Por Pedro Juan González Carvajal*
Algunos analistas críticos sostienen que la
historia la escriben, la reescriben o la inventan los ganadores que han
existido en todo tiempo y lugar, bajo cualquier circunstancia.
Sería esperanzador que la realidad haya
coincidido y coincida con el lado bueno de la historia, con lo políticamente
correcto y con lo moralmente edificante, obviamente teniendo como signo la
verdad.
Pecando de ingenuo, esto sería un adecuado
proceso de distinción entre la civilización y la barbarie y el reconocimiento
de la existencia de un comportamiento ético en lo individual y en lo colectivo.
La existencia de caudillos, dictadores,
fanáticos y revoltosos ha signado el acontecer humano de todas las épocas y de
todos los lugares, volviendo subjetiva la aproximación a la realidad, donde lo
verdadero y lo falso, lo correcto y lo incorrecto, ha dependido y depende en
mucha medida de la actuación y de la voluntad de estos personajes.
La historia en su evolución recorre el camino,
generalmente, del mito, de la superstición, del misticismo y del fanatismo.
Muchas veces lo que queremos describir como
“realidad mágica” es el resultado del manejo tras bambalinas que personajes
siniestros y a ratos malignos le han dado a la realidad.
Como reacción, por ejemplo, en el siglo XV
proliferaron los santos, en el siglo XIX aparecieron los héroes y en el siglo
XXI la preeminencia la tienen las víctimas.
Para salir adelante, fuera de tener el respaldo
de relatos inteligentes, veraces y prácticos, debemos también aprender a
enfrentar y a entender la realidad como lo es. Muchas veces nos estrellamos
contra la realidad porque queremos que toda actuación sea pura, o porque no nos
contentamos con reconocer la realidad si no que queremos es lo que no existe o
porque, en un ejercicio explicable pero inaplicable hasta ahora, queremos redimir
la injusticia y el dolor aspirando a lo imposible.
Es por ello, por ejemplo, que las víctimas
merecen dejar de ser víctimas en este mundo, bajo la premisa de un
comportamiento ético de la sociedad.
El manejo usufructuario de la explotación de sentimientos
como el miedo, el odio y la esperanza, ha facilitado a través de la historia,
la forma como se ha conducido a las masas a su condición de rebaño.
El ideario de la conjunción entre la ética y la
estética muchas veces no logra superar su categoría utópica, privando a la
sociedad de una posibilidad racional y trascendente de la integración entre los
altos valores de la libertad, el orden, la belleza y la tolerancia, guiados por
el vector de la verdad.
Mientras tanto en el día a día nos hemos
infectado con la epidemia de la corrupción que nos vincula a todos sin
excepción por acción o por omisión.
También hacen parte de la corrupción el mal
cuidado del planeta, el despilfarro de los recursos, la no introspección y la
no aplicación de conceptos como la igualdad, la equidad y la justicia, la
creciente concentración de las riquezas y las oportunidades que muestran un
panorama desolador y que, aunado al cambio climático, podría llegar a convertirse
en un fenómeno verdaderamente devastador.
El asunto de la demografía, el tema de la salud
mental como tema de salud pública, la creciente tendencia al escapismo a través
de drogas alucinantes de cualquier tipo, la depresión que avanza de manera
sostenida, el suicidio que crece galopante o el simple aburrimiento, son
muestra del deterioro que hoy enfrentamos a nivel juvenil y que no reconocemos
todavía en su verdadera dimensión.
Una infancia desprotegida y una juventud
desorientada nos ilustran y dan luces acerca del tipo de futuro que nos espera.
No esperemos llegar a ese futuro incierto y problemático.
Hay que comenzar a actuar con resultados concretos ya mismo, si no queremos ser
testigos históricos de una debacle como especie.