Hace algunos años se hablaba de
estar a la moda cuando el común de la gente aceptaba una situación como
preferida y en medio de una sociedad de consumo incipiente esta se
generalizaba. Hablamos de la minifalda, de la bota ancha, del cabello largo,
del artista favorito, de las baladas, de las rancheras, de las hamburguesas,
del pollo frito, de los apartamentos, de los centros comerciales, de los
vehículos pequeños, de la televisión a color, de la frecuencia radial FM, de la
última película, de los electrodomésticos, del alquiler de películas, de los casetes,
de los CD y los DVD, entre otras tantas posibilidades en medio de la
cotidianidad.
Las nuevas generaciones son
esclavas de las marcas “IN” de cualquier tipo de productos físicos, lo
que potencia el consumismo y demuestra la fragilidad de los conceptos básicos
de carácter y personalidad. Las apariencias reemplazan la realidad.
Los tiempos actuales, traen sus
propias exigencias y hoy se habla de las tabletas, de los celulares, de los IPhones,
de las compras por Internet, del sushi, de la comida saludable, de los
gimnasios, de los tatuajes, de las redes sociales como TikTok, de conciertos,
de la música urbana, de videojuegos, de jugar padel, de ir a
restaurantes caros con comida rebuscada y poquita, de participar en maratones,
de tener playlist en Spotify, de hablar
de Inteligencia Artificial sin saber qué es eso, de la última serie de Netflix,
entre otro sin fin de variadas posibilidades.
En todos los tiempos se hablará
mal del Gobierno de turno –máxime si da papaya–, se volverá repetitivo el
comentario sobre el clima, hoy por hoy ante la congestión vehicular resulta
ofuscante hablar de la mejor ruta que cada uno conoce –y que casi nunca lo es–
para hacer que los viajes, y los recorridos se vuelvan un tormento en medio de
discusiones anodinas.
Se vuelve tema del día el
escándalo de turno divulgado y explotado de manera amarillenta e irresponsable por
los programas de radio y de televisión, que cada día sacan a la luz pública uno
nuevo para mantenernos entretenidos y confundidos, haciendo que el concepto de
realidad sea incierto.
Ni que hablar de la promoción y divulgación
intensiva de espectáculos deportivos, lo cual ha convertido el deporte en un
acontecimiento verdaderamente globalizado. Ya existen en Colombia tantos
hinchas del Barcelona y del Real Madrid como del Medellín o del Nacional.
Estamos inundados de información
excelente, buena, regular, mala, pésima y mentirosa. Es apenas lógico y
respetable que cada uno haga de su vida y con su vida lo que le venga en gana,
eso sí, sin afectar la vida de los otros. Expresiones como “yo creo”, “yo
opino” o “yo considero” no pasan de ser simples enunciados vacíos si detrás no
existen los argumentos sólidos que respalden cada postura.
Lo que también es claro es que
una persona tiene diferentes formas de divertirse, que actividades como la
culturización no se hacen a través de Netflix, que los libros y las relaciones
personales existen y que la mejor forma de socializar es el contacto personal,
la conversación inteligente o vacía pero cara a cara.
Ya parece que las nuevas
generaciones han dado el salto cuántico social y de ser ciudadanos de un país
han logrado ubicarse como ciudadanos del mundo, con una visión cosmopolita para
la cual no existen ni fronteras ni límites culturales.
Por su parte un “clásico” es
un ejemplo sobresaliente de un estilo
particular; algo de valor duradero o con una cualidad atemporal; de la primera
o más alta calidad, clase o rango, algo que
ejemplifica su clase.
El Reguetón pasará, pero Beethoven seguirá siendo eterno.
Los best sellers literarios durarán un tiempo, pero
Cervantes y Shakespeare continuarán a través de las generaciones.
La avalancha de información perecerá, pero la cultura y la
civilización pervivirán.
El politiquero de turno se convertirá en flor de un solo día
y al dejar su cargo, caerá en la nada, de donde vino.
Los caudillos de turno serán borrados de la memoria, mientras
que los grandes hombres serán recordados por la historia.
La acción puntual tendrá resultados en el corto plazo,
mientras las acciones y decisiones tomadas pensando en las próximas
generaciones se convertirán en legados.
La belleza, la importancia, la riqueza, el abolengo, el poder
son todas figuras efímeras.
La buena educación deberá formar ciudadanos de bien e
idóneos, no solamente alfabetos sin ningún tipo de carácter y menos de
criterio.
Una buena educación deberá potenciar “el uso de la razón” y
el desarrollo de “la conciencia”.
Ojalá llegue el día en que esté de moda hablar de arte, de
libros, de honestidad, de honorabilidad, de legalidad, de principios, de
valores, de moral y de comportamiento ético, temas que lamentablemente para mi
generación y las siguientes, no han sido el foco de atención.
Aquí vamos, empujando la noria de la existencia, con el
convencimiento de que, para todos, sin excepción, en unos años, pasaremos
simplemente a un costado, dando espacio para que las generaciones de relevo
tomen el mando y según su criterio, manejen el mundo.
Recordemos las sabias palabras que se atribuyen tanto a Luis
XIV como al poeta Almafuerte: “Después de muertos, aunque no salga el
sol”.