martes, 29 de julio de 2025

Del terror al regicidio

José Alvear Sanín
José Alvear Sanín

Con la infame sentencia condenatoria, anunciada ya por la juez, contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez, se inicia una nueva etapa (¿definitiva?) en el avance de la revolución colombiana. A partir de tan monstruoso prevaricato, ese proceso se radicaliza, porque el poder petrista se asienta ahora sobre las sólidas bases del terror y el regicidio.

El asesinato frustrado del doctor Miguel Uribe Turbay inicia el reinado del terror, y la condena del doctor Álvaro Uribe Vélez equivale al regicidio.

A partir del 7 de junio de este año fatídico se nos ha notificado, de manera inequívoca, que la oposición política implica un riesgo mortal permanente. Por tanto, no es de extrañar que, después de lo de Fontibón, el silencio reine sobre todos los escándalos, corruptelas, mentiras y violaciones de la Constitución y la Ley, por parte del Gobierno, y que su titular pueda no solo exhibir, ahora con mayor desfachatez, su estado mental alterado, sino que también pueda avanzar con mayor determinación y sin tapujos hacia la toma del poder absoluto, a través de la reelección que propone, en público y a voz en cuello, su nuevo segundo al mando, el soez de Saade[1].

Si con el primer atentado se ha logrado amedrentar tanto al país político, es posible que no se perpetren por ahora otros magnicidios, pero llegará luego la ocasión en la que, después de otro, el gobernante “se vea obligado” a asumir todos los poderes y a aplazar las elecciones, hasta que se recupere la normalidad democrática..., y luego vendrán la nueva Carta, impuesta por los comités populares municipales (soviets), y la “paz total”, de acuerdo con el ELN.

Ahora bien, después del terror viene el regicidio, porque la anunciada sentencia contra Uribe Vélez no es cosa distinta de la decapitación simbólica de quien encarna, mejor que nadie, nuestre ancien régime de imperio de la Ley, tridivisión de poderes, supremacía de la Carta y responsabilidad moral de quienes encarnan las instituciones.

Con la próxima sentencia, que será proferida sin pruebas o contra ellas, el gran expresidente será convertido judicialmente en un vulgar delincuente común, para demeritar totalmente la concepción del Estado de derecho que, desde la Real Audiencia, con los naturales cambios históricos, viene siendo inspirada por las ideas de legitimidad y deber ser, porque si ya todas las instituciones están tomadas por delincuentes, corruptos, esbirros, prevaricadores y perjuros, desaparece para siempre la ingenua confianza en las “sólidas instituciones” que harían imposible el golpe de Estado y la caída del país en el abismo.

En esas condiciones, ¿qué sigue, diferente de un régimen similar o peor que el de Venezuela?

No estamos ante un “error judicial”, sino que hemos tenido que presenciar el primer juicio político estalinista de nuestra historia, cerrado en un juzgado municipal, probablemente con una motivación redactada por especialistas que no estaban agobiados por el trabajo rutinario y urgente que caracteriza los despachos penales[2]

La infamia hiere tanto a la patria como a su inocente víctima, pero como “la Ley no grita cuando es violada”, los escándalos de las semanas venideras seguirán ocultando al país, como viene sucediendo desde hace tres años, la marcha triunfal de la revolución narco-comunista en Colombia.



[1] Ahora, más envalentonados, Petro y Saade anuncian medidas para la toma del espectro electromagnético, y la consiguiente censura y supeditación de los medios, inevitable en un régimen comunista totalitario; y este dúo, además, ya no vacila en entregar a Maduro la soberanía sobre tres departamentos, seguros de que ningún órgano procederá contra ellos por traición a la patria.

[2] Un acucioso conocedor de la IA observa que ese instrumento podría determinar hasta dónde escribió la juez las interminables y farragosas consideraciones, con los sofismas correspondientes, y qué parte de ese falaz mamotreto le fue suministrada...