jueves, 21 de marzo de 2019

B72


Por Andrés de Bedout de Jaramillo*

Andrés de Bedout Jaramillo
Este título suena como a oficina de espionaje del agente 69. Sencillamente somos 6 amigos de la tercera edad que después de haber estudiado en el colegio, hace 47 años, decidimos pasar juntos unos días en Tolú, dedicados a recordar anécdotas de jóvenes, de adultos y de viejos, sin perder el tiempo en noticias de prensa, radio, ni televisión, utilizando los celulares en lo estrictamente necesario. Ni música escuchamos, solo el ruido del mar, de la brisa y de los motores cuando estábamos navegando; eso sí, permanentemente las risas de los 6 alborotaban el ambiente, en todos los espacios que ocupábamos en nuestro recorrido, sin importarnos la presencia de las demás personas.

Desde que nos encontramos en el counter del aeropuerto, con el solo hecho de vernos, nos explotamos de la risa y arrancamos con la mamadera de gallo, a sacarle gusto y a reírnos de todas las situaciones que segundo a segundo nos iban sucediendo. Nos producía hilaridad el manejo que tocó darle a las identidades en los tiquetes, al exceso de equipaje, al ingreso a la sala de embarque, al relacionamiento con los pilotos del pequeño bimotor, al transporte en las desvencijadas bicitaxis entre el aeropuerto y el parque principal donde mercamos, a la mercada misma y a la marina desde donde en canoa pasamos al abordaje de la lancha que nos llevó directamente a la cabaña que nos albergó durante esos 5 días inolvidables. Solo dejábamos de reír cuando dormíamos; ni recorriendo todos los espacios del inmenso Golfo de Morrosquillo, navegando todos los días, dejábamos de reír entre anécdotas, sueños y estupideces que sin descanso nos decíamos. Éramos viejitos jubilados y semijubilados, deambulando por el Golfo de Morrosquillo.

Veníamos de las islas del Rosario, entre risa y risa, sobre un mar picado por la fuerte brisa y en la lejanía divisamos una lancha a la deriva desde la que nos llamaban insistentemente pidiendo auxilio. Nos acercamos con temor, al ver que nadie más estaba cerca para ayudarles. Teníamos dudas de poder terminar metidos en un lío, pero cuando entre los ocupantes vimos una pequeña niña, sentimos la obligación de ayudarles. Inmediatamente llegamos a ellos, el joven padre de la niña, quien resultó ser diputado de la Asamblea del Departamento de Sucre y aspirante a la alcaldía de Sincelejo, nos pidió que los arrimáramos a él y a la niña, a las playas Del Francés. El joven diputado Merlano, abordó nuestra lancha, cuando fue a coger la niña, esta no quiso soltarse de los brazos de su madre, quien terminó teniendo que abordar nuestra lancha, y como no podían dejar a la joven niñera, esta también abordó, y como venía otra joven pareja conformada por un barranquillero y una pelada de San Onofre, también se montaron en nuestra lancha. Solo quedó en el bote, el maestro Juan de la Luz, quien inmediatamente se pasó también a nuestra lancha. El maestro era el más importante de los ocupantes y fue el último en abordar. Los rescatados no podían dejar al maestro, su guía espiritual, famoso, en Google lo pueden encontrar; la pelada de San Onofre me contó, en el constante brinconeo del bote, generado por la fuerte marea, que estuvo poseída por el demonio, que no tenía deseos de vivir, que había sufrido mucho, hasta que el Maestro Juan de la Luz llegó a su vida y le sacó el demonio. Ahora es feliz y quiere la vida.

De un momento otro y de la nada, apareció una lancha grande con 4 motores y 4 poltronas negras, ocupadas por 3 hombres y una mujer. Jóvenes, perfectamente uniformados y armados hasta los dientes, pertenecían a la patrulla naval de Coveñas, quienes en tono enérgico pidieron documentos y zarpe, para hacer las verificaciones correspondientes con los modernos y potentes equipos de comunicación. Como nuestra lancha estaca sobrecargada y los salvavidas no alcanzaban para todos los ocupantes se les advirtió con la misma reciedad, que las personas que traíamos de más, las habíamos rescatado, algo que debieron haber hecho ellos, que inclusive debían pasarse para la lancha de la patrulla naval, inmediatamente se retiraron a gran velocidad, dejando los náufragos a nuestro cargo y responsabilidad.

Así es como no debe actuar la autoridad, ellos que estaban en la zona debieron haber rescatado a los náufragos, tenían todos los medios y la obligación de hacerlo. Este fugaz momento con la naval nos quitó la risa, pero una vez nos dejaron tranquilos, con el bote sobrecargado de náufragos, volvimos a las interminables risas que inmediatamente se contagiaron a nuestros nuevos 6 amigos(as); ya éramos 12 riendo.

Cuando llegamos a tierra firme, los abrazos y agradecimientos de los rescatados fueron muy sinceros y llenos de felicidad. Definitivamente, la risa remedio infalible, qué terapia.