Por José Alvear Sanín
De
vez en cuando conviene recordar gracejos de esos que todos conocemos, como el
del odontólogo y su paciente. Desesperado por el dolor el paciente agarra las
partes íntimas del profesional, y cuando este grita, el primero le propone:
¡Hagámonos pasito!
La
sociedad, en todos sus sectores, amenazada cada día de manera más grave por
Petro, quisiera exigirle que “nos haga pasito”. Pero como no estamos en iguales
condiciones, mientras él nos ataca, apenas podemos responder débilmente, con la
vaga esperanza en la posible futura operancia de las “instituciones”. En
realidad, lo que ocurre es que Petro “nos hace duro” y nosotros solo podemos
“hacerle pasito”.
En
los últimos días, ante la débil posición de los partidos frente a sus
descabelladas propuestas, el gobierno ha apelado a mayores dosis de mermelada.
Es muy posible que esta sea muy superior a la disciplina partidista, porque
diariamente se incrementa el costo de los votos recalcitrantes en el Congreso.
Aun
si el gobierno conserva el control del legislativo, bien puede ser que prefiera
el cómodo expediente del autogolpe a la fatigante compraventa de votos. Al fin
y al cabo, una dictadura comunista se deshace de las formas democráticas lo más
rápidamente que le es posible.
De
ahí que el autogolpe puede producirse, bien sea de manera directa, como el que
puede presentarse en un 1° de mayo ante una Plaza de Bolívar de multitudinaria,
vociferante y levantisca turba, o de manera indirecta, si el gobierno se decide
por convocar la constituyente que reclama el ELN para completar la revolución.
Ambos
escenarios para consolidar la revolución son horrendos, pero posibles dentro de
la praxis que comparten Petro y Eliécer Erlindo Chamorro, máximos y fementidos
agentes confabulados en el mismo plan.
Como
la esperanza es lo último que se pierde, algunos confían en las elecciones,
donde a los candidatos de la maquinaria (oficial, mediática y narco financiada),
se oponen docenas de aspirantes a los que la ambición o la vanidad impiden
unirse. Otros miran hacia unas Fuerzas Armadas ahora dirigidas por sargentos y
cabos, porque docenas de oficiales superiores siguen pidiendo la baja.
Sin
desconocer la importancia de una hábil e inteligente acción política continua,
enérgica e indoblegable, lo más importante ahora es insistir en la necesidad de
una resistencia unánime, inflexible y permanente de todos los sectores
sociales, antes de que el país acabe de caer en el abismo al que lo tienen
destinado.
***
Como
estamos recordando viejas historias, veamos la del alacrán que logró convencer
a un sapo para que lo pasara al otro lado del río, pero en vez de agradecer el
servicio, el arácnido picó de muerte al batracio diciéndole:
—¡Lo lamento! ¡Soy así y no puedo cambiar!