Por: Luis Alfonso García Carmona
Cerca de un año y
medio llevamos los colombianos padeciendo la peor crisis política de nuestra
historia. Se ha arrasado con el Estado de Derecho y con la libertad de los
ciudadanos a elegir válidamente, no a través del fraude, a su presidente y a
los miembros del Congreso. La gestión pública está orientada a la mutación de
Colombia en un narco-estado subyugado por el comunismo internacional, a
perpetuar la izquierda radical en el poder, a apoderarse de los dineros
públicos y del ahorro de los trabajadores, y a desmoronar los más elementales
servicios de bienestar, como lo son la salud pública y el sistema pensional.
Salvo contadas y
ejemplarizantes excepciones, ha contado la camarilla gobernante con la ausencia
de una eficaz oposición política, ya que el soborno ejercido a través del
reparto descarado de prebendas y dinero ha superado cualquier rezago de ética
por parte de los representantes de la “oposición constructiva” en el Congreso.
Gracias a la generalizada falencia moral, este perverso régimen ha podido
avanzar en su frenesí revolucionario y destructivo.
Expósito de una
dirección capaz de detener la avalancha demoledora de nuestras instituciones,
el pueblo colombiano ha tenido el coraje y la sabiduría para responder en forma
espontánea a las voraces pretensiones de la extrema izquierda.
Sin que medie la
actividad rectora de los partidos autodenominados “de centro” o “de centro-derecha”,
observamos cómo en las encuestas de opinión continúa la curva descendente de
favorabilidad del Gobierno, que ya llega al 64 %.
En los estadios,
plazas de toros, salones de conciertos y lugares de concentración de masas se
escucha unánimemente el grito “fuera Petro”.
Y hasta la calle,
el escenario preferido por la izquierda criolla para escenificar sus “estallidos
sociales”, ha sido recuperada por los movimientos cívicos y los veteranos de la
fuerza pública para protestar pacíficamente contra la dictadura
“castro-chavista”.
Como si faltara
alguna evidencia, en las pasadas elecciones, donde se decidía el futuro de las
regiones, resolvió el pueblo convertir los comicios en un verdadero plebiscito
manifestando en las urnas su rotundo rechazo a los amigos del Gobierno. Allí se
sentenció de la manera más clara la próxima caída del sátrapa guerrillero.
Reconozcamos que ha
surgido una nueva opción en el panorama político colombiano: La oposición
cívica, espontánea e independiente compuesta por hombres y mujeres de bien,
comprometidos con el futuro del país y con el bienestar de todos los
colombianos.
Hemos adoptado como
bandera el juicio político por indignidad para derrocar a quien ejerce de
manera espuria el poder ejecutivo. Y lo hacemos conscientes de que es el único
camino viable dentro de nuestro ordenamiento jurídico, porque somos respetuosos
de la ley.
No buscamos nada
diferente a encender una luz que nos guíe hacia la reconstrucción del país y la
demolición del andamiaje marxista-leninista que carcome nuestras instituciones.
¿Cómo podemos
lograr el éxito en nuestra empresa? Cada uno de nosotros debe cumplir con su
tarea. No esperemos que vengan mesiánicos líderes a hacerla por nosotros.
Tampoco nos es
permitido cruzarnos de brazos a la espera de ser liberados mediante un golpe de
Estado.
Ni es una opción
probable la esperanza de que algún día abandonen los caudillos políticos sus
particulares intereses para unirse con el propósito de rescatar a Colombia de
la barbarie materialista y corrupta que nos asfixia.
No, queridos
compatriotas. La solución está en nosotros. Usted y yo tenemos la palabra.