Por José Leonardo Rincón, S. J.
Puede
ser una falsa o incompleta percepción, pero no veo ni siento en estos días
decembrinos el mismo entusiasmo y alegría de otros años. La Navidad es tiempo
de paz, de prosperidad, de esperanza, tiempo de encuentro familiar,
celebración, novenas, muchas luces, pesebres, regalos, fiestas y paseos. Temporada
de vacaciones y relax, comidas ricas y subida inevitable de peso. No digo que
no haya algo de esto que está inveterado en nuestra festiva cultura, pero el
ambiente que se respira no me parece que sea el de siempre.
Y
sin pretender ser aguafiestas trato de comprender el por qué del asunto. La
inflación ha golpeado duramente los bolsillos. Las cifras oficiales sobre el
índice de inflación no corresponden a la realidad. Todo ha subido exagerada,
desproporcionadamente, de precio. Me doy cuenta al hacer el mercado de casa:
con el dinero que llevaba hace un año podía traer el doble de productos. Para
dar solo dos ejemplos: un garrafón de aceite que se conseguía en 23 mil pesos
hoy cuesta 52 mil. Tres libras de chocolate que costaban 14 mil, hoy 25 mil.
Por eso no me cuadran las cifras, porque podrán decir que el costo de vida ha
aumentado el 13% qué se yo, pero en realidad ha sido del 40, 60 o 100%.
El
constante ajuste del precio de la gasolina ha dado patente de corso para que
automáticamente todo suba. No es exagerado, en realidad es abusivo.
Y
si los que tienen modo se quejan, imaginemos cómo están nuestros pobres: ¡cada
vez más pobres! Fedesarrollo acaba de decir que el índice de confianza del
consumidor ha decrecido en un -20,9%.
Y
si a este panorama se suma el desencanto con el Gobierno de turno, con bajo
índice de popularidad; la frustración frente a querer hacer reformas radicales
a todo y al tiempo, una paz total que se volvió negociar por igual con guerrilleros,
mafiosos y delincuencia común como si todos estuviesen cortados con la misma tijera.
La reaparición del secuestro y la inseguridad campeante en nuestras ciudades,
acompañada de impunidad comprobada, cárceles hacinadas desde las que se
monitorea el crimen organizado, en fin…
Si
no estamos bien como país, si hay malestar social de fondo, es claro que la Navidad
es un placebo y un distractor temporal de todos esos males. Pero en realidad la
romántica y tierna Navidad en la que se ha convertido, fue un episodio revolucionario
que echó al suelo muchos paradigmas: un Dios que se hace hombre y por ende se
abaja; un Dios todopoderoso que se hace frágil y débil; un Dios que no nace en
un palacio de la mayor potencia mundial sino en un rústico pesebre pueblerino
de un país venido a menos; un Dios que se rodea de pobres e ignorantes para
confundir inteligentes y entendidos; un Dios que no muere plácidamente en su
mullida cama sino que es asesinado violentamente como si fuese el peor de los
crimínales.
Creo
que este diciembre destemplado nos obliga a la brava a aterrizar, a poner los
pies sobre la tierra, a darle razón y sentido a la verdadera Navidad y sobre
todo a caer en cuenta de que el Dios con nosotros, cuestiona e interpela, mueve
y sacude con la propuesta que nos hace de un mundo mejor, más justo y humano,
pero eso nos toca hacerlo a nosotros, así que será Navidad cuando lo logremos.