miércoles, 11 de enero de 2023

La droga, ¿arma de destrucción masiva?

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

La drogadicción no es un vicio explotado solo por las mafias, porque también puede ser un arma de destrucción masiva, sea en manos de grupos criminales o al servicio de poderes políticos.

En Colombia va en camino de pasar de instrumento delictual, para integrarse más profundamente en la estrategia del dominio global, si no es que ya lleva varias décadas sirviendo dentro del ajedrez geopolítico.

Columbro lo anterior, porque en el enfrentamiento de la guerra fría, Fidel Castro, como peón soviético, convirtió la isla en el aeródromo donde recalaba la cocaína de Pablo Escobar en su tránsito hacia los Estados Unidos, afirmación que hago porque, aun antes de que se destapase esa horrenda conexión, el directorio político del narcotraficante llevaba en avión grupos juveniles de Medellín a competir los fines de semana en Cuba, como era de público conocimiento.

A medida que se apodera de amplios y crecientes sectores de la sociedad, la drogadicción la socava y la conduce hacia la inviabilidad moral y política. A propósito, hará bien el lector en recordar las guerras del opio, la primera, entre 1839 y 1842, y la segunda, de 1859 y 1860, que yo, a pesar de cierta moderada anglofilia, considero como el gran baldón histórico de ese país, que hizo un gran imperio.

En la lucha titánica de tantos actores históricos por alcanzar la esquiva hegemonía, en el siglo xix el Imperio Británico despedazó al Español en el hemisferio occidental, mientras en el oriental se encontraba con el inmenso Imperio Chino. El opio fue el arma que acabó con China, para que Londres alcanzara la prepotencia en ambos lados del mundo; y en Hong Kong, los amos del opio mutaron en banqueros, comerciantes, exportadores, navieros e industriales...

La depuración de China reclamó millones de ejecuciones de drogadictos, jíbaros y prostitutas, por parte de Mao…

Ahora bien, dentro de la ética revolucionaria marxista no importan millones de muertos (¿bichos?, ¿gusanos?), si lo esencial es destruir el ancien régime para construir sobre sus ruinas el impoluto hombre nuevo.

Castro no ignoraba el poder de la droga para vencer un enemigo mucho más poderoso. Siguiendo ese ejemplo atroz se dedicó a ayudar a drogar a los gringos, y algo quedó hasta para su familia…

El comunismo colombiano no es ajeno a esa lección, y las FARC primero, y el ELN luego, no solo odian los países capitalistas, sino que también son carteles en el pleno sentido del término. La política del actual gobierno de tolerancia de siembra y exportación de cocaína (dizque menos perjudicial que el petróleo y el carbón y que causa menos muertos que su erradicación), puede interpretarse en términos geopolíticos dentro de la confrontación entre los anglosajones y sus aliados europeos, y los chinos y sus aliados rusos e iranios.

No quiero abundar en este espinoso tema, porque la ambición hegemónica de China no es el único frente en el que la droga juega su papel como arma. Cuando uno contempla la debilidad moral de la juventud gringa, los estragos de la drogadicción en Canadá y Europa y la crisis demográfica de los “países blancos”, la tentación para Beijing de tomar revancha de los ingleses y llenar de drogas a sus rivales es plausible.

Hay otro frente. Si el anterior está motivado principalmente por la ambición imperialista hegemónica, las mafias conducen una guerra contra la sociedad, motivada por el astronómico ánimo de lucro de sus capos, en muchas latitudes.

En Colombia, primer productor y exportador mundial, con un creciente mercado local de cocaína, esta sustancia es el arma de destrucción masiva de una sociedad ya apenas nominalmente cristiana y en la que queda ya muy poco del estado de derecho. Aun con esas limitaciones y defectos nuestra situación es preferible al narcoestado o a la revolución marxista, que avanzan al ritmo de los estupefacientes.