Se entiende por onomatopeya
la formación de una palabra por imitación del sonido de aquello que designa.
Es así como el parpeo o graznido
del pato se escribe cua, cua, cua.
Hay un dicho común que dice: “Si
parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, entonces probablemente
sea un pato”.
¡Aleluya! Acabamos de descubrir que
el agua moja y acabamos de inventar la rueda.
Estamos siendo testigos, cada
vez en orden creciente, de que muchas de las actitudes, posturas y anuncios del
presidente Petro se parecen cada vez más a las de un gobernante de corte autoritario
a quien le ofusca y ofende que la gente no esté de acuerdo con él, o peor, que
las otras dos ramas del poder público no lo sigan de manera obsecuente.
Habría que tratar de entender
que toda una vida en la oposición lo lleva a confrontarse con un período de Gobierno
finito, con unas reglas democráticas aprobadas por todos hasta que se diga lo
contrario, con una Constitución Política que su movimiento de entonces, el M19
no solo apoyó sino que presidió y con unos ritmos políticos que hacen que el
llamado “establecimiento” y los autoproclamados “reformadores” de cualquier
tiempo y época, no tengan como lograr sincronía y armonía de manera fácil.
Ante la falta de unos verdaderos
objetivos nacionales, se trata de reemplazar su inexistencia por los objetivos
del Estado que vienen siendo los objetivos del Gobierno de turno, lo cual a
todas luces está equivocado y es una irresponsabilidad.
Se trata de justificar los
reclamos ante la no aprobación de algunas reformas con el argumento de que las
mayorías que lo eligieron le entregaron un mandato, pero no se puede olvidar
que las mayorías también le dieron un mandato claro a los representantes regionales
y a los Senadores en el ámbito nacional, para configurar un Congreso Nacional
deliberativo y autónomo.
De manera semejante, el poder
Judicial en un país de leyes debe preservar y hacer respetar no solo la
Constitución Política vigente, sino, además, el marco normativo que reglamente
el funcionamiento de nuestra democracia.
Las amenazas –que no propuestas–,
de convocar a una Constituyente, a los ojos del orden jurídico establecido que
debe ser respetado, suenan a fanfarronada. Otra cosa es que bajo el uso de la
fuerza y atropellando la legalidad, se pase por encima de todos los
procedimientos constitucionalmente establecidos y se realice una Constituyente
espuria que acabe de polarizar no solo los espíritus sino, y sobre todo, la
capacidad de sostener nuestra débil democracia y nuestra inexistente nación.
De dientes para afuera, casi todos
rechazan la reelección, pero todos hemos sido testigos de cómo a principios de
este siglo, con el mal ejemplo dado con el manoseo de la Constitución a través
del famoso “articulito”, algunos consideran con alguna lógica que también
tienen derecho a prolongar su mandato.
Para evitar malos ratos y que de
pronto una Constituyente nos lleve a resultados que no solo permitan la extensión
del período de Gobierno, sino a una mayor concentración de poder por parte del
Ejecutivo, a un arrinconamiento o aún a un cierre de los otros poderes públicos
o a realizar reformas de facto, es importante comenzar desde ya, desde ahora
mismo, a organizar las baterías a través de todos los partidos y movimientos
democráticos y de los medios de comunicación que hoy están en manos de solo 4 grupos
económicos, a generar un programa de información pedagógica que ilustre a los
ciudadanos sobre las inconveniencias de este tipo de experimentos que han
servido como punto de arranque para acabar con las democracias de algunos
países vecinos, con resultados a todas luces nefastos.
No es necesario ni prudente
abrir una nueva Caja de Pandora.
Ahí queda pues la posibilidad de
reconocer que el pato verdaderamente es un pato, o que iniciemos nuestras
tradicionales discusiones parroquiales –no bizantinas– para argumentar que esa
ave se parece más bien a un pollo que no nada, ni grazna... ni es un pato.