viernes, 15 de febrero de 2019

Celebrar la vida


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón
Los años pasan inexorablemente y cuando menos es que uno se encuentra en la madurez, por no decir en los albores de la tercera edad. No es exageración, no es derrotismo. La verdad, el tiempo corre. Qué hace que éramos niños, no hace mucho estábamos en la flor de la juventud, parece que fue ayer que nos hicimos profesionales. Y veámonos ahora, ya cincuentones, con menos cabello y más canas, con compañeros de colegio ya con hijos profesionales y a poco, abuelos. Basta con hacer un breve repaso a lo que hemos vivido y es ahí cuando nos damos cuenta de todo lo que hemos vivido, la cantidad de amigos que hemos conseguido, el montón de lugares conocidos y… también, la cantidad de tiempo que hemos perdido, sí, ¡así como suena!

La vida es única, irrepetible, irreversible. No creo en la reencarnación, ni en karmas, ni en cosas raras o esotéricas. Creo que solo se vive una vez y que hay que vivir para contarlo, como dicen. Si de niños y jóvenes supiéramos que la vida, a la hora de la verdad, es corta, efímera, fugaz, entonces la aprovecharíamos mejor. Cuando se es joven se tiene fuerza, empuje, vigor, pero no se tiene experiencia… y cuando se es ya adulto y se tiene experiencia, no siempre hay fuerzas ni la energía de la juventud. Es lo que pasa en el mundo laboral: a muchos no los contratan porque están muy jóvenes y no tienen experiencia y a los otros porque aunque tienen experiencia ya están muy viejos.

Y en cuanto a perder el tiempo, hasta para eso hay que saberlo hacer. Por ejemplo, perder el tiempo con un buen amigo que hace años no veíamos, eso bien vale la pena. Perder el tiempo tomando un buen descanso en aquello que realmente nos gusta y relaja, es un saludable y elemental ejercicio de autoestima. Pero, perder el tiempo, navegando horas y horas en internet sin realmente obtener un fruto significativo, es realmente lamentable. Mi madre me lo repetía de niño: “el tiempo perdido, los santos lo lloran”. De modo que tiene actualidad plena la antigua y siempre nueva invitación a vivir el “carpe diem”, esto es, gozarse y vivir intensamente cada instante porque es único, nunca volverá a darse, podrá parecerse a otro, aparentemente repetirse, pero no es el mismo.

Cumplir años es un buen pretexto para volver sobre estas necesarias reflexiones. Ese día, por ejemplo, plena, consciente y libremente, desde hace varios años, decidí no hacer nada de lo que hago ordinariamente. Ese día, me dedico exclusivamente a dejarme consentir por quienes me visitan, llaman o me escriben por distintos medios. ¡Qué recarga de energía!, ¡qué reencauche anímico y espiritual!, ¡qué antidepresivo tan eficaz!, mejor dicho, ¡qué buena ocasión para celebrar y dar gracias a Dios por habernos dado la vida, para agradecer a nuestra madre por haber dicho sí a esa vida que se gestaba y haber asumido con valentía la tremenda responsabilidad de criarnos y formarnos! La verdad, la pasé de maravillas, ¡qué bueno contar con tantos y tan queridos amigos alrededor!, tantas historias, tantas anécdotas, tanta vida acumulada… ¡eso no tiene precio!

Como la vida se acaba y no sabemos cuánto nos queda (fíjense en la dolorosa tragedia con el joven Legarda), la invitación es a celebrar cada instante de nuestra vida. La razón es, porque es único, porque puede ser el último. Anoche cené aquí en Medellín con un joven exalumno, ya profesional y exitoso, quien me dijo: “José: si me muriera ahora me moriría pleno y feliz porque he vivido bien la vida”. Y para mis adentros, compartiendo plenamente su pensamiento, me decía: ¡Qué buen balance!, así debe ser el nuestro, no anual, no mensual, ¡diario!. Si hoy fuese mi último día, ¿podríamos decir lo mismo de mi joven amigo? Tiene cada uno la palabra…

No hay comentarios.: