Por Andrés de Bedout de
Jaramillo*
Este título suena como a oficina de espionaje
del agente 69. Sencillamente somos 6 amigos de la tercera edad que después de
haber estudiado en el colegio, hace 47 años, decidimos pasar juntos unos días
en Tolú, dedicados a recordar anécdotas de jóvenes, de adultos y de viejos, sin
perder el tiempo en noticias de prensa, radio, ni televisión, utilizando los
celulares en lo estrictamente necesario. Ni música escuchamos, solo el ruido
del mar, de la brisa y de los motores cuando estábamos navegando; eso sí, permanentemente
las risas de los 6 alborotaban el ambiente, en todos los espacios que
ocupábamos en nuestro recorrido, sin importarnos la presencia de las demás
personas.
Desde que nos encontramos en el counter del
aeropuerto, con el solo hecho de vernos, nos explotamos de la risa y arrancamos
con la mamadera de gallo, a sacarle gusto y a reírnos de todas las situaciones
que segundo a segundo nos iban sucediendo. Nos producía hilaridad el manejo que
tocó darle a las identidades en los tiquetes, al exceso de equipaje, al ingreso
a la sala de embarque, al relacionamiento con los pilotos del pequeño bimotor,
al transporte en las desvencijadas bicitaxis entre el aeropuerto y el parque
principal donde mercamos, a la mercada misma y a la marina desde donde en canoa
pasamos al abordaje de la lancha que nos llevó directamente a la cabaña que nos
albergó durante esos 5 días inolvidables. Solo dejábamos de reír cuando
dormíamos; ni recorriendo todos los espacios del inmenso Golfo de Morrosquillo,
navegando todos los días, dejábamos de reír entre anécdotas, sueños y
estupideces que sin descanso nos decíamos. Éramos viejitos jubilados y
semijubilados, deambulando por el Golfo de Morrosquillo.
Veníamos de las islas del Rosario, entre risa y
risa, sobre un mar picado por la fuerte brisa y en la lejanía divisamos una
lancha a la deriva desde la que nos llamaban insistentemente pidiendo auxilio. Nos
acercamos con temor, al ver que nadie más estaba cerca para ayudarles. Teníamos
dudas de poder terminar metidos en un lío, pero cuando entre los ocupantes
vimos una pequeña niña, sentimos la obligación de ayudarles. Inmediatamente
llegamos a ellos, el joven padre de la niña, quien resultó ser diputado de la
Asamblea del Departamento de Sucre y aspirante a la alcaldía de Sincelejo, nos
pidió que los arrimáramos a él y a la niña, a las playas Del Francés. El joven
diputado Merlano, abordó nuestra lancha, cuando fue a coger la niña, esta no quiso
soltarse de los brazos de su madre, quien terminó teniendo que abordar nuestra
lancha, y como no podían dejar a la joven niñera, esta también abordó, y como
venía otra joven pareja conformada por un barranquillero y una pelada de San
Onofre, también se montaron en nuestra lancha. Solo quedó en el bote, el
maestro Juan de la Luz, quien inmediatamente se pasó también a nuestra lancha. El
maestro era el más importante de los ocupantes y fue el último en abordar. Los
rescatados no podían dejar al maestro, su guía espiritual, famoso, en Google lo
pueden encontrar; la pelada de San Onofre me contó, en el constante brinconeo
del bote, generado por la fuerte marea, que estuvo poseída por el demonio, que
no tenía deseos de vivir, que había sufrido mucho, hasta que el Maestro Juan de
la Luz llegó a su vida y le sacó el demonio. Ahora es feliz y quiere la vida.
De un momento otro y de la nada, apareció una
lancha grande con 4 motores y 4 poltronas negras, ocupadas por 3 hombres y una
mujer. Jóvenes, perfectamente uniformados y armados hasta los dientes,
pertenecían a la patrulla naval de Coveñas, quienes en tono enérgico pidieron
documentos y zarpe, para hacer las verificaciones correspondientes con los
modernos y potentes equipos de comunicación. Como nuestra lancha estaca
sobrecargada y los salvavidas no alcanzaban para todos los ocupantes se les
advirtió con la misma reciedad, que las personas que traíamos de más, las
habíamos rescatado, algo que debieron haber hecho ellos, que inclusive debían
pasarse para la lancha de la patrulla naval, inmediatamente se retiraron a gran
velocidad, dejando los náufragos a nuestro cargo y responsabilidad.
Así es como no debe actuar la autoridad, ellos
que estaban en la zona debieron haber rescatado a los náufragos, tenían todos
los medios y la obligación de hacerlo. Este fugaz momento con la naval nos
quitó la risa, pero una vez nos dejaron tranquilos, con el bote sobrecargado de
náufragos, volvimos a las interminables risas que inmediatamente se contagiaron
a nuestros nuevos 6 amigos(as); ya éramos 12 riendo.
Cuando llegamos a tierra firme, los abrazos y
agradecimientos de los rescatados fueron muy sinceros y llenos de felicidad. Definitivamente,
la risa remedio infalible, qué terapia.