puede judicializar, llevar a
la cárcel y pagar jugosas indemnizaciones. Si por desgracia lo capturan, no se
estrese, las URIS y las cárceles están llenas y no hay cupo para usted, así que
lo soltarán en pocas horas. Es verdad que le ha pasado ya varias decenas de
veces pero usted mismo ya ha comprobado que no le va a pasar nada. Nuestra
obligación como ciudadanos de bien es dejar que ustedes hagan lo que quieran.
Se nos pide que lo denunciemos a usted y nos han prometido una investigación
exhaustiva hasta castigar a los culpables para que el asunto no quede impune. Sí,
no se ría, aquí llevamos esperando varios años. Y si usted es nervioso y en el
atraco que nos va a hacer mata a alguno de nosotros, no se eche a la pena.
Claro, la pena es nuestra porque después de muchas entrevistas por los medios
nos han dado el pésame todas las autoridades y nos han prometido que esto no
puede volver a pasar. Señor ladrón, perdóneme, pero usted me ha contagiado de
su risa burlona, jajajajajaja, es verdad, ¡esta justicia nuestra es vergonzosa!
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