Por Pedro Juan González Carvajal*
Si nos detenemos a analizar el cómo los pueblos de América Latina
han transitado desde la época precolombina, la conquista, la colonia, la
independencia y su organización como países independientes, encontraremos
algunas líneas comunes y un verdadero mosaico de acciones y eventos
particulares que hacen parte de su propia historia.
Al aproximarse a estos asuntos, puede caerse en la
tentación de reforzar el lado bueno de la historia, hablar de lo políticamente
correcto y por qué no, de potenciar lo moralmente edificante, tratando de
suavizar un poco la realidad real.
Hemos pasado por aborígenes y conquistadores, mestizos, siervos,
esclavos, oidores, hacendados, virreyes, libertadores y ciudadanos de a pie. El
poder lo han ejercido dictadores, caudillos, guerrilleros y han aparecidos
mafiosos y sicarios.
Hemos vivido en medio del mito, de las supersticiones y de los
fanatismos, donde el odio, el miedo y la esperanza han sido los vectores que
han guiado a nuestros dirigentes en diferentes épocas y circunstancias.
Este despelote latinoamericano ha tratado de ser explicado
desde los ritmos particulares, las condiciones geográficas, las riquezas naturales
y la victimización.
Algunos intelectuales han hablado del realismo mágico y
algunos otros de lo gótico siniestro, donde personajes verdaderamente
siniestros y malignos nos han gobernado.
El tema de nuestra identidad ha sido un constante devenir
de posturas, creencias, discusiones, alegatos y guerras.
En el siglo XV proliferaron los santos, en el siglo XIX los
héroes y en el siglo XX, las víctimas.
En el mundo actual, al campesino, al gaucho, al andino, al
tipú, al negro, al montuno y al indio, le han quitado espacio y visibilidad los
enfermos, los migrantes, los ecosistemas y las minorías raciales y sexuales,
entre otros varios actores.
¿Qué ha dificultado encontrar nuestra verdadera identidad?
Sin pontificar podríamos decir que la idea que querer alcanzar la pureza ante
cualquier tipo de dinámicas, el pretender ser y alcanzar lo que no existe y el
querer redimir la injusticia y el dolor aspirando a realidades imposibles, ha
hecho que este camino hasta la fecha haya sido tortuoso y falto de resultados.
Diría alguien que “lo óptimo es enemigo de lo mejor”.