Por José Leonardo Rincón, S. J.
Dirían
los cronistas: “corría el año de Gracia o año del Señor de 1973 y en un rincón
de la vieja casona del barrio Santa Bárbara que prestaba sus servicios de aula
de clase, un pequeño grupo de niños que no llegaban a los 12 años, absortos
escuchaban a su maestra de historia. Netflix no existía, mucho menos el
videobeam, tampoco el VHS o el Betamax. Deslumbrante resultaba tener un
proyector de acetatos. Todavía la televisón a color era un sueño irrealizable. Pero
esta mujer, que todavía vive y a quien quiero hoy rendir homenaje, Ileana
Cifuentes de Sastre, nos tenia hipnotizados, léase empeliculados, pues con su
exquisita narrativa nos hacía recrear en nuestra imaginación todo lo que nos
contaba…
Creo
que, si hubiese sido testigo ocular y directo de todos estos acontecimientos,
no habría podido narrar tan fielmente los hechos. El grito de independencia del
20 de julio, o la Batalla del Pantano de Vargas el 25 de julio y la definitiva
del 7 de agosto eran recreados al detalle. Don Antonio Villavicencio, el Virrey
Amar y Borbón, Simón Bolívar, Juan José Rondón con su docena de lanceros,
Barreiro capturado por el pequeño Pedro Pascacio Martínez, solo para mencionar
algunos de los personajes que iban desfilando, captaban totalmente nuestra
atención.
La
profe Ileana no era una docente ni tampoco una profesora del común, era toda
una maestra. La pasión con que nos contaba la historia era la mejor cátedra de
todas. Allí nació mi pasión por la historia, por el gustar nuestra historia. Esas
narraciones, junto con unos compañeros de entonces, las recordábamos hace poco con
precisión después de medio siglo. Inédito.
Cuánto
lamento que las clases de historia estén desapareciendo de nuestras escuelas y
colegios. Razón tenían cuando nos decían: “Quien no conoce la historia está
condenado a repetirla”. La historia nos ubica en el tiempo, nos permite
valorar con respeto el pasado, entender el presente y proyectar el futuro. Pero
claro, se necesitan vocaciones de historiadores, gente que vibre y goce contando
esos hechos que nos precedieron.
Pero
la profe Ileana, directora también del Liceo Nuevo Mundo, era genial: en sus
clases de geografía nos aprendíamos de memoria, por ejemplo, los accidentes de
las dos costas; en religión cada una de las partes de la misa; eso para citar
dos clases más, porque lo realmente importante que aprendimos a su lado fueron
los valores de la verdad, la rectitud, la responsabilidad y la puntualidad,
entre muchos. Era exigente y bien templada, pero a la par justa. Esa era la
única manera de formar carácter. Tantas generaciones pasamos por sus manos y
todas, sin excepción, las recordamos con total gratitud. Eso no se da con todos
los educadores, solo con aquellos que son verdaderos maestros, porque nos aman,
quieren lo mejor para nosotros y no solo les interesa transferir conocimientos.
En estas semanas que con tantas fiestas patrias recordamos nuestra historia,
qué mejor que revivirla con quienes nos enseñaron a valorarla con pasión.