viernes, 12 de abril de 2024

El don de los amigos

José Leonardo Rincón
Por José Leonardo Rincón, S.J.

No estamos en San Valentín, no estamos en el día que llamamos del amor y la amistad. Este es un día cualquiera de abril en el que quisiera exaltar el valor de la amistad y hacerlo no propiamente como la primera etapa que se da cuando se está bebiendo algún licor y emotivamente se hace alharaca del asunto.

Precisamente, la verdadera amistad, no necesita hacer mucha bulla, ni aspaviento. Se da. Esta ahí. Es una realidad silenciosa pero efectiva. Contar con verdaderos amigos es un regalo de Dios. Con los amigos de verdad no necesita uno hablarse todos los días, ni decirles cada tanto que se les quiere. Simple y llanamente se cuenta con ellos.

Estoy seguro de que a todos nos ha pasado que nos perdemos por un tiempo de algunos amigos. Dejamos de hablarnos, no nos volvimos a ver, viajaron o se quedaron en otra ciudad. No hubo conflictos, no hubo rompimientos. Simplemente nos silenciamos, absortos en nuestros trabajos, ocupados a más no poder en nuestras cosas. Y pasa el tiempo, a veces meses, a veces años. De pronto, la ocasión feliz del reencuentro se da… y ahí está lo bello y lo maravilloso que solo pasa con los verdaderos amigos, al volverse a ver, el corazón palpita más rápido, un fuerte abrazo, un beso en la mejilla, reactivan las conexiones. No hay reclamos, no hay regaños. ¿Dónde ibamos? La conversación se reanuda como si apenas se hubiese interrumpido hace un momento, fluye fácil y espontáneamente, sin agendas, sin protocolos. Es una delicia.  Y al despedirse, no hay estrés, no hay problema. No es un adiós, es un hasta pronto. La certeza de que el otro está ahí, siempre, es plena, total.

Así las cosas, qué bueno tener estos amigos.  Alguien podrá diferir diciendo que la amistad hay que cultivarla, que es como una mata que se siembra algún día y hay que echarle agüita, abonarla, cuidarla. Claro, tienen toda la razón. Así debe ser en sus inicios, mientras crece, coge fuerza y se hace robusta. Sin embargo, hay algunos que piensan que es un acto recíproco de dar y recibir. Si tú me das, yo te doy. Si tú me llamas, yo te llamo. Si me escribes, te escribo. Si me invitas, te invito. Y no. Cuando la amistad es madura, no es una contraprestación, no es un trueque, no es transacción económica. Tampoco es recostarse, tampoco es abuso. Es un acto de gratuidad, generoso, porque no espera nada a cambio y sin embargo cuenta con todo.

Con razón, amigos pocos. Amigos de verdad. Son un don gratuito de Dios, son un regalo, son un tesoro.  Personalmente no puedo quejarme. En muchas latitudes, en muchos lugares, cuento con estos amigos. Sé que cuento con ellos y ellos conmigo. Lo sabemos. Se vive, se siente, están siempre presentes.  ¡A Dios le doy gracias por ellos!