José Leonardo Rincón Contreras, S. J.
Esta noche estaré en la
celebración de los 80 años de la CIEC, Confederación Interamericana de
Educación Católica, entidad de la cual fui su secretario general entre 2011 y
2014 y que agrupa las federaciones nacionales de colegios católicos de 23
países del continente, desde Canadá hasta el Cono sur.
Me han pedido que hable de
su momento fundacional que, entre otras cosas, se dio aquí, en Bogotá, el 6 de
junio de 1945, en el marco del Primer Congreso Interamericano de Educación Católica,
evento promovido por el entonces arzobispo local, monseñor Ismael Perdomo y que
fue organizado por el jesuita Jesús María Fernández, primer secretario general,
a cuál más de los dos hombres extraordinarios, caracterizados por su liderazgo,
no sólo el inherente a su ministerio pastoral, sino, también, al de su propia
naturaleza humana que los dotó de enormes cualidades.
En efecto, monseñor
Perdomo, alentó la fundación de esta organización continental para coordinar
las homólogas nacionales como la que él mismo fundara siete años atrás, también
junto con Fernández: Conaced. Bien sabemos de la nada fácil coyuntura política
que le tocó sortear y de las incomprensiones que padeció. Hoy día se encuentra
avanzado su proceso de canonización.
Por su parte, el P
Fernández, para nosotros los jesuitas colombianos es un referente importante
como quiera que fuese el fundador y primer provincial de la provincia jesuita
en 1924, restaurador-rector de la Universidad Javeriana y gestor de importantes
iniciativas apostólicas.
Ambos hombres
inteligentes, visionarios, tenaces emprendedores, geniales y genuinos que al
cruzarse en las coordenadas espacio temporales de su momento, lograron una
verdadera sinergia propositiva, constructora de causas nobles, verdaderos
ejemplos para subsiguientes generaciones, auténticos referentes, gente
inspirada que realmente inspira.
Gente que inspire es lo
que necesitamos hoy día. Precisamente en
el ámbito educativo escuché la queja de que las generaciones adultas no eran ni
modelo ni referente, poco motivaban, menos inspiraban. Preocupados por
satisfacer egos insaciables, narcisos embelesados en sus propios intereses,
mediocres en sus resultados, en realidad no corresponden a las expectativas que
generaron. Por eso no hay que sorprenderse de por qué estamos como estamos. Y
por eso el razonable anhelo de tener líderes que inspiren, que conciten y
aglutinen, altruistas y generosos, que miren más allá de sus propias narices y
convoquen para causas que valgan la pena, testigos vivos de su propio discurso,
hombres como Perdomo y Fernández, gente que una y no divida, en fin... gente
que inspire.