Por José Leonardo Rincón, S. J.
Querido
Jesús:
Creo
que hace mucho no te escribía una carta como tal. Nos acostumbramos a hablar
directamente y sin protocolos de agendas, citas previas e intermediarios y
palancas. Con muchos seres humanos toca así y eso resulta desgastante. Contigo
hemos olvidado que se puede hacer a cualquier hora, desde cualquier lugar.
Siempre estás disponible y no has querido cambiar el visto de tu WhatsApp para
quedarnos sin saber si leíste o no los mensajes. No te mandas a negar so
pretexto de que estás en reuniones muy ocupado. Te demoras a veces en responder
porque no siempre nos conviene lo que pedimos, pero es verdad que nunca nos
decepcionas.
Decidí
escribirte esta vez porque me llegó un mensaje que pareciera ser de tu autoría (no
creo que sea un fake) donde te lamentas diciendo que Navidad es tu
cumpleaños y en muchas partes, en sus celebraciones y fiestas, ni te invitan ni
mucho menos se acuerdan del motivo del encuentro. La gente ignora
conscientemente que el protagonista de la noche eres tú y que deberías ser el
centro de nuestra existencia. De pronto rezan la novena de aguinaldos como
cotorras mecánicas pensando más en complacer los niños que no entienden nada de
esos textos y más para comer natilla y buñuelos. Árboles cargados de luces y
Noeles regordetes han desplazado los pesebres. Hay rumba, buena música, ricas
comidas, muchos regalos y para ti… ¡nada! Así las cosas, yo, en nombre de todos
los mortales, de esta humanidad agobiada y doliente, te presento excusas por
tan tamaño olvido y por la mala educación que hemos recibido.
Quiero
agradecerte el que seas “el Dios con nosotros”. Eso se dice muy fácilmente, pero
comprende una realidad maravillosa. Nuestro Dios, o sea, tú, decidiste encarnarse,
dejando de lado tu condición divina y comodidad celestial para armar un
escándalo desconcertante: no quisiste palacios, ni corte, nada de riqueza ni ostentaciones.
Te dio por nacer en una pesebrera perdido, de la más insignificante colonia
romana. Te propusiste durante toda tu vida abajarte a tope y para colmos
terminaste muy mal. Finalmente, resultaste triunfante, pero la lección dada no
es de nuestro agrado. Eso de la pobreza, la humildad y la sencillez no es un
plan atractivo. Nuestra sociedad de consumo nos ofrece irresistibles
propuestas. Quizás por eso también te olvidamos deliberadamente, porque es
mejor tener de ti un recuerdo cargado de romanticismo que una exigencia diaria
que nos desinstala y reta.
De
modo que no escribo esta carta para pedirte regalos porque tú ya eres el mejor
regalo que nos hayan podido dar como seres humanos. Más bien debo preguntarte,
¿qué quieres de regalo? Tú que nos viniste a traer paz, justicia, amor, supongo
que querrás algo de eso, pero sobre todo querrás que cada uno mire a ver qué te
puede ofrecer como presente. Está a nuestra discreción. No hay que gastar un
solo peso y por eso resulta más costoso aún. Vamos a pensarlo y a medianoche,
cuando nos estén repartiendo regalos, desde mi corazón, en silencio, te estaré
dando el mío. ¡Feliz cumpleaños querido Jesús!