miércoles, 7 de diciembre de 2022

Grande y primera víctima

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Dentro de un régimen totalitario marxista-leninista es imposible la libertad de información. Para imponer el pensamiento único hay que controlar todos los medios, cambiar la historia y eliminar la religión. Se comienza con la censura, pero fatalmente se llega a la estatización de prensa, radio y tv.

El partido único establece la “interpretación verdadera” y obligatoria, tanto del pasado como de los acontecimientos presentes, siguiendo el fluctuante pensamiento del líder, también único, vitalicio, omnisciente, omnipotente, infalible e incontrovertible. Quien se niega a rendirle culto es castigado, sea con la golpiza, la amenaza, la reclusión psiquiátrica, la prisión, el Gulag o la ejecución.

Aquí ya tenemos el partido comunista en el poder, mimetizado en variados grupúsculos coaligados en un dizque “pacto histórico”; y también tenemos el dictador.

Como la revolución requiere total conformidad, el avance hacia el modelo cubano no se detendrá.

La estrategia mediática viene ejecutándose sin pausa desde antes de la llegada de Petro. Numerosos periodistas y columnistas mamertos se infiltraron en los medios, cuyos dueños toleran su accionar mientras el PyG no sufra. La inagotable mermelada oficial asegura el copioso ingreso de los comunicadores amigos y el bienestar financiero de las empresas. Y para completar, los gobiernos pagan los influencers y las bodegas necesarias para copar las redes sociales.

Lo anterior es apenas preliminar y preparatorio de algo similar a lo que ya ha ocurrido en Venezuela y Nicaragua, etapas en el camino hacia la implantación del modelo castrista en todo el continente.

La libertad de información actualmente está muy disminuida en Colombia, pero con el frenético ritmo petrista ya empieza a verse lo inexorable de su meta.

Tenemos numerosos y pequeños órganos digitales en el país, como este de La Linterna Azul, que luchan por informar sobre las realidades que los grandes medios ocultan, deforman o tergiversan; pero la única tribuna con gran acogida nacional, La Hora de la Verdad, acaba de ser víctima de maniobras tan solapadas como ruines.

Como fiel oyente de ese insobornable órgano, que los timoratos anunciadores en general ignoran, me sorprendí cuando la Federación Nacional de Cafeteros empezó a patrocinar la incisiva sección Al Oído, donde en diálogo cordial, su director y el gran periodista que es D´mar Córdoba, tan ilustrado como informado, revelan, de lunes a viernes, los entresijos del plan siniestro para doblegar al país.

Pues bien, el acertado gerente de la Federación, Roberto Vélez, ha sido defenestrado. Presentó renuncia cuando supo que Petro había “insinuado” que había que salir de él para llevar a la gerencia a alguien afín al gobierno…

Este golpe aleve, sombrío, tenebroso, ya intentado en la ANDI, se repetirá una y otra vez para que caigan como fichas de dominó todos los que se opongan a la creciente e insaciable sed de poder del ocupante de la casa de Nariño.

Ese mismo día nos enteramos de que RCN, hogar siempre de La Hora de la Verdad, la sacará de sus ondas a partir del nuevo año. ¿Coincidencia o insinuación?

No hay en la economía ningún sector que pueda sobrevivir a la inquina de un gobierno totalitario y torticero.

La Hora de la Verdad seguirá a través de las redes sociales. Ahora, más que nunca, es imperioso apoyar a Fernando Londoño Hoyos y su equipo. Nadie ha dado mejor que él la batalla por la democracia, el derecho y la patria.

Al retirarse del Ministerio del Interior y Justicia, donde secundó a Álvaro Uribe en la mejor etapa de su gobierno, Londoño Hoyos no volvió al bufete más importante del país, que él había edificado como incomparable jurista. Consciente de la gravedad de la amenaza comunista y del plan para llegar al poder cambió de trabajo y, renunciando al jugoso ejercicio jurídico, se convirtió en el periodista más dedicado. Juntó la investigación con el análisis de los hechos para ofrecernos un programa inigualable por su ética, información veraz y libre denuncia permanente de los hechos tras la conjura.

No pudieron matarlo. Ahora quieren callarlo.

El golpe que se le da a La Hora de la Verdad presagia lo peor en materia de las libertades de información y expresión en Colombia, mientras presenciamos el rápido ascenso del locuaz y vengativo gobernante hacia el poder omnímodo.