Por Pedro Juan González Carvajal*
Los
ciclos de vida de los seres o las instituciones se enmarcan en momentos de
nacimiento o fundación, crecimiento o desarrollo, madurez, deterioro y muerte.
Bajo
otra perspectiva, y ya en lo social, se podría hablar de épocas de barbarie,
civilización y decadencia, para volver a reiniciar el ciclo, cual noria
perenne.
Países
como el nuestro y aquellos libertados por Bolívar, O´Higgins y San Martín,
apenas hace 200 años, inician su experiencia como conglomerados
socio-político-económicos con algún nivel de autonomía, con una muy limitada
soberanía y sin proyectos claros de qué hacer con la independencia recién
lograda.
Aparecen,
de buena fe, posturas caudillistas y autoritarias que permiten garantizar al
menos el freno a la intención de reconquista por parte de la monarquía Española
y sus socios de La Santa Alianza, con el enorme costo de castrar la aparición
de partidos políticos reales y fuertes.
Bajo
el principio de divide y vencerás, las élites de la época, convencidas o no de
los beneficios del logro de la independencia, supieron defender sus intereses,
fragmentaron la sociedad y se apoderaron de los principales circuitos de poder,
situación que lamentablemente nos acompaña hasta la fecha.
Doscientos
años después, los conceptos de libertad, de igualdad, de equidad y de justicia,
todavía están en proceso de comprensión, entendimiento e implementación.
Doscientos
años después, los asuntos que giran alrededor de los procesos de posesión y
tenencia de la tierra, no se han admitido, no se han enfrentado y mucho menos
resuelto.
Doscientos
años después, los conceptos de civilidad y de ciudadanía todavía no se han
entendido, no se han introspectado y no hacen parte de los objetivos a alcanzar
por parte de sistemas educativos todavía en el aire.
Doscientos
años después la separación entre lo clerical y lo civil no se encuentra lo
suficientemente delimitado.
Doscientos
años después, no ha sido posible que tengamos sociedades justas, previsivas y
solidarias.
Doscientos
años después no hemos logrado adquirir la suficiente conciencia geográfica e
histórica que nos permita reconocer y conocer las vastas riquezas de los
territorios que poseemos y que además son exuberantes en recursos naturales de
todo tipo.
Doscientos
años después no hemos podido superar la ambición desmedida de diferentes
núcleos humanos a lo largo y ancho de nuestra estructura social, lo cual ha
hecho que los fenómenos de la corrupción, nacidos desde nuestros primeros años
como repúblicas independientes, no hayan podido ser erradicados.
Doscientos
años después no hemos podido construir la confianza interna y externa que es el
requisito básico para poder vivir en comunidad.
Doscientos
años después no hemos podido alcanzar ni la generosidad ni el pragmatismo para
unirnos al interior de nuestros países, ni entre los propios países.
El
análisis continuará y servirá de acicate para que bajo la perspectiva que nos
da hoy el mundo global, podamos tener la objetividad y la racionalidad
suficiente para entender y explicar por qué nuestros proyectos no han logrado
concretarse en estas latitudes, a diferencia de otros países y otras sociedades
que en otros lugares geográficos han nacido a la independencia en períodos
cercanos al nuestro y sí han podido consolidar sus proyectos.
Oportuno
releer en estos días el libro “Bolivarismo
y monroeismo” de Indalecio Liévano Aguirre, quien con su análisis nos da
grandes pistas alrededor del tema.
Insistimos
en la conveniencia de dotar a Medellín de un adecuado centro de espectáculos,
de un velódromo cubierto y de un autódromo que cumpla las especificaciones de la
F1.
NOTA:
Excelentes las intervenciones que en materia de organización de aceras realiza
la administración municipal en diferentes sitios de la ciudad. Esta debería ser
una actividad de carácter permanente.