viernes, 1 de febrero de 2019

Por sus frutos


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón
El Maestro y Señor que era tan detallista observador de su contexto, afirmó sin dubitaciones que el árbol se conoce por sus frutos y que un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos.

Así las cosas, qué somos cada uno de nosotros sino el resultado de la educación recibida tanto en el hogar como en la escuela. De modo, también, que no dudo un ápice en afirmar que todo lo que estamos viviendo no es sino el resultado de la cosecha de lo que hemos sembrado por décadas. Claro, hay de todo, se ven cosas maravillosas y cosas realmente vergonzosas. En todos los casos reflejan lo que somos como seres humanos y hasta dónde somos capaces de llegar.

Como quizás lo he dicho en escritos anteriores, personalmente creo ser de una generación “bisagra” entre dos épocas muy disímiles. No voy a decir que una fue mejor que la otra porque caería en una generalización injusta. Ciertamente, cada una tiene sus aciertos y logros pero también sus equivocaciones y fracasos.

Me explico: alcancé a tener clases de lo que se llamaba “educación cívica” y eso me sirvió para aprender, por ejemplo, a respetar nuestra bandera, que había que izarla en todas las casas y edificios en las fiestas nacionales y se juraba con una fórmula especial. Era un símbolo que inspiraba respeto y amor por esta nación en la que nacimos. Recuerdo que en primer viaje a la Argentina vi cómo en una ceremonia para renovar una bandera ya deteriorada, esta se arriaba con respeto, se doblaba y llevaba a incineración. Ahora veo aquí que la bandera es un trapo que ya no se iza casi por ningún lado, que cuando juega la selección de fútbol la gente se la cuelga al hombro, la agitan, la arrastran…  Me enseñaron a cantar el himno nacional completo, de pies, con voz fuerte y la mano sobre el corazón. Me espanta hoy día ver a la gente muda o que apenas lo musita con tono destemplado, que habla, hace chiste o masca chicle mientras se entona. Por las emisoras lo ponen por obligación y como si fuera otro comercial. Me decepciona ver que ni los funcionarios y personajes públicos lo cantan. Parecieran extranjeros no sólo indiferentes sino irrespetuosos… Me enseñaron que uno tenía que saber comportarse en la calle como ciudadano, que lo público es de todos y qué hay que cuidarlo. Me impresiona ver ahora que la calle es una selva donde impera la ley del más fuerte, donde el “sálvese quien pueda” es el lema. Como lo público es de todos, resulta siendo de nadie. En ese sentido contrasta una ciudad como Medellín donde por años la “cultura metro” ha inculcado el cuidado por la casa común.

Alcancé a tener clases de “urbanidad” y eso me sirvió para aprender las normas más elementales y básicas sobre el comportamiento personal frente a los demás: el que llega saluda, el que se va se despide, se responde a las preguntas, se cede el puesto a una dama o a un adulto mayor, en las aceras se conserva el costado derecho, se usan los cubiertos, las cosas se dejan como se encontraron, se pone uno de pies cuando llega una dama o una persona con autoridad… hoy pareciera que todo eso es anticuado y está mandado a recoger. Por eso sorprende gratamente encontrar alguien con modales y uno para sus adentros piensa: ¡éste tuvo cuna!

Alcancé a tener clases de “religión” antes de que las suprimieran si no legalmente si de facto, en aras de la libertad de cultos. Es verdad que se había convertido en catequesis y de verdad no debería calificarse. En realidad debe ser una cátedra de educación en cultura religiosa que no de indoctrinamiento. Pero se abolió tanto lo uno como lo otro y eso ha facilitado que campee la ignorancia crasa en esta materia, al punto que hoy se ha convertido en una estrategia para manipular conciencias con sesgos ideológicos y políticos, convirtiéndose en un instrumento de alienación.

Alcancé a tener clases de “ética y valores”, complementaria de las anteriores, si se quiere, más profunda y evolucionada, en cuanto para personas maduras, con implicaciones de trascendencia profesional y para el desempeño en la vida pública. Me sirvió para comprender el alcance e impacto que tiene nuestro comportamiento y las acciones que a diario realizamos, lo que se debe hacer, lo que se debe evitar, a través de códigos de ética y buen gobierno. Desafortunadamente, para la casi totalidad de las personas,  cátedras como estas no son relevantes, más bien “costuras” y “rellenos”, de modo que no nos extrañe todos los fenómenos de corrupción que hoy vemos.

Alcancé a tener clases de “historia” y “geografía”, ciencias sociales en donde aprendimos a conocer nuestro pasado, dejarnos impactar por lo sucedido y aprender para el futuro. Donde aprendimos a conocer nuestra tierra, sus valles, ríos, montañas, accidentes característicos. Hoy me espanta ver la ignorancia generalizada al respecto. No se sabe, no se interesa. No se conoce, no se ama lo propio. Los referentes están fuera, se sabe más de allá que de acá. Por infelices plumazos burocráticos estas clases se suprimieron, como si adrede estuviese el propósito de no conocer la historia para tener que repetirla, de ignorar nuestra geografía para permitir que otros la exploten y usufructúen.

Excusen si parece un rosario de quejas y lamentos, pero creo que ha habido una malévola conspiración contra las humanidades y las ciencias sociales. En un mundo que maravillosamente ha evolucionado en ciencia y tecnología se han relegado la ética y los valores, la formación espiritual y humanística. Hay que balancearlas si no queremos una debacle. Porque nadie sensato podrá resistirse al cambio, la evolución, el progreso y la innovación, pero nadie inteligente aceptará tan fácilmente que lo más típicamente nuestro sea ignorado y desechado. Hay frutos buenos y hay frutos malos. Hay frutos aparentemente buenos pero que parecen plásticos porque no tienen jugo y sabor. Otros porque son jugosos pero amargos. De lo que se siembra se cosechará. ¡Por sus frutos los conoceréis…!

1 comentario:

  1. Completamente de acuerdo. Ahora, más que nunca, requerimos una Urbanidad para obtener buenos modales en la irrupción de las masivas Redes Sociales y sus efectos nocivos en muchos ámbitos de nuestra sociedad.

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