Por
José Leonardo Rincón, S. J.*
Confieso que he estado tan absorbido en mis trabajos que no he podido
hacerle un seguimiento y análisis más profundo a las razones de fondo que
motivan las recurrentes marchas y paros que afectan nuestro país. Mejor dicho,
se han vuelto ya tan comunes y frecuentes que prácticamente hacen parte de
nuestro paisaje nacional. No sé si hoy día sigue pasando lo mismo en Buenos
Aires, pero hace poco más de una década, me contaban allí que todos los días
había una marcha, una huelga, un paro distinto.
De nuestras marchas y paros criollos sí me llama la atención que se
vuelvan cíclicos y reiterativos, apelando a las mismas estrategias y
metodologías. Ahora, nos afecta el bloqueo que los indígenas realizan a la vía Panamericana.
Llevan ya varios días y no se visualiza solución pronta. ¿Qué es lo que
reclaman? Repito, solo de oídas, entiendo que mayor atención a sus etnias. En
la agenda se colocan otros temas, pero en el fondo se están buscando recursos
económicos. Se exige, pero no se concede, dadas las vías de hecho, los actos
violentos e incluso el asesinato de un policía, la presencia del Presidente. Eso
me llama la atención también: con qué disposición, presteza y absoluta
dedicación se fue a la frontera con Venezuela a llevar ayudas, estar con la
gente, promover las marchas y tratar de introducirlas al vecino país, con los
extranjeros, pero no de la misma manera con los propios. No entiendo en unos y
otros sus actitudes. Me parece que ambos le “maman gallo” al país.
Y es que no puedo entender por qué cada cierto tiempo hay que marchar y
hay que parar. Igual pasará pronto con los camioneros, igual pasa cada tiempo
con el magisterio oficial, con gente de los juzgados, los pilotos, etc. Estos
eventos hacen parte ya de la agenda del país. Lo saben ellos, lo saben los
políticos de turno en el poder y lo padecemos el resto. La película es más o
menos la misma en su libreto. Quizás los actores se vayan renovando un poco,
pero el fenómeno es el mismo: se marcha, se para, hasta que se sientan a
negociar, se hacen acuerdos, se firman, se levanta el paro y la protesta, hasta
dentro de un tiempo, cuando se vuelve a parar y se argumenta lo mismo: de un
lado, que no se cumplieron los acuerdos y, de otro, que estos movimientos son siempre
insaciables y los manipula políticamente la guerrilla. Siempre es la misma
historia. ¿Hasta cuándo?
Me parece que la protesta es un derecho. Creo que cuando hay condiciones
injustas la gente no se puede callar. Y estoy convencido de que quien tiene la
autoridad o poder confiado por ese mismo pueblo que lo eligió para el cargo,
tiene la obligación de servir no a sus mezquinos y particulares intereses, sino
a los intereses del bien común. Esas son las premisas neutras. Y las llamo así
porque cuando uno va a ver, en realidad siempre hay intereses en juego, otro
tipo de móviles. En el ya mentado caso de la frontera, por ejemplo, el interés
no era la ayuda humanitaria. Por eso ni la ONU, ni la Cruz Roja, ni Caritas, se
prestaron para el juego. El interés era netamente político contra Maduro. Y
aunque era justo y razonable lo que se buscaba, el método y el disfraz que se
usó, fue lo que no hizo prosperar el asunto. Así de simple. En el caso de los pilotos, por ejemplo, si se
hubieran limitado a pedir lo que realmente necesitaban, otra hubiera sido la
historia. Pero estamos acostumbrados siempre a pedir más, para luego ceder o
conceder rebajas. Necesitamos 30, pero pidamos 100 a ver si nos dan 50. ¿Ese es
nuestro estilo, o no?
La legítima y justa protesta debe hacerse. Cuando los movimientos
sindicales se vuelven voraces e insaciables, la buena causa se desvirtúa,
pierde credibilidad, no encuentra el eco suficiente. Recuerden el caso de
Colpuertos hace ya varias décadas y otras tantas empresas que fueron llevadas a
la quiebra por querer tener todo y ofrecer poco o nada a cambio. Se quedaron
sin el pan y sin el queso y perdimos todos como país.
Los dirigentes políticos en cargos del Estado deberían ser serios.
Tienen que ser responsables con los bienes públicos que se les han confiado,
pero no pueden ser ciegos ante las reales necesidades de sus interlocutores. Tampoco
pueden ser irrespetuosos a la hora de negociar. Ese cuento de que con tal de
quitarse el paro de encima, prometen y firman un montón de cosas que saben que
después no se van a cumplir, es realmente un adefesio vergonzoso.
Como ciudadanos vale la pena estar más atentos a esto que nos pasa y
afecta. Vale la pena indagar sobre los pliegos de petición, vale la pena
fiscalizar el proceder de los funcionarios estatales. Vale la pena tomar
posición frente a lo que pasa. Estas marchas y paros nos cuestan cientos y
miles de millones. Entonces, ¿Qué es mejor? ¿Vivir eternamente en paros y
marchas o buscar una gestión eficiente que con equidad y justicia, que
realmente busque el bien común? Como ya sabemos la respuesta, trabajemos
entonces por esa causa.