Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Nunca
he creído en agüeros. Que si el gato negro, que si se le regó la sal, que si
pasó debajo de la escalera, que si la escoba detrás de la puerta; que si el
martes 13, que si San Antonio puesto de cabeza… Hay gente estresada con esos
cuentos y vive atenta para evitarlos a toda costa o para prepararlos si es del
caso. La sugestión es tal que le ponen todo el drama al asunto, se empeliculan
con el cuento y hasta resultan siendo víctimas de sus propios rollos, atrayendo
males y desgracias o convencidos ingenuamente de que sí funcionan.
Para
la noche del 31 de diciembre hay agüeros propios de la temporada. Que los interiores
amarillos y ojalá al revés para que económicamente nos vaya bien; que las 12
uvas con cada una de las campanadas, a las 12 de la noche; que echar unas papas
a medio pelar debajo de la cama para que no falte la comida; que darle la
vuelta a la manzana con las maletas para poder viajar, etcétera. De pronto a
algunos les sale, pero la mayoría sigue ilusionada, año tras año, a ver qué
pasa. Muchos no dejarán de vivirlo como algo lúdico y gracioso, afortunadamente.
Que
nos vaya bien en el nuevo año, que obtengamos buenos logros, que progresemos en
la vida y vayamos por la senda correcta no es cuestión de suerte, ni de
agüeros, sino fruto de una juiciosa planeación y del trabajo cotidiano esforzado.
Es verdad que no todo depende de uno, ni las cosas salen siempre como uno
quisiera. Es verdad que hay situaciones imprevistas que nos desbordan y
superan: ¿quién previó con suficiente antelación que tendríamos dos años devastadores
con ocasión de la pandemia?, ¿alguno vaticinó los efectos del conflicto entre
Rusia y Ucrania? Eso es cierto, pero también es cierto y mucho más razonable
que es mejor discernir y organizarse que dejar las cosas a la deriva del azar y
la suerte.
Que
nos vaya mal no es porque se nos regó la sal o un gato negro se nos atravesó en
el camino o pasamos por debajo de una escalera. Que nos saquen del llavero o
perdamos el trabajo no fue porque pusieron una escoba detrás de la puerta. Que
nos vaya bien en el amor no es porque pusimos patas arriba al pobre San
Antonio. La prosperidad económica no está en los chillones calzoncillos
amarillos. Ni que tengamos viajes porque hicimos el oso de sacar una maleta
para correr como dementes por la calle.
Dado
que ahora nos gobierna la objetividad basada en hechos y datos, quisiera ver
las contundentes cifras, estudios estadísticos y rigurosas investigaciones que
nos digan que los agüeros funcionan. Si los publican y me desmienten, aún así, seguiré
afirmando que las buenas cosas en el nuevo año y siempre, no se darán por golpes
de suerte o porque funcionaron los agüeros sino porque asumimos
responsablemente nuestras obligaciones y labores. Eso sí está demostrado: que
la constancia vence lo que la dicha no alcanza. Y las grandes realizaciones
humanas han sido fruto de la tenacidad y la lucha por alcanzarlas, no por el
cumplimiento de agüeros. ¡Feliz y bendecido año 2023!