Por José Leonardo Rincón, S.J.
No estamos en San Valentín, no estamos en el día que llamamos
del amor y la amistad. Este es un día cualquiera de abril en el que quisiera
exaltar el valor de la amistad y hacerlo no propiamente como la primera etapa que
se da cuando se está bebiendo algún licor y emotivamente se hace alharaca del
asunto.
Precisamente, la verdadera amistad, no necesita hacer mucha
bulla, ni aspaviento. Se da. Esta ahí. Es una realidad silenciosa pero
efectiva. Contar con verdaderos amigos es un regalo de Dios. Con los amigos de
verdad no necesita uno hablarse todos los días, ni decirles cada tanto que se les
quiere. Simple y llanamente se cuenta con ellos.
Estoy seguro de que a todos nos ha pasado que nos
perdemos por un tiempo de algunos amigos. Dejamos de hablarnos, no nos volvimos
a ver, viajaron o se quedaron en otra ciudad. No hubo conflictos, no hubo
rompimientos. Simplemente nos silenciamos, absortos en nuestros trabajos, ocupados
a más no poder en nuestras cosas. Y pasa el tiempo, a veces meses, a veces
años. De pronto, la ocasión feliz del reencuentro se da… y ahí está lo bello y
lo maravilloso que solo pasa con los verdaderos amigos, al volverse a ver, el
corazón palpita más rápido, un fuerte abrazo, un beso en la mejilla, reactivan
las conexiones. No hay reclamos, no hay regaños. ¿Dónde ibamos? La conversación
se reanuda como si apenas se hubiese interrumpido hace un momento, fluye fácil
y espontáneamente, sin agendas, sin protocolos. Es una delicia. Y al despedirse, no hay estrés, no hay
problema. No es un adiós, es un hasta pronto. La certeza de que el otro está
ahí, siempre, es plena, total.
Así las cosas, qué bueno tener estos amigos. Alguien podrá diferir diciendo que la amistad
hay que cultivarla, que es como una mata que se siembra algún día y hay que
echarle agüita, abonarla, cuidarla. Claro, tienen toda la razón. Así debe ser en
sus inicios, mientras crece, coge fuerza y se hace robusta. Sin embargo, hay
algunos que piensan que es un acto recíproco de dar y recibir. Si tú me das, yo
te doy. Si tú me llamas, yo te llamo. Si me escribes, te escribo. Si me
invitas, te invito. Y no. Cuando la amistad es madura, no es una contraprestación,
no es un trueque, no es transacción económica. Tampoco es recostarse, tampoco
es abuso. Es un acto de gratuidad, generoso, porque no espera nada a cambio y
sin embargo cuenta con todo.
Con razón, amigos pocos. Amigos de verdad. Son un don
gratuito de Dios, son un regalo, son un tesoro.
Personalmente no puedo quejarme. En muchas latitudes, en muchos lugares,
cuento con estos amigos. Sé que cuento con ellos y ellos conmigo. Lo sabemos. Se
vive, se siente, están siempre presentes.
¡A Dios le doy gracias por ellos!