Gran expectativa generó en su
momento las convocatorias por parte de la oposición al Gobierno y por parte de
los amigos de este, a la realización de marchas en contra y a favor del estado
de cosas.
La primera, celebrada el 21 de abril,
y la segunda el 1 de mayo, “coincidencialmente”, en la celebración del Día del Trabajo.
Hay que reconocer que, en
términos de convocatoria, ambas fueron exitosas. La primera, llenó de
triunfalismo a sus organizadores y marchantes, lo cual obligó al Gobierno a
esforzarse para que la propia no fuera inferior, para lo cual, hábilmente, la
hizo coincidir con los desfiles tradicionales del Día del Trabajo.
Esta vez, hay que reconocerlo,
fue una expresión civilizada, donde la gente marchó en paz y expresó libremente
su opinión.
Sin embargo, queda flotando en
el ambiente un fuerte aroma de división y de polarización, lo cual ha
demostrado históricamente que es inconveniente.
No por esto podemos caer en la
tentación de convertir la expresión libre de la gente en un “reality”,
donde hay competencias, premios y castigos para quienes llenen o no llenen las
plazas o lugares de encuentro tradicionales, a sabiendas de que, finalmente, la
verdadera expresión de favorabilidad o no a un Gobierno se da en las urnas,
cuando se respalde o no su propuesta de gobierno y se apoye o no a los
candidatos que defienden cada postura.
Les corresponde a los opositores
al Gobierno unirse alrededor de un programa y un candidato único si quieren
tener opción de ganar. Un programa que responda a aquello que hoy genera
controversia y un candidato que encarne las expectativas y los anhelos de sus
seguidores y no alguno que aparezca por descarte y por el que finalmente se
vota, pensando en votar en contra del candidato del otro lado.
Si esto no se hace, el fracaso
está anunciado y sentenciado, y las marchas de descontento, no dejarán de ser
un recuerdo y una anécdota.
Por su parte al Gobierno en
ejercicio le corresponde ejecutar su Plan de Desarrollo, lograr la armonía con
los otros poderes públicos, buscar la unión nacional, evitar a toda costa ser
protagonista de diferentes tipos de escándalos y ser implacable en la lucha
contra la corrupción.
De no hacerlo, se frustrará su
ideal político, incrementará la incertidumbre ante todos los públicos de
interés, se afectarán todos los indicadores sociales y económicos, y echará por
la borda el proyecto progresista que dice encarnar.
Habría que analizar en
profundidad cuál es la verdadera estrategia del Gobierno, si unir o polarizar,
si ejecutar o especular, si gobernar o pelear.
Lo que es claro es que lo que
debe estar siempre por encima de cualquier aspiración personal, de movimientos,
de partidos o de grupos, son los altos intereses de la nación.
Quien no lo entienda y no lo
asuma así, será un conspirador y un traidor a la patria, y ahí es donde veremos
efectivamente, los marchantes de lado y lado, de qué están hechos y a qué le
están apostando.
Mención especial merecen las
estrategias comunicacionales de amigos y enemigos del Gobierno y del propio
Gobierno.
Yo personalmente soy enemigo que
se gobierne a punta de Twitter y de redes sociales.
Los principales medios de
comunicación privados en Colombia pertenecen a 4 dueños y el Gobierno controla
los canales y medios oficiales, como es apenas normal.
Para que los medios de
comunicación sigan conservando su categoría de “cuarto poder” y de verdad sean
respetados y acatados por su sintonía natural, que no se conviertan en esclavos
del “rating” y sean sobre todo preservadores y promotores de la democracia,
deben brillar por su profesionalismo, su objetividad y su transparencia.
Movilizar es más fácil que
gobernar.
Proponer es más fácil que
ejecutar.
Criticar es más fácil que hacer.
La historia reciente nos muestra
cómo hemos llegado a este estado de cosas. Es un momento histórico para de
verdad medir el calibre y la calidad de aquellos que se consideran como
líderes. Repetir la historia es un suicidio y una forma de entender, de una vez
por todas, que estamos huérfanos de líderes y que la patria tendrá que
transitar por caminos llenos de sombras y de relativas incertidumbres.
¡Todo por Colombia, nada contra
Colombia!