Luis Alfonso García Carmona Existe en la ciudad de Venecia una construcción del siglo XVII que consiste en un pasadizo cerrado y elevado sobre el Rio Di Palazzo, que une el Palacio Ducal con la prisión de la Inquisición (Piombi). Se ha conocido como Ponte di Sospiri (Puente de los suspiros), ya que, a través de unas ventanas del pasadizo, podían los condenados a muerte mirar por última vez el cielo y el mar antes de ser ejecutados.
Destino similar al
de esos desdichados padecemos los colombianos, aunque optamos por ignorar
nuestra desgracia o por esperar que otros nos libren de ella.
Cuando se suscribió
el humillante pacto de La Habana con los más crueles criminales de nuestra
historia comenzamos a advertir sobre el ominoso peligro que se cernía sobre
nuestra Patria y chocamos con una apatía generalizada. Algunos argumentaban
que el fatídico acuerdo era necesario para que no siguiéramos matándonos. No
recuerdo haber matado a nadie, pero mi mente sí ha registrado las masacres y
atentados que durante seis décadas han perpetrado los bandoleros de la
guerrilla.
La cobardía,
la tolerancia con el delito y la impunidad repartida a manos
llenas entre los terroristas, narcotraficantes y vándalos durante los gobiernos
de transición (Santos y Duque) insuflaron nuevas fuerzas a una guerrilla que,
al terminar el mandato de la Seguridad Democrática estaba derrotada, exilada en
países limítrofes u oculta en lo más profundo de la selva. Apoyada en esa
irregular fuerza y en la apatía de nuestra clase dirigente fue
construyendo la extrema izquierda su camino hacia el poder que, finalmente
conquistó, con el empuje de los dineros sucios y de un monumental fraude
electoral, en el 2022.
Aunque el panorama
es cada vez más oscuro y las perspectivas más tenebrosas, inexplicablemente
persiste la complicidad de la clase política con este desastre ético y
político. Ninguno de los caciques electorales se ha preocupado por el avance
del terrorismo y de la izquierda totalitaria con todas las herramientas del
poder a su libre disposición. Más grave aún: cuando el pueblo colombiano, haciendo
uso de un derecho constitucional, inició el juicio político contra Petro
por haber violado los topes económicos de su campaña, la misma dirigencia se ha
encargado de entorpecer el proceso y de negarle su apoyo a los demandantes.
Dos años y medio de
constantes violaciones a la Ley y a la Constitución, de sucesivos escándalos de
corrupción protagonizados por la camarilla gobernante, de entrega del
territorio nacional a los grupos irregulares, de saqueo de los dineros públicos
a través del crecimiento exagerado del Estado y del derroche sin límites, de
destrucción del sistema de salud, de obstaculizar las funciones de las fuerzas
armadas y de cometer toda clase de torpezas en el manejo de todos los asuntos
públicos , no han bastado para despertar la conciencia nacional.
Nos emascularon de
pie y ni siquiera reaccionamos. Miremos por última vez el cielo y el mar de esta
Colombia bella, antes de que nos envuelva la aterradora noche como a los pobres
transeúntes del Puente de los Suspiros.