martes, 18 de junio de 2024

De cara al porvenir: qué habladera tan macha

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

Dicen que el hablar, nos diferencia de los animales: así sea. Otra cosa es que nos comportemos como verdaderos loros parlanchines.

Además, claro que existe la libertad de expresión y que estamos aún en una débil democracia, pero eso no es suficiente para aprovechar y salir a decir bobadas.

Lamentablemente hoy por hoy, se nos fue la mano, y todos, sin excepción, no hacemos más que hablar sobre cualquier asunto, digamos que empleando este recurso como medio de socialización a través de la comunicación.

Estamos creyendo que con hablar las cosas se solucionan, mientras que hoy, hablando, estamos tratando de explicar lo inexplicable, justificando la no obtención de resultados, prometiendo lo irrealizable, echándole la culpa a otros y no asumiendo ningún compromiso serio.

Habla el papa, habla el presidente, habla el magistrado, habla el general, habla el científico, habla el político, habla el delincuente, habla el profesional, habla el profesor, habla el trabajador, habla el ciudadano del común, habla el niño, hablan el perro y el gato y hablan hasta los burros.

Está bien que hablemos, pero que hablemos cosas sensatas, con algún conocimiento de causa para poder esgrimir y/o rechazar argumentos, ya sea bajo los aspectos y fundamentos de la lógica, de la dialéctica o de la oratoria y la retórica bien entendidas.

Uno ve las entrevistas que hacen algunos buenos periodistas –pues no todos son buenos periodistas ni son entrevistadores– a algunos personajes a quienes difícilmente se les puede reconocer que tienen el cerebro conectado con la lengua. Hace uno fuerza para que puedan hilar las ideas y puedan expresarse con palabras correctas a un ritmo más o menos decente, no como si el entrevistado fuera un protozoario.

Es importante además saber el manejo correcto del lenguaje y no caer en equivocaciones del orden gramatical o del sentido de las palabras y mucho menos en la vulgaridad, la ofensa y la descortesía.

La idea de los voceros oficiales debería fortalecerse para disminuir el número de “fuentes oficiales” tanto de organizaciones públicas como privadas.

Además, pareciera ser que el protagonismo o el afán de visibilidad hace que los funcionarios patrocinen a algunos periodistas para que los entrevisten, haciendo gala de su desfachatez.

¿Con cuál frecuencia deben dar ruedas de prensa los ministros, el fiscal general de la Nación, los presidentes de las altas cortes, el procurador, el contralor general de la nación o los dirigentes gremiales, entre otros tantos?

Pareciera que a diario hay que buscarlos o se dejan encontrar para que se pronuncien sobre el asunto de turno, independientemente de su trascendencia o no, de su conocimiento o no.

Eso sí, todo el mundo habla y da declaraciones, pero cuando se trata de responsabilizarse por lo que se dijo, aun cuando queden las grabaciones, la salida tradicional y de rigor es: “Me sacaron de contexto”, o “lo que quise decir fue…”.

¿Recuerda usted amable lector el nombre del fiscal general de cualquier país desarrollado? Claro que no. Hay cargos que requieren cierto perfil, prudencia y recato, no protagonismo, a no ser que circunstancias de excepción lo ameriten.

Ahora bien, y es mi posición personal, no estoy de acuerdo con que se administre a punta de Twitter. Es claro que la tecnología proporciona excelentes herramientas para usarlas correctamente, pero no como botafuegos y reacciones imprudentes y en caliente de los gobernantes primarios de turno.

¡Cuánto añoro a los grandes editorialistas y a sus editoriales, a los grandes columnistas y a sus columnas! Hombres y mujeres de pluma fina, de conocimientos profundos, de idoneidad comprobada, obviamente defendiendo sus formas de ver el mundo, pero con el conocimiento, la seriedad, el atrevimiento y la sagacidad para pronunciarse sobre los temas de interés general y responsabilizándose por lo que escriben.

Hoy estamos llenos de lugares comunes, de posturas pre calculadas para decir lo políticamente correcto y muchas veces decir mucho sin decir nada para poder pasar agachados.

Cada época trae su afán. Hoy pareciera ser que estamos sumidos todos en la vergonzosa mediocridad.

Dice el dicho popular que “uno es amo de su silencio y esclavo de sus palabras”.

Recordemos a Orson Welles cuando dice: “Muchas personas son lo bastante educadas como para no hablar con la boca llena, pero no les preocupa hacerlo con la cabeza vacía”.