Refiriéndose a
grandes personajes que merecían, pero no alcanzaron la presidencia, los gringos
dicen "the best President we never
had". De esa clase de dirigentes era Mariano Ospina Hernández, cuyo
primer aniversario se cumple el 12 de marzo. Hace ya un año —cómo corre el
tiempo— se extinguió suavemente, muerte del justo desde luego, que coronó la
serenidad de una existencia larga y laboriosa, siempre al servicio de su
patria. Mariano era amable, prudente y caballeroso, pero al mismo tiempo firme,
recto y vertical. Con tacto defendía sus posiciones, pero jamás transigía con
los principios. El contradictor jamás podría doblegarlo porque todo su discurso
respondía a la noción de integridad.
Mariano Ospina
Hernández estaba llamado a sobresalir por el solo hecho de su primogenitura en
la familia más fecunda en lo atinente al servicio público, que lo marcaría con
el sello inmejorable del auténtico conservatismo, católico y patriótico. Pero
eso no bastó, porque aspiró siempre a la excelencia como ingeniero, político,
botánico, orquideólogo, planificador, proyectista, ideólogo. Y en todos sus
campos descolló. Pocos colombianos han logrado combinar tantos saberes. Él los
sintetizó de manera admirable, de tal manera que la Presidencia de la
República, para Mariano, hubiera sido otro ejercicio más en su carrera de
servicio, jamás una pugnaz aventura política en pos de grandeza, poder, imposición
de cambios inútiles, agresivos o perjudiciales. La política para Ospina
Hernández fue siempre el campo de la más elevada dedicación a su otro gran
amor, la patria, inseparable del primero, su esposa y su familia.
Cómo estadista y
patriota, Mariano, en sus últimos años, sufrió intensamente viendo la caída del
país hacia los abismos de la revolución y el caos, pero mientras tantos
dirigentes empresariales y políticos contemporizaban con el desorden para
avanzar en negocios fabulosos o en carreras políticas apresuradas y rapaces, él
permanecía fiel al ideario democrático y conservador, mientras buena parte del
partido se contaminaba de clientelismo, oportunismo y venalidad.
Convencido
entonces de la necesidad de preservar el estado de derecho, la política civilizada
y el modelo económico productivo y desarrollista de libre empresa responsable,
Ospina Hernández fundó La Linterna Azul,
aventura editorial que su incomparable compañera de toda la vida, Helena Baraya,
continúa con el mejor criterio y la mayor dedicación.