Por José Alvear Sanín*
La aterradora improvisación (de 1 hora
36 min.) en la Plaza de Armas, ante el mecanismo presidencial de seguridad
formado por indígenas y guerrilleros, y un millar de empleados públicos, no lo
es menos por la reducida audiencia como porque 50 millones de colombianos hemos
sido amenazados de guerra civil, si las reformas “son entrabadas”.
Petro se radicaliza porque se siente seguro de
la aprobación que el Congreso le dará también a las 21 facultades
extraordinarias —leyes habilitantes, en la jerga chavista—, para permitirle
revolcar el país, veloz e irrevocablemente.
A su parecer, así como contra todas las
opiniones autorizadas la reforma tributaria salió, en las otras dos reformas
letales —la de la salud y la pensional—, la mermelada logrará su rápida expedición.
Por esa confianza en el poder de la mermelada
en el Congreso, su discurso es cada día más agresivo. No le falta tampoco razón
cuando afirma que los ministros van menos rápido que él. Basta con ver su
ritmo: nunca se sienta ante un escritorio. No lee ningún estudio sobre algún
problema. Jamás delibera o corrige. Nunca está quieto. Pasa casi todo el tiempo
en el avión, desde donde trina y retrina, habla y habla, sin la menor
reflexión, víctima, además, de una manía ambulatoria irrefrenable.
De las metrópolis del mundo pasa a los
caseríos, y tanto en las unas como en los otros expele su chorro de inauditos
dislates, que se convierten a continuación en políticas públicas. Esas
manifestaciones delirantes serían consideradas síntomas de desequilibrio en cualquier
país donde todos los poderes no obedecieran a una voluntad omnímoda e
inflexible, capaz de convertirlos en hechos administrativos, orientados a la
eliminación del modelo económico-social de corte demoliberal por otro
totalitario y marxista-leninista.
¿Qué modalidad seguirá la inminente revolución
colombiana? Con las tres primeras grandes reformas, con las veintiuna que
vienen tras las facultades extraordinarias, y con las que de mutuo acuerdo
convengan Petro y el ELN para priorizar la colectivización del agro, la
anterior pregunta es de la mayor importancia.
Según el DRAE, talante es el modo o manera
de ejecutar algo; semblante o disposición personal; voluntad, deseo, gusto. Si
el talante de Petro es delirante, mesiánico, obsesivo, narcisista, apabullante,
vengativo y falaz, el pronóstico de su revolución no puede ser más aterrador.
Durante este interminable semestre ha expresado su Leitmotiv,
subdesarrollar este país para salvar a la humanidad. No a los hidrocarburos. No
al capitalismo. No al Estado de Derecho. Su “democracia” es populista,
tumultuaria y clientelista, es decir, comunista.
La obsesión de Pol-Pot fue la de eliminar la
vida urbana. La de Petro es la eliminación del capitalismo. El resultado de
ambas será el mismo, la masiva imposición mortífera de la miseria “virtuosa”
para toda la sociedad, única manera de lograr la igualdad.
Para un individuo capaz de decir que “antes
se moría más gente, pero con dignidad”, como argumento contra un sistema
sanitario mejor, establecer una especie de ideal religioso inverso para cambiarlo
todo y pasar invicto a la gran historia, está de acuerdo con una ambición
desmesurada y amoral.
Las gentes, aterradas, confían en un milagro
electoral en el octubre venidero, para detener la caída en el abismo, pero
ganar sin unidad, carentes de maquinaria, dinero, medios de comunicación y
contra una Registraduría confabulada, es muy poco probable.
Pero la monumental expresión de rechazo popular
a Petro, en las gigantescas marchas del 15 de febrero, abre una ventana de esperanza,
porque el pueblo es superior a los dirigentes políticos, enzarzados en
componendas clientelistas e inanes. Por eso es necesario que la voluntad
nacional se refleje en un rechazo ciudadano intenso, continuo, permanente y
masivo, como una parálisis preventiva que nos ahorre la parálisis perpetua del
castro-petrismo consolidado.
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Las grandes “improvisaciones” de Churchill
requerían larga y paciente preparación… ¡Qué diferencia!