Por José Alvear Sanín
Caído en desgracia,
desesperado, borracho y deschavetado, Benedetti es grabado, y sus iracundas
revelaciones parecen indicar que el presidente es un psicópata hiperexcitado,
que su “mano derecha recién parida” es una voluble aprendiz de bruja a la que
se le subió el champán a la cabeza, y que él mismo no es más que otro
desechable, cómplice de negocios y farras dentro de un combo soez y corrupto
donde la moral se reduce a ¡sálvese quien pueda!
Ante el espectáculo
nauseabundo del actual gobierno las gentes vuelven sus ojos a las
instituciones, confiando en la probidad de sus integrantes. Desde luego, si la
Carta estuviese vigente todavía en la conciencia de sus agentes, ya el país
estaría a salvo y esta columna no habría que escribirla porque Petro habría ya
renunciado o estaría prófugo.
Pero en el mundo real,
Petro se atornillará, y de patas y manos hará lo posible y lo imposible para
mantenerse en el poder, mientras llega el autogolpe de Estado que viene
preparando sigilosamente, en tanto distrae con sus cantinflescas peroratas a un
país que se resiste a creer en la inminente caída en el abismo.
Ahora, completamente
conocido, despreciado, rechazado y desnudo ante la comunidad internacional,
Petro es más peligroso y temible que nunca antes.
Como incorregible
leninista sabe que el poder depende del fusil. Después de la emasculación de
las Fuerzas Armadas y la sumisión de la Policía, cuenta con los vestigios de
esos cuerpos, con las disidencias, con el ELN, con las Guardias Campesinas,
Indígenas y Cimarronas, y con las estructuras narcocriminales, es decir, con
todos los fusiles disponibles, que ya le aseguran el dominio territorial de
cerca de la mitad del país. Por esa razón, su gobierno es partidario del
desorden público y del caos que precede a la imposición del implacable “nuevo
orden” monista.
Las discrepancias entre
todo ese montón de movimientos son apenas para la galería, porque hay un plan
maestro para tomarse el poder y luego compartirlo con los distintos grupos
políticos coaligados en el Pacto Histórico, lo que constituye la fase inicial
de la revolución, cuyo resultado final es el gobierno totalitario del partido
único.
Como si la base
territorial de su poder no fuera suficiente amenaza, ahora se ampliará con la
organización del mecanismo de los “Jóvenes de Paz”, que se le acaba de
autorizar en el Plan Nacional de Subdesarrollo, aprobado a las volandas por un
Congreso servil. Se trata entonces de poner rápidamente en marcha aquellos
100.000 muchachos de a millón mensual, anunciados desde comienzos del gobierno,
fiel copia de los Colectivos Bolivarianos que aterrorizan al pueblo venezolano.
En Medellín, la semana
pasada, Petro invitó a los jóvenes que delinquen en los combos a incorporarse a
esa organización parapolicial. Lo anterior, en plata blanca, significa que no
habrá ni siquiera necesidad de entrenar a los jóvenes pacificadores, porque ya
llegarán adiestrados por las estructuras a las que se les ha prometido la “paz
total”.
No olvidemos, con
Orwell, que el Ministerio de la Paz es el que hace la guerra…
Mientras más se destape
la cloaca del Gobierno, más peligroso se vuelve el capo del Estado y más pronto
llegará el autogolpe que requiere para encender la revolución, esa sí total,
para la cual son indispensables esos colectivos petro-maduristas que impondrán
el terror urbano.
***
Después del discurso de
absoluto corte leninista, el 7 de junio en la Plaza de Bolívar, Petro viaja a
Cuba a presentar su informe a los jefes de la revolución continental, y para
anunciar el cese al fuego con el ELN, que inicia una fase más dinámica del
proceso aniquilador del modelo económico, social y del Estado de derecho en
Colombia.